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Julio Cirino

La nueva estrategia de Bush

Que las consecuencias de los ataques sufridos por Nueva York y Washington iban a ser globales y profundas, era casi una obviedad. Primero se conocieron las medidas instrumentales tendientes a dificultar, tanto como fuera posible, el siguiente ataque. Luego seguiría la operación frontal contra la estructura visible de Al Queda en Afganistán y acciones de más bajo perfil en los cuatro puntos cardinales tendientes a golpear todo el aparato conocido de la organización.

Finalmente el discurso del Presidente George W. Bush del pasado sábado 1 de Junio en la academia militar de West Point fue la oportunidad elegida para comenzar a presentar cuál es su visión del papel que le cabe a los Estados Unidos en el mundo después de los episodios del 11 de Septiembre. Este discurso va a servir además, como prólogo para un documento más detallado y de mayor profundidad conocido como “National Security Strategy” que verá la luz en los próximos 60 días.

El primer tópico a destacar en el largo discurso (más de 50 minutos) del Presidente es el tácito reconocimiento que las circunstancias existentes durante la pasada campaña electoral -en la que parecía que el entonces gobernador de Texas, se adhería a la teoría de los “estados pivote” (enunciada en “The Pivotal States” by Robert Chase, Emily Hill y Paul Kennedy. New York, 1999) que implicaba una autolimitación para intervenir en todas aquellas áreas que no afectaran de manera directa los intereses estratégicos de los Estados Unidos – han cambiado radicalmente y este cambio conlleva un muy activo involucramiento de los Estados Unidos en todos los asuntos mundiales que guarden relación con la nueva percepción de los requerimientos de seguridad necesarios para enfrentar la amenaza del terrorismo.

El segundo aspecto clave es el reconocimiento que la amenaza de una represalia masiva puede no ser suficiente como elemento disuasivo frente a otras naciones y que si esto es así, habrá que pasar al uso “...preventivo y unilateral del poder militar...” para contrarrestar la amenaza antes que esta se materialice.

Tal aseveración abre infinidad de puntos para el debate y seguramente levantará tantos fervientes defensores cuanto encendidos atacantes; entre la multitud de implicancias, políticas, diplomáticas, estratégicas y operativas que conlleva la determinación de utilizar la fuerza militar en forma unilateral y preventiva, hay una que resulta particularmente problemática, desde una perspectiva no política sino empírica.

Sucede que al hacer este anuncio, el Presidente de los Estados Unidos está asumiendo que la conducción de Al Queda y sus organizaciones satélites mantienen en vigencia una estrategia de “territorialización” de los grupos que la integran; la misma estrategia que acaba de fracasar frente a la tecnología de los Estados Unidos y sus aliados.

Dicho de otro modo, a partir de 1996 puede verse un paulatino proceso donde Al Queda va construyendo una base geográfica para su poder, aprovechando por un lado, la inestabilidad de Afganistán; la dualidad de muchos estados árabes y la cooperación apenas encubierta del ISI Pakistaní.
El siguiente error de cálculo fue pensar que América y sus aliados disponían poco más o menos de la misma tecnología que la URSS a comienzos de los 80, con lo que, al igual que los rusos en su momento quedarían atrapados en una interminable guerra de desgaste, y volvieron a equivocarse.

Para Diciembre es visible que ya no solo no creen en la posibilidad del éxito de una confrontación abierta, sino que la rehuyen, al tiempo que procuran retirar discretamente de Afganistán sus mejores cuadros y dispersarlos por todo el planeta, hecho esto con éxito variable. El propio presidente Bush es quien en su discurso reconoce que “...deberemos descubrir células terroristas en 60 países o tal vez mas...”. Esta aseveración no solo confirma la “dispersión” de Al Queda sino que deja además sobre la mesa interrogantes que van desde cómo manejar acciones que serán vistas por la comunidad internacional como ingerencias indebidas, hasta llegar al análisis de la intervención militar unilateral, instrumento que el presidente considera necesario para enfrentar la amenaza terrorista.

Pero la lucha contra el terrorismo tiene un componente “militar” que es mínimo si se los compara con los tremendos requerimientos de inteligencia que plantea. A esto se suma que la inteligencia necesaria difícilmente se podrá obtener sin la cooperación internacional. Claro que la noción misma de “cooperación internacional” es conflictiva con la idea del uso unilateral de la fuerza armada y esta contradicción no parece ser fácil de resolver.

Queda además flotando en el aire la impresión que la Administración Bush asume la responsabilidad de “separar la paja del trigo”, en otras palabras, de calificar casi unilateralmente que es “lo bueno” y que es “lo malo” en la lucha contra el terrorismo, lo que no parecería ser la manera ideal de construir consensos multinacionales, particularmente porque la percepción de la peligrosidad de Al Queda no es compartida por toda la comunidad internacional, en la media en que el grupo terrorista evitó, hasta ahora atacar blancos que no estuvieran ligados a los Estados Unidos.

Es comprensible que la superpotencia no puede aguardar de brazos cruzados un nuevo ataque del terrorismo, y que la lucha contra este no se gana desde la pasividad, pero, en el largo plazo, todas las medidas que aíslen a Estados Unidos del apoyo del resto de la comunidad internacional, jugarán a favor de los terroristas y no es su contra, y esto hay que pensarlo cuidadosamente.

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