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Julio Pomés

¿Es factible un pacto de Estado?

Habrá un momento en que Zapatero tendrá que rogar un pacto con el PP porque será consciente de que las medidas duras son ineludibles y que tras tantos engaños carece de la legitimidad para exigir sacrificios a los españoles.

Es una afirmación compartida por la mayoría de los expertos económicos independientes que España será unos de los países de la Unión Europea que saldrá más tarde de la crisis. Los argumentos más extendidos que sostienen este retraso son las dos crisis españolas adicionales a la global: la inmobiliaria y nuestra falta de competitividad.

Ese diagnóstico –aunque certero– es incompleto. España sufre además de esos dos males un elemento cualitativo que agrava nuestra situación: la falta de confianza que los empresarios tienen en los que nos gobiernan. Los que generan riqueza y empleo están desconcertados de unas políticas tan improvisadas como cortoplacistas. Cuando se percibe que el Ejecutivo da grandes bandazos y que no tiene claro que el largo plazo es lo que importa, pocos son los que se atreven a invertir. Es revelador que según un sondeo elaborado por el diario Financial Timesen países europeos, sean los ciudadanos españoles los que peor valoran la acción del Gobierno frente a la crisis económica (más del 70% tiene una visión negativa de las actuaciones del Ejecutivo español).

Es descorazonador que frente al sentido común que se impone en otras naciones, aquí nuestros dirigentes están más pendientes de agradar a los que más se mueven, que de aplicar la imprescindible cirugía. Cualquiera percibe que es un error confiar en que el incremento del gasto público para tener las mejores aceras del mundo (fondos a los ayuntamientos) va a mejorar la economía. Tampoco subir impuestos va a aumentar el empleo sino que disminuirá el número de emprendedores. A este respecto sigue siendo válido y actual el célebre discurso de Margaret Thatcher The lady’s not for turning (Esta señora se mantiene firme), del que es muy oportuna esta cita: "El aumento de los gastos públicos, lejos de remediar el desempleo, puede ser el mismo vehículo que conduce a la pérdida de empleo y provoca la bancarrota de la industria y el comercio".

Ante tanta incertidumbre global y del sistema económico español la pregunta del millón es: ¿Cómo generar confianza para que forjemos una buena estrategia contra la crisis? La respuesta mejor intencionada la llevan proclamando los últimos meses muchas voces desde la izquierda (Felipe González) hasta la derecha (María Dolores de Cospedal) pasando por figuras independientes (Antonio Garrigues Walker). Todos ellos han reclamado un pacto de Estado para afrontar la crisis económica. El argumento común utilizado se refiere a la necesidad de concentrar esfuerzos para ponerse de acuerdo en una estrategia eficaz, dejando a un lado las guerras político-partidistas que tanta energía consumen.

Merece la pena estimar cuáles serían las posturas de las fuerzas sociales y políticas ante el posible pacto. La impopularidad inicial si se aplicara la austeridad que hace falta es un aceite de ricino que el Gobierno querrá evitar mientras pueda. Respecto a los sindicatos hay que reconocer que tienen prisionero al Ejecutivo, que no se atreve a una reforma laboral por su temor a una huelga general. Fue sorprendente que el 1 de mayo sus manifestaciones fueran contra el partido de la oposición. Una CEOE acosada por un Gobierno nada neutral, y que además carece de autoridad porque no ha sabido quitarse el sambenito de abogado de ricos, apenas influirá en lo que ocurra. Un Partido Popular que es consciente de que si pacta con los socialistas, estos podrían traicionarle y adjudicarle ante la opinión pública el abandono de las políticas complacientes, recelará ante el riesgo de un desgaste ante las próximas elecciones. Por último una prensa sumida en una crisis económica, necesitada de las prometidas subvenciones gubernamentales y que ha presentado unos EREs que debe aprobar el Ejecutivo, no podrá ser muy beligerante.

¿Creen ustedes que Zapatero –digan lo que digan los sindicatos y los mandarines autonómicos– estará dispuesto a abandonar el populismo y a pactar las reformas que hacen falta? La respuesta es muy clara. ZP no puede vivir siempre de sacar de su chistera ocurrencias que entretengan porque la capacidad de deuda no es ilimitada. Habrá un momento en que tendrá que rogar un pacto con el PP porque será consciente de que las medidas duras son ineludibles y que tras tantos engaños carece de la legitimidad para exigir sacrificios a los españoles. Zapatero acabará percibiendo que la evolución de la economía puede llevar al riesgo de un estallido social que condenaría al ostracismo al PSOE para varias legislaturas.

La clave para que ese gran pacto de Estado sea factible y nos ayude a salir de la crisis es que Zapatero dé garantías al PP de que no le traicionará adjudicándole ante la opinión pública el cese de políticas complacientes. La catarsis que deberá sufrir el PSOE –si no quiere que la situación se le descontrole– es que se decida a abandonar su perversidad populista y las consiguientes políticas cortoplacistas que le caracterizan. Sin duda lo que más puede ayudar a los socialistas a recuperar la dignidad perdida por tantos errores absurdos como ministros impresentables, no prevenir una crisis que todos los ciudadanos veíamos venir, la espiral del despilfarro público, el haber provocado en Cataluña un estatuto que la aleja de España, el que le importe demasiado (hasta el ridículo) la imagen exterior y tantas barbaridades más es que comiencen a reconocer sus errores y con mucha humildad persuadir al PP a que se avenga a forjar un pacto para salir de la crisis. El enemigo de la frivolidad es la miseria. La realidad se acabará imponiendo. Cuanto más tarden en lograr el pacto mayor será la humillación para los que gobiernan.

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