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Julio Pomés

Sindicatos caducados

Si los sindicatos no quieren ser vistos como instituciones caducadas deben renovarse completamente e ilusionar de nuevo. Les conviene tener un buen debate interno para recuperar su utilidad en las relaciones laborales en el siglo XXI.

Vergüenza ajena. Eso es lo que seguramente sentirían los sufridos fundadores del movimiento sindical si levantasen la cabeza y contemplaran el desarrollo de la huelga general del 29-S. Seguramente aquellos grandes hombres, que no vivían del sindicalismo sino para el sindicalismo, serían los primeros en reconocer que lo que en el argot político del Gobierno se expresa como paros "desiguales y moderados", se traduce en lenguaje común como fracaso rotundo. UGT y CCOO han utilizado la máxima medida de reivindicación, una huelga general, sabiendo que la reforma laboral era un motivo insuficiente. Si la razón de la huelga era pobre, más injustificable resulta la violencia que han ejercido algunos piquetes ‘informativos’. Muchos somos los que pensamos que sin la existencia de estos grupos de coacción, verbal o física, la huelga habría pasado inadvertida. Más allá de estos hechos, esta huelga ha revelado algunas cuestiones de fondo sobre el papel de los sindicatos en la España de hoy.

De entrada, la protesta que enarbolaba la huelga carece de sentido porque la reforma laboral es una medida ya aprobada, que no puede derogarse por ser imprescindible. Antaño, las huelgas constituían el principal brazo ejecutor de unos sindicatos que sí defendían a sus trabajadores ante los abusos de la Administración y de los empresarios, y lograban mejorar las condiciones de sus afiliados. Hoy, si algo sabemos todos los españoles, es que Zapatero no va a dar marcha atrás en un asunto necesario que viene exigido tanto por la crisis económica como por la Unión Europea. Mucho menos cuando ya ha ‘descontado’ el vendaval que la medida ha generado y tiene resuelta la aprobación de los próximos presupuestos generales. Así pues, conscientes de la ineficacia de los paros del 29-S, parece más bien que los sindicalistas han salido a la calle a ganarse el pan, a que se vea que siguen organizándose y protestando, para que se justifique su existencia y el dinero que cuestan. Después de todo, la docilidad que han demostrado desde que empezó la peor crisis económica desde el crack del 29 empezaba a resultar sospechosa.

Pero es demasiado tarde. Lejos quedan los tiempos en los que los trabajadores percibían a los sindicatos como mejor garante de sus derechos. La gente sabe que está sola a la hora de encontrar empleo y abrirse camino en el terreno laboral, y por eso no sorprende que la única guerra de números que preocupa ya en España sea la de una tasa de paro que crece sin parar. Así pues, convocando esta huelga los sindicatos se han disparado en el pie mostrando la realidad de su ineficacia.

De todas formas, y para consuelo de ellos, no sólo ha contribuido a este descalabro su torpeza. La pérdida de influencia social de los sindicatos en España va en la línea de lo que está ocurriendo en otros países. Una referencia ineludible es el caso de las centrales sindicales en Estados Unidos: su popularidad va en caída libre a pesar de la gravedad de la crisis económica y del un cierto apoyo del presidente Obama.

Si los sindicatos no quieren ser vistos como instituciones caducadas deben renovarse completamente e ilusionar de nuevo. Les conviene tener un buen debate interno para recuperar su utilidad en las relaciones laborales en el siglo XXI. No en vano, la economía es cada vez más terciaria, y ya no se trabaja en grandes fábricas, por lo que no resulta tan fácil que los intereses de muchos den forma a movimientos sindicales como hemos conocido hasta ahora.

Y, a la hora de proponer nuevos modelos, sería justo proponerles que estuvieran más cerca de la sociedad civil y más lejos del estatus de una casposa institución paragubernamental. Los sindicatos debieran darse cuenta que la fuerza de la opinión pública reside cada vez más en el carácter participativo y emular el modo de funcionar de las redes sociales. El 29-S los términos ‘spanish strike’ y ‘strike spain’ estaban entre los más buscados en Google. Hoy el poder de las redes sociales puede ser más eficaz para quebrar una empresa que utilice mano de obra infantil de un país subdesarrollado, que una enorme manifestación callejera que intente impedir las importaciones de esa nación. Tal vez haya llegado el momento de que se le otorgue a la sociedad el protagonismo que se merece, y de que se reconozca su madurez democrática. La legitimidad de los sindicatos está cuestionada y no la tendrán mientras les falta la cualidad esencial para ser valorados: la autonomía que supone dejar de depender de las subvenciones del gobierno de turno.

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