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'EL EJÉRCITO FURIOSO'

Adamsberg e hijo

No es ningún secreto que soy una admiradora entusiasta de Fred Vargas. Sin embargo, la ya penúltima novela de la serie del comisario Adamsberg, Un lugar incierto, me había hecho preguntarme si no estaríamos ante un fin de ciclo.


	No es ningún secreto que soy una admiradora entusiasta de Fred Vargas. Sin embargo, la ya penúltima novela de la serie del comisario Adamsberg, Un lugar incierto, me había hecho preguntarme si no estaríamos ante un fin de ciclo.

Aunque tan apasionante como todas las suyas, la citada obra presentaba elementos que no auguraban nada bueno: parecía que Vargas trataba de introducir una suerte de giros de guión más propios de un culebrón que de una novela policíaca para que no se agotara la fórmula que le ha dado éxito. Algo así como cuando en una serie de televisión los guionistas, agotadas las ideas, hacen que los protagonistas se líen unos con otros, tengan hijos o descubran que tienen un padre transexual que actúa en un casino de Las Vegas.

En el caso de nuestra autora, había tenido la idea de que a su comisario Adamsberg, de pronto, le apareciera un hijo secreto ya crecidito y no demasiado encantador. Me hacía temerme lo peor para su siguiente novela: escenas de lo más sentimental, reproches, lágrimas, abrazos y el comisario llevando a su hijo a pescar o de excursión a la montaña para crear uno de esos inolvidables momentos Kodak. Bien, naturalmente, no hay nada de eso: Fred Vargas no tiene nada de sentimentaloide, Adamsberg e hijo no han salido de un telefilme de fin de semana y la nueva novela de la serie es una de las mejores de la escritora francesa.

En El Ejército Furioso, la nota que aparece al final, donde la autora nos remite al historiador anglonormando Orderic Vital (u Ordericus Vitalis) y a una obra sobre fantasmas y aparecidos en la Edad Media, nos da una idea de que no estamos ante una novela policíaca más. En alguna reseña anterior he escrito que las novelas de Fred Vargas son casi un género aparte. Nadie como ella combina asesinatos, investigaciones, líos amorosos, escenas terroríficas, monstruos, leyendas medievales, historia y arte. Casi parece que el crimen sea una mera excusa para unir todos esos elementos de forma insólita y presentar al lector una trama tan imposible que, con toda seguridad, a otro autor no le funcionaría. Y no es porque Vargas sea una mujer de gran formación intelectual, que lo es, sino porque tiene el don de todo buen escritor: saber contar historias que atrapan al lector.

Las historias de Vargas enganchan desde la primera página gracias a su trama, al ritmo que sabe imprimirles y, por encima de todo, a unos personajes únicos. No hay comisario más improbable que Adamsberg; sus subordinados parecen sacados de una galería de inadaptados y no durarían ni diez minutos en una comisaría real; los asesinos son cultos, brillantes y, a menudo, encantadores; los personajes secundarios resultan tan insólitos e interesantes que nos hacen desear que se nos cuenten más cosas sobre ellos, que la historia continúe. Y he ahí otra de las claves: nuestra escritora consigue dosificar la información que nos ofrece y el ritmo al que transcurre la narración; sabe cuándo introducir una digresión que nos traslada a la Bretaña medieval, cuándo hablarnos de los amoríos del comisario o de los problemas de alcoholismo de su amigo Danglard y nunca, ni por asomo, resulta aburrida o baja el nivel. Nos cuenta historias imposibles y, mientras las leemos, nos parecen verosímiles y deseamos que no se acaben.

El Ejército Furioso del título de la novela que hoy nos ocupa es una de esas historias imposibles, una leyenda medieval sobre una mesnada de muertos vivientes que persigue a los criminales a los que la justicia humana ha dejado impunes. Su aparición es siempre presagio de muerte inminente e inevitable. Parece que ni siquiera Adamsberg, que ha combatido a presuntos vampiros y hombres lobo, puede detener a este ejército de las tinieblas.

Con este punto de partida, Vargas vuelve a sacar a Adamsberg de ese París que tanto le ahoga y lo traslada a un entorno en el que se desenvuelve mucho mejor, un remoto pueblecito de Normandía. Una vez más, tratará de salvar al chivo expiatorio de turno, saltándose más que nunca el procedimiento con la complicidad de sus subordinados y de su hijo Zerk. Es éste uno de los grandes hallazgos de la obra. La autora no se pierde en explicaciones inútiles sobre el carácter del joven, su relación con su padre, sus dudas respecto a éste o sus inquietudes, pero con sólo una frase, una escena, consigue darnos toda esa información. Zerk es, desde esta novela, uno más del grupo, un compañero más de Adamsberg, quizá el más importante y el que más le ha hecho madurar.

No se puede contar mucho más de la trama de El Ejército Furioso sin desvelar demasiado y privar así al posible lector de uno de los placeres de esta obra: la incertidumbre; pero sí puedo asegurar que Fred Vargas, con la excusa de una serie de crímenes inexplicables y una historia de fantasmas, logra componer una novela brillante que va más allá del thriller al uso. Una historia en la que muestra que las fuerzas que guían al hombre siempre son las mismas: el amor, la amistad, el miedo, la venganza, la búsqueda de un sentido a su existencia, de algo que le trascienda... Descubriremos que siempre habrá quien trate de lograr sus objetivos a toda costa, sin importarle para ello cometer un crimen, pero también que siempre habrá alguien que busque justicia para las víctimas.

Es igualmente una novela sobre el poder del rumor y la sospecha. Y sobre la importancia de la familia. Y sobre el miedo a ser diferente. Pero, de verdad, tampoco hace falta analizarla tanto: es una novela excelente y que no defrauda al lector. Realmente, no hace falta decir más. Léanla.

 

FRED VARGAS: EL EJÉRCITO FURIOSO. Siruela (Madrid), 2011, 368 páginas. Traducido por Anne-Hélène Suárez Girard.

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