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LA REINA EN EL PALACIO DE LAS CORRIENTES DE AIRE

Algo huele a podrido en Suecia

Trama: Lisbeth no ha muerto pero tiene una bala en el cerebro. En el hospital tiene buena y mala suerte. Uno de los más prestigiosos neurocirujanos norteamericanos está de paso por Suecia. Eso es la cara. La cruz es que su sanguinario y desnaturalizado padre, Alexander Zalachenko, está en la habitación de al lado, con la cara partida por el hachazo que le propinó su hija y con un frío plan para saciar sus ardientes ganas de convertirse en parricida.

Trama: Lisbeth no ha muerto pero tiene una bala en el cerebro. En el hospital tiene buena y mala suerte. Uno de los más prestigiosos neurocirujanos norteamericanos está de paso por Suecia. Eso es la cara. La cruz es que su sanguinario y desnaturalizado padre, Alexander Zalachenko, está en la habitación de al lado, con la cara partida por el hachazo que le propinó su hija y con un frío plan para saciar sus ardientes ganas de convertirse en parricida.
Desde la cama del hospital, y gracias a su genio informático, Lisbeth intentará organizar su defensa en el juicio por asesinato en el que es la principal invitada. Como acusada.

A su alrededor, el periodista Kalle Blomkvist no se fía para nada de los poderes establecidos –de la policía a los servicios secretos, pasando por un psiquiatra loco y un fiscal corrupto– y comienza su investigación en paralelo sobre el complot contra Lisbeth, lo que finalmente pondrá contra las cuerdas a las estructuras fundamentales del Estado democrático sueco.

Más de dos mil quinientas páginas después y otras tantas calorías quemadas en la bici estática, un sitio ideal para leer estos libracos de peso largo y frase corta, ¿qué queda de la trilogía de Stieg Larsson sobre conspiraciones empresariales y del Estado contra individuos presuntamente indefensos y desarmados? Pues más bien poco. Cierto cansancio y el deseo de que, por Dios, no vayan a editar esa presunta cuarta parte que aquél tenía a medio escribir cuando un ataque al corazón se lo llevó a los cincuenta años y sin enterarse de que iba a vender millones de ejemplares (sus odiados padre y hermano y la desconsolada esposa, ahora en litigios por un quítame allá esos millones de euros, le agradecen la insospechada herencia).

Según Borges, incluso el más mediocre de los poetas ha atinado alguna vez con un verso memorable. Y en La reina en el palacio de las corrientes de aire supongo que habrá alguna escena grandiosa, una secuencia bien narrada, alguna personalidad plasmada con detalle y enjundia. Pero, o bien no di con ellas, o si las hay no me acuerdo. Empezando por el título, todo en esta narración aparece impostado y artificioso. Al menos el original sueco: El castillo en el aire que estalló, es mucho más cotidiano y comestible que su bárbara y barroca traducción española.

Stieg Larsson.Si la prosa es funcional, utilitaria y francamente ordinaria, cuando no vulgar; si la estructura y la forma son evidentemente rancias y obsoletas, ¿dónde reside la fascinación de este relato de raros quijotescos contra el poder establecido en todas sus formas, de la política a la médica, de la judicial a la burocrática? Precisamente en dicho posicionamiento dentro de la literatura antisistema que se aprovecha del sistema. Sin correr ningún riesgo, sin ofrecer ninguna renovación, Larsson trata de hacer thriller político progresista desde una forma arcaicamente retrógada. O dicho de otro modo: Larsson, cuya intencionalidad política es evidente, ha obviado que lo político en la literatura –como Godard sostuvo acerca del cine– significa no sólo hacer libros políticos, sino hacerlos políticamente. Es decir, renovando la estructura, la forma y la función de la maquinaria literaria respecto a su intencionalidad. Por el contrario, Larsson se ha y nos ha servido un atracón de fast books. Fast, rápido, porque la mirada se desliza superficialmente y a toda prisa sobre el texto, sin llegar a aprehenderlo realmente. Fast, porque funciona como la comida basura, que llena pero no alimenta. Y, al modo del estúpido Morgan Spurlock poniéndose hasta las trancas de hamburguesas de McDonald's en el pseudo documental Super Size Me, finalmente estamos más que ahítos de tanta palabra amontonada, y con el colesterol literario por las nubes.

En esta ocasión, la idealista, utópica, esforzada y dura comuna creada alrededor de Lisbeth Salander seguirá luchando con inteligencia y desparpajo contra las maquinarias que estarían dominando la realidad social: por un lado el poder económico, simbolizado aquí en un alto ejecutivo de un grupo de comunicación de derechas que sin escrúpulos comerciará con los derechos humanos de los niños, y por otro el poder político, encarnado en un subgrupo terrorista inserto en los cuerpos de seguridad del Estado sueco (una especie de GAL, para entendernos).

Uno de los puntos más controvertidos de la novela, a la vez que uno de sus pilares sociológicos, es la apuesta declarada por un punto de vista feminista y de reivindicación de las mujeres.
Sin embargo, los libros de historia se muestran por lo general muy reservados con respecto a las mujeres guerreras... Pero lo cierto es que siempre han existido: apenas ha habido una sola guerra que no haya contado con participación femenina.
Lo que significa remar a favor de corriente, sobre todo en un mercado, el de los best sellers, cuyos clientes mayoritarios son mujeres. Y esto vale igual para la literatura de arte y ensayo: por ejemplo, la multiaclamada 2666 de Roberto Bolaño, como para la multivendida serie literaria que nos ocupa. Si Bolaño se sumergía en el genocidio silencioso de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (también protagonistas, qué casualidad, de la cuarta parte inacabada de la serie Millennium), Larsson reivindica el imaginario de las mujeres guerreras explícitamente, a través de una serie de textos cortos en los que nos ilustra sobre más o menos míticos ejércitos de féminas: las que disfrazadas de hombres combatieron en la guerra civil norteamericana, las amazonas (de las que Larsson recoge la interpretación de que no sólo no se extirpaban el pecho derecho, sino que los tendrían particularmente grandes), la ginecocracia libia descrita por Diodoro de Sicilia: la reina Myrina y sus treinta mil chicas guerreras, que arrasaron el Mediterráneo, consideraban el matrimonio una sumisión, y para perder la virginidad primero tenían que matar a un hombre (la feminazi Andrea Dworkin tendría a Myrina en su santoral), y el ejército del pueblo fon, al oeste de África, documentado en el libro Amazons of Black Sparta, de Stanley B. Alpern.

Estas escasas páginas, apenas ocho entre 840, son lo mejor y más aprovechable para aquellos que veneran la literatura y aman a las mujeres. Completamente dependiente de la caracterización de sus dos protagonistas –la genial y malhablada Lisbeth y su Sancho Panza particular, el heroico y libertino Kalle Blomkvist–, esta tercera entrega se resiente de que dichos personajes se han fosilizado y no dan más de sí: pasan de fascinantes a cansinosy cargantes.

Por cierto, se propagan los rumores de que Larsson fue en realidad asesinado por los servicios de seguridad suecos, una secta nazi o un club de lectura de la biblioteca pública de su barrio, pero no tienen mucha credibilidad.


STIEG LARSSON: LA REINA EN EL PALACIO DE LAS CORRIENTES DE AIRE. Destino (Barcelona), 2009, 864 páginas.

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