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HAYEK

Democracia totalitaria

Aristóteles decía que la demagogia era la corrupción de la democracia. Parece que escribió estas palabras en pleno siglo XX, porque los sistemas democráticos actuales padecen de ese vicio. Como el fin de todo político es ser reelegido, intenta contentar al pueblo con subsidios y ayudas sociales. Redistribuyendo, pues, la riqueza.

Aristóteles decía que la demagogia era la corrupción de la democracia. Parece que escribió estas palabras en pleno siglo XX, porque los sistemas democráticos actuales padecen de ese vicio. Como el fin de todo político es ser reelegido, intenta contentar al pueblo con subsidios y ayudas sociales. Redistribuyendo, pues, la riqueza.
Detalle de la portada de DEMOCRACIA, JUSTICIA Y SOCIALISMO.
De este modo, los límites a la acción del Estado se evaporan por arte de magia. La democracia acaba convirtiéndose en un engendro que impone una dictadura implacable, de la que uno no puede escapar.
 
En el libro que comentamos, Hayek se preocupa por el tipo de excesos democráticos que ponen en peligro la libertad y comprometen el progreso. En la medida en que la democracia pueda pisotear los derechos individuales por un supuesto bien común, desaparecerá el imperio de la ley.
 
Actualmente, los parlamentos legislan en contra de las personas. Sólo los colectivos merecen su atención. La coacción con la que hacen ejecutar sus decisiones en nombre de la justicia social destruye el orden social vigente.
 
Friedrich A. Hayek.Si la redistribución de la renta y las regulaciones que impiden a los individuos disponer de su propiedad son justificables porque pretenden eliminar las injusticias del mercado, entonces no hay límite para la acción del Estado. Todo puede ser devorado por él. Incluso la libertad.
 
Con este sistema, señala Hayek, el Gobierno tiene la obligación de darnos, mediante la coacción, lo que han obtenido los más prósperos. "Tan radical conculcación del incentivo individual a la producción sólo puede tener efectos negativos sobre la misma".
 
Ya no es una mera cuestión de que el mercado sea o no eficiente, sino de que en un país en el que prime el sistema socialdemócrata ningún hombre está a salvo del pillaje. Quien crea que simplemente recibe y que no contribuye se equivoca, porque al final son los grupos de presión los que más y más fondos obtienen del Estado. Argüir que el objetivo es que los pobres prosperen y que ellos son los destinatarios de las políticas sociales no es más que el engaño con que se encubre un expolio a gran escala. Nadie se escapa a la redistribución masiva. Los ricos subvencionan a otros ricos; los pobres, a otros pobres y a los ricos; y aquéllos a todos éstos. El resultado es lamentable, puesto que sólo ganan los políticos, los burócratas y los lobbies.
 
El peligro es evidente, puesto que, según Hayek, "una comunidad en la que tan sólo determinados individuos está en situación de obtener, por vía de la extorsión, cuanto según su propia opinión merecen, puede resultar insufrible para el resto de la población". "Si el proceso se generaliza –añade–, necesariamente cualquier orden social tiene sus días contados".
 
¿Cuánto tiempo resta para que nos demos cuenta de que el sistema que idolatramos como paradigma occidental fagocita a los individuos?
 
 
Friedrich A. Hayek: Democracia, justicia y socialismo. Unión Editorial, 2005 (3ª edición). 101 páginas.
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