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EL CRISTIANISMO HEDONISTA

Dios y el placer

Ni el mundo es un valle de lágrimas, ni los hombres somos unos pecadores. El mensaje de los cristianos heterodoxos que recoge Onfray en este tour de force de la historia de la ideas revoluciona el mensaje de Jesucristo.

Ni el mundo es un valle de lágrimas, ni los hombres somos unos pecadores. El mensaje de los cristianos heterodoxos que recoge Onfray en este tour de force de la historia de la ideas revoluciona el mensaje de Jesucristo.
Como vimos hace unas semanas, Michel Onfray se ha propuesto con Contrahistoria de la filosofía rescatar a pensadores cuyo hedonismo quedó arrinconado por la influencia del platonismo y el cristianismo. Si en el primer volumen nos sedujo con autores griegos tan famosos como Epicuro y tan interesantes como Lucrecio, en este segundo tomo arranca con los gnósticos y acaba rindiendo pleitesía al gran Montaigne.
 
Sobre ese amplio espectro de personajes que desfila ante los ojos del lector: libertinos varios, iconoclastas en todo caso y más de uno que acabó en la hoguera por obra y gracia de la Inquisición, destaca la siguiente idea: Dios es parte de la naturaleza, y nosotros también; por tanto, el Todopoderoso está en todas las cosas. Así pues, no hay nada que nos sea ajeno. Nuestro cuerpo y los placeres que nos puede deparar derivan de la creación de Dios. En consecuencia, de ningún modo se ofende al Padre por obtener deleite en esta vida.
 
Evidentemente, el panteísmo es una de las herejías que más furibundamente ha perseguido la Iglesia, porque acaba con la dicotomía entre cuerpo y alma y ridiculiza la persecución de los instintos, así como la imposición del sentimiento de culpa con que se ha sometido al hombre durante siglos. Como subraya Onfray, "el hedonismo supone (…) la obediencia al movimiento que nos impone la Naturaleza, que es el otro nombre de Dios. La sexualidad procede de las formas que lo divino adopta en el mundo".
 
El placer, en palabras del que fuera secretario de Alfonso V de Aragón, Lorenzo Valla, a quien Onfray dedica un capítulo de su libro, concuerda con la naturaleza. Abrazar el goce y detestar el displacer y el sufrimiento es la tendencia natural, por lo que resulta lógico que el placer sea lo que oriente las virtudes.
 
Heredero del polémico Valla, que escapó de la herejía gracias al monarca al que sirvió, Erasmo de Rotterdam es otro de esos autores a quien prácticamente sólo se conoce por las becas que llevan su nombre. Sin embargo, perderse su crítica a la adoración de las reliquias, la práctica del ayuno y la confesión es un pecado; o mejor dicho, una pena. Para Erasmo, el cristiano debe evitar el dolor y el sufrimiento "mediante el poder de su determinación y la fe".
 
En esta misma línea se presenta el célebre Montaigne, quien, aunque creyente, no comulga con quienes practican una "religión de la virginidad". El autor de los Ensayos ataca asimismo el paraíso de los cristianos, y el de los musulmanes, por no ser más que una quimera.
 
Para el famoso escéptico, ser cristiano es ser "justo, caritativo y bueno"; fuera de eso, "no hay ninguna necesidad de creer que el cuerpo es detestable (…) que Dios se ocupa del destino de todo el mundo en detalle, que el alma es inmortal, que el Paraíso existe y, por tanto, también el Infierno".
 
Michel de Montaigne.De todas las ideas de Montaigne, la de la muerte es la que más estremece, por su clarividencia. Es preferible morir a vivir malamente. Como recordaba Epicuro y asume el francés, cuando se muere ya no se está, por tanto nada cabe temer a tal estado, mientras que una vida que no merezca vivirse se convierte en una existencia carente de sentido. Plantearse que cabe una salida, el ejercicio de lo que otro pensador llamó la "libertad fatal", da buena cuenta de la estatura intelectual de quien se toma en serio el oficio de vivir… y pensar.
 
Con gran dureza, Montaigne dedica uno de sus mejores ensayos, "Que filosofar es prepararse a morir", a esta materia. En él, compara el miedo que sienten los niños a quienes van disfrazados con el que tenemos nosotros a la muerte, y conmina a "retirar la máscara lo mismo de las cosas que de las personas", para, "una vez quitada", no hallar "bajo ella a la hora de la muerte nada que pueda horrorizarnos". "Feliz el tránsito que no deja lugar a los aprestos de semejante viaje".
 
Más que para la muerte, probablemente la filosofía nos prepare para vivir, con consciencia, sin pecado ni culpa, libres para elegir el camino que deseemos y afrontar las consecuencias de nuestras acciones. Libres… y responsables, en último término ante nosotros mismos y, según los cristianos, ante el propio Dios.
 
En este segundo volumen de su Contrahistoria de la filosofía, Onfray consigue enseñarnos qué significa esa magna empresa, y nos explica por qué el cristianismo puede reinterpretarse en clave hedonista. A muchos les chocará, y ciertamente no les faltará razón, pero su proyecto es ciertamente admirable y el resultado, sin duda, inmejorable.
 
 
MICHEL ONFRAY: EL CRISTIANISMO HEDONISTA. CONTRAHISTORIA DE LA FILOSOFÍA II. Anagrama (Barcelona). 339 páginas.
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