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IN A DARK WOOD

Ecotopía

El ecologismo, a primera vista, parece una colección de recetas para impedir que el hombre destruya la naturaleza. Sin embargo, como veremos en esta reseña del polémico libro del profesor Alston Chase En un bosque oscuro, más bien se trata de una filosofía antihumanista.

El ecologismo, a primera vista, parece una colección de recetas para impedir que el hombre destruya la naturaleza. Sin embargo, como veremos en esta reseña del polémico libro del profesor Alston Chase En un bosque oscuro, más bien se trata de una filosofía antihumanista.
Detalle de la portada de una edición de IN A DARK WOOD.
Hace diez años, un profesor de filosofía decidía publicar un libro que se convertiría en un quebradero de cabeza para los ecologistas: In a dark wood. Con esta obra, Chase se propuso una tarea heroica: estudiar cómo surgió el movimiento ecologista en los Estados Unidos y explicar cuáles eran las ideas que le movían.
 
Aparentemente, todo comenzó con la preocupación por el estado de los bosques y por encontrar la manera idónea de preservarlos. Poco a poco la discusión pasó del mejor método de talar árboles y plantar otros nuevos a la necesidad de devolver los bosques a su estado primigenio. Mientras los incendios se sucedían porque se estaba dejando de limpiar la maleza y, al no talarse los árboles viejos, éstos eran pasto de las llamas, los leñadores y sus familias veían cómo su medio de vida desaparecía. Los ecologistas, en cambio, se mostraban ufanos: contaban con millones de dólares para sus campañas y los medios de comunicación difundían sus mensajes apocalípticos. El coste para los contribuyentes había sido de 20.000 millones de dólares. ¿Acaso merecía la pena semejante derroche?
 
Para alcanzar tal éxito, los ecologistas no habían escatimado recursos. Primero trastocaron el concepto de ciencia, haciendo que sus ideas encajaran en experimentos debidamente manipulados. Después habían utilizado la demagogia para convencer al público de que el capitalismo iba a arruinar el ecosistema y de que nunca más verían una secuoya o un búho, porque tanto las plantas como los animales estaban en peligro de extinción.
 
La lucha por los bosques vino a mostrar su verdadera faz. David Foreman, fundador del exitoso grupo ecologista Earth First, lo explicó de este modo: "La idea de proteger los bosques ha evolucionado. Al ser parte de los bosques, cuando los protegemos, nos estamos protegiendo a nosotros mismos". Este mismo personaje tuvo la osadía de no darle importancia a la muerte de un leñador a causa de un ecosabotaje ("ecotaje"), porque le preocupaba más la protección de los bosques.
 
Bajo este nuevo paradigma, del que Foreman fue uno de sus mayores valederos, la naturaleza engloba todo, luego cualquier ser vivo tiene el mismo valor que otro. Lo que se ha dado en llamar "biocentrismo" no es otra cosa que la resurrección del credo colectivista. Si antes, según el padre del holismo, Hegel, los hombres estaban conectados unos a otros por la tradición, el lenguaje y el folclore, formando parte del "espíritu nacional", ahora el ecosistema se convierte en un todo que absorbe al individuo y lo somete a sus deseos.
 
Los primeros en tomarse en serio la "religión de la naturaleza" fueron los nazis. Para Hitler y sus acólitos, como recuerda Chase, era esencial reestablecer la conexión con la naturaleza. Por ello, había que abolir la propiedad privada, para evitar el consumismo y la urbanización, y preservar los bosques tal y como se hallaban siglos antes.
 
Con el tiempo, el viejo sueño nazi se hizo realidad. Las políticas públicas de buena parte del mundo asumían estos fines. Los gobiernos, según el autor, comenzaron a introducir un tipo de delitos que hubieran escandalizado años antes: los crímenes contra la naturaleza. Su objetivo era conseguir que los ecosistemas fueran equilibrados. Así pues, había que preservar el mayor número posible de especies y crear el mayor número de parques naturales.
 
La ciencia que soportaba estas políticas resultaba, cuando menos, dudosa. Sin embargo, lo más trágico del caso era que cada medida suponía limitar la libertad individual, dando cada vez más potestades a los estados para restringir las acciones de las personas. No sólo eso: en el libro se describe cómo estas ideas fueron más perjudiciales que saludables para el medio ambiente.
 
En el Parque de Yellowstone, la actitud pasiva del Gobierno hizo que el número de alces se incrementara exponencialmente, poniendo en peligro el equilibro del ecosistema. Otro tanto sucedió con la población de osos pardos. La búsqueda del grial por parte de los ecologistas pasaba por conseguir el Jardín del Edén, es decir, reestablecer las condiciones forestales previas al descubrimiento de América por Colón. En realidad, ni siquiera los indios dejaron de modificar el entorno que les rodeaba, puesto que eran conscientes de que los diversos hábitat requerían de soluciones como los fuegos controlados. También por entonces las especies desaparecían, y no se podía decir que fuera a causa de los hombres.
 
En este sentido, es apasionante la historia de cómo los ecologistas hicieron de la salvación de cierta clase de búhos su bandera. Aunque poco se sabía de estos animales, se establecieron políticas para su preservación, a pesar de que años después se demostrara que su número nunca se había reducido.
 
En ese proyecto se dejaron guiar por el primitivismo, quizá por la influencia del puritanismo. De hecho, los fundadores de Greenpeace eran cuáqueros. Probablemente, semejante fervor ecológico les impida entender, como advierte Chase, que la naturaleza es más compleja de lo que ellos creen. Está en permanente cambio, por eso no se puede decir que hay una situación ideal o de equilibrio.
 
Alston Chase.Como dice Chase: "Si los expertos no pueden localizar ecosistemas en el mundo real, si no pueden distinguir las extinciones provocadas por el hombre de las naturales, si desconocen el número de criaturas que están en peligro, si no entienden el significado de los términos que utilizan, si no saben prácticamente nada de los requisitos evolucionistas de los habitantes de la Tierra, entonces ¿cómo pueden saber la forma de salvar a las criaturas? La solución que ofrecen los ecologistas es: preservando el ecosistema".
 
Por eso, lo único que se puede aseverar es que hay condiciones óptimas para unas especies, pero no para otras. Así pues, tal y como recomienda Chase, habría que olvidar la cantinela de la "salud de los ecosistemas", porque sólo los propios agricultores y los dueños de los bosques serán capaces de hallar soluciones específicas para los problemas que se planteen.
 
Si no impedimos que estos delirios sigan influyendo en nuestras vidas, llegará un día en que pisar un insecto, comer carne o talar un árbol serán hechos tan delictivos como asesinar a un ser humano, y la vida en la Tierra se convertirá en una dura batalla. Para algunos, ahora mismo, incluso es preferible que mueran hombres a que se maten animales o árboles. Por ejemplo, el otrora contrincante de Bush, Al Gore, que ha llegado a decir esto: "[Hay árboles que] podrían ser cortados y procesados para producir taxol, un medicamento que podría curar ciertos tipos de cáncer. Parece una elección sencilla, sacrificar un árbol para salvar una vida humana, hasta que uno aprende que tres árboles deben ser destruidos por paciente". Otros incluso llegan a alabar a los cocodrilos que devoran a hombres, culpables, suponemos de atentar contra la naturaleza:
 
"Honorables representantes de los grandes y antiguos saurios que poblaron la Tierra (…) benditos seáis ahora y siempre con un buen pedazo de carne humana en la boca como golosina".
 
Frente a este tipo de visiones salvajes, esta obra se erige como un firme baluarte de los derechos individuales y la razón, al tiempo que permite entender cómo la lógica ecologista llevada a sus últimas consecuencias conduce al canibalismo moral. Diez años después de su publicación, podemos decir que estamos ante uno de los mejores libros que podemos encontrar sobre el tema. No es de extrañar que Michael Crichton, en su reciente Estado de Miedo, lo tenga por esencial.
 
 
Alston Chase: In a dark wood: The fight over forests and the myths of nature. Transaction Publishers (New Jersey), 2001 (2ª edición). 535 páginas.
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