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THE ISRAEL TEST

El antisemitismo como odio a la excelencia

Lo primero que llama la atención en este libro es su autor, George F. Gilder (Nueva York, 1939), un tipo con un recorrido realmente peculiar al que se conoce sobre todo porque fue el ideólogo vivo más citado por Ronald Reagan durante su Presidencia: su Wealth and Poverty (1981) hizo de la reaganomics la tendencia económica dominante en los Estados Unidos antes del fin del comunismo.

Lo primero que llama la atención en este libro es su autor, George F. Gilder (Nueva York, 1939), un tipo con un recorrido realmente peculiar al que se conoce sobre todo porque fue el ideólogo vivo más citado por Ronald Reagan durante su Presidencia: su Wealth and Poverty (1981) hizo de la reaganomics la tendencia económica dominante en los Estados Unidos antes del fin del comunismo.
Con la caída del Muro de Berlín, en 1989, Gilder empezó a interesarse por temas tecnológicos con un tono utópico que nunca me ha convencido del todo, y siguió pisando charcos con aquel "Evolution and Me", un artículo en el que tomaba partido por la teoría del diseño inteligente y que puede resumirse en esta frase: "El darwinismo es un impedimento para el avance de la ciencia".

La tesis de The Israel Test queda bien clara en la introducción, que en sí misma es un ensayo autónomo y sirve de resumen a lo que viene más adelante. Gilder no es judío, es más bien lo que se suele conocer como un wasp ("white anglo-saxon protestant"), un protestante blanco anglosajón de pura cepa que, sin embargo, hace la mayor apología del pueblo judío que uno ha tenido ocasión de leer en los últimos tiempos:
Some people admire success; some people envy it. The enviers hate Israel.
Gilder no piensa que el llamado conflicto de Oriente Medio tenga nada que ver con cuestiones territoriales ni religiosas, sino que forma parte de la lucha moral y cultural de nuestro tiempo. La palabra clave es envy, "envidia". El éxito de Israel, un país de apenas 7 millones de habitantes, es lo que provoca en algunos un resentimiento visceral que sirve para alimentar el antisemitismo de toda la vida.

El autor se atreve a razonar de forma impecable cómo el odio a Israel procede de los que no entienden el libre mercado, es decir, establece un vínculo directo entre antisemitismo y antiliberalismo. Dedica páginas memorables a los eunucos mentales incapaces de ver en el free minds, free markets la razón del éxito israelí, que tiene raíces históricas. Porque los judíos han sido siempre emprendedores, comerciantes, banqueros, creadores de riqueza, una minoría dedicada a hacer prosperar las comunidades en que estaban instalados, comunidades que, con frecuencia, los han señalado como chivos expiatorios con el fin de apropiarse de los bienes que su capacidad de emprender e innovar les iba proporcionando: ahí están las persecuciones de la Antigüedad, la Inquisición, la Shoah, los pogromos modernos... Ya que el autor no cita al Lorca de "Poeta en Nueva York", lo haré yo:
Es preciso matar al rubio vendedor de aguardiente,
a todos los amigos de la manzana y de la arena,
y es necesario dar con los puños cerrados
a las pequeñas judías que tiemblan llenas de burbujas,
para que el rey de Harlem cante con su muchedumbre (...)
Porque el j'accuse de Gilder se dirige a las élites intelectuales que en nuestros días ocupan las universidades, los medios de comunicación, las Naciones Unidas, las diversas y corrompidas ONG internacionales y todos los pesebres culturales habidos y por haber, es decir, a los llamados intelectuales. Esta casta de clérigos (como los llamó Julien Benda) son tan indigentes intelectualmente que piensan que la economía es un mecanismo de suma cero, y que, por tanto, alguien es pobre porque ha sido desposeído de los supuestos bienes que poseía. Para el tonto ilustrado contemporáneo (para el perfecto idiota occidental, que diría el maestro Montaner), los recursos son escasos y se visualizan en forma de tarta por repartir, de modo que quien toma un trozo más grande lo hará a costa de la porción de un tercero. En este punto, Gilder vuelve a sus orígenes, a su brillante panfleto reaganiano de 1981. Las mentes obtusas de los clérigos culturales no entienden que el capitalismo es un mecanismo de suma positiva en el que el beneficio de uno es el beneficio de todos, porque la creación de riqueza es acumulable... si existe propiedad privada y un Estado de Derecho.

Por este motivo la legión nada famélica de indigentes sumaceristas es incapaz de concebir que el éxito de Israel provenga de la free enterprise, es decir, de su capacidad para innovar y emprender en libertad. Para ellos, si Israel prospera es a costa de sus vecinos, explotándolos. Unos vecinos que, en vez de imitar la democracia y la libertad israelíes, votan a yihadistas en las elecciones; unos vecinos que impiden a sus súbditos mudarse a los asentamientos judíos, que es lo que realmente quieren, como querían mudarse a Occidente los súbditos del comunismo. Los totalitarios rezuman bilis contra Israel porque su modelo liberal funciona, y eso les despierta envidia y resentimiento, que es la nueva forma del odio antisemita.

De hecho, el autor dedica buena parte del libro a analizar los fundamentos de la sociedad en la que vivimos, basada en avances científicos y tecnológicos llevados a cabo por judíos como Albert Einstein, Niels Bohr, Heinrich Hertz, John von Neumann o Richard Feynman. Ellos establecieron la teoría cuántica que ha permitido el digitalismo en que estamos inmersos, ellos desarrollaron la energía nuclear que posibilitó la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial y posibilita hoy la producción energía limpia y barata con la que prosperar, ellos desarrollaron la biotecnología que nos permite combatir las enfermedades con más eficacia, ellos inventaron el microchip... El genio judío ha forjado en buena parte la cultura y la economía en que vivimos.

Gilder dedica también un capítulo apasionante al pujante Israel de hoy, que tanto debe a las reformas económicas estructurales del primer gobierno de Netanyahu (1996-1999); reformas que, por cierto, recuerdan mucho a las que puso en marcha el primer gobierno de José María Aznar en España durante el mismo período, y que llevaron a nuestro país a un nivel de excelencia como jamás habíamos conocido: luego vinieron otros gobiernos y malbarataron lo logrado con su ineficacia e incompetencia. En Israel, al contrario que en España, dichas reformas liberalizadoras han tenido continuidad e incluso se han visto reforzadas, de modo que hoy en día es con diferencia el país con un mayor grado de innovación per cápita, por encima de los EEUU:
Israel today concentrates the genius of the Jews (...) Today tiny Israel, with its population of 7.23 million, five and one-half million Jewish, stands behind only the United States in technological contributions. In per-capita innovation, Israel dwarfs all nations.
A pesar de este enorme esfuerzo, Israel es un Estado pequeño –más pequeño que el minúsculo New Jersey– que debe dedicar muchas energías a defenderse de los que quieren acabar con él en un baño de sangre. Este es el test Israel al que se refiere Gilder. ¿Envidia o excelencia? ¿De qué lado caerá la moneda? Israel es la frontera; si cae Israel, cae Occidente, porque caen los fundamentos de nuestro modo de vida: la libertad de mercado y la libertad de pensamiento. No es casualidad que el único autor español citado en el libro sea el Ortega y Gasset de La rebelión de las masas (1930): "a masterpiece", sostiene Gilder.

No estamos ante una lucha de fronteras o de religión: esta es una lucha moral contra el resentimiento y la envidia de los que odian la excelencia.


GEORGE GILDER: THE ISRAEL TEST. Richard Vigilante Books (EEUU), 2009, 296 páginas.


EMILIO QUINTANA, filólogo y escritor.
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