Menú
LO REAL POR LO MENTIDO

El arte de la culpa

Joan Font es científico de formación; ejerce de poco habitual político en el Parlamento balear; y arrastra a cuestas un bagaje filosófico y literario más que apreciable. De todo ello emerge su libro Artesanos de la culpa, ejemplo, nada común en nuestra tradición intelectual reciente, de cómo la actualidad política puede ser puesta al servicio de un análisis de mayor envergadura, que permita, a través de su laboratorio, reflexionar sobre las categorías generales de lo ético y lo político. Y dar, al menos, elementos con los que ir esbozando el mapa teórico del abigarrado mundo en que vivimos.

Joan Font es científico de formación; ejerce de poco habitual político en el Parlamento balear; y arrastra a cuestas un bagaje filosófico y literario más que apreciable. De todo ello emerge su libro Artesanos de la culpa, ejemplo, nada común en nuestra tradición intelectual reciente, de cómo la actualidad política puede ser puesta al servicio de un análisis de mayor envergadura, que permita, a través de su laboratorio, reflexionar sobre las categorías generales de lo ético y lo político. Y dar, al menos, elementos con los que ir esbozando el mapa teórico del abigarrado mundo en que vivimos.
EL PENSADOR de Rodin.
Por edad, Font no tiene ya que rendir los tributos al pensamiento político de la primera mitad del Veinte, que tan onerosamente marcó a los que somos de una generación más vieja, y que, aun para romper con sus tópicos, hemos sido obligados a transitar el mentiroso campo de conceptos cruzados que fue el de la Guerra Fría. Los pensadores de la generación nacida a inicio de los 70, de los cuales Font es de algún modo paradigma, están libres de ciertas cortesías intelectuales, de ciertas deudas, de ciertas añoranzas o remordimientos que, aun aquellos de nosotros que lograron romper, no pudieron sino pagar a muy alto precio.
 
El punto de arranque de estos Artesanos de la culpa es la mentira. Su éxito casi universal. La facilidad con la que desplaza en nuestro mundo a cualquier realidad, por muy pesada que sea. Y la esencial perversidad que en lo político introduce semejante tecnología de lo ficticio; sus aterradores efectos de servidumbre.
 
De ese desplazamiento de lo real por lo mentido Font ha tomado un ejemplo reciente, atroz, insoslayable: la respuesta política que, entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, gesta un vuelco provocado de la opinión pública en el que algunos hemos creído ver las huellas de un inequívoco golpe de Estado.
 
Para dar descripción adecuada de ese "mundo al revés", Font recurre a una vieja categoría, ilustrada antes que marxiana, la de ideología. Pasando a marcar brutalmente cómo todos los ensueños de racionalidad social forjados en la segunda mitad del siglo XX se han desmoronado para dar vía libre a la forma más salvaje de imposición ideológica sobre la realidad. "La palabra ideología –escribe– ha perdido buena parte de la carga despectiva y del descrédito que se ganó merecidamente por parte de los historiadores y filósofos de la historia que profundizaron en los totalitarismos del siglo XX. Ahora el término ideología se utiliza indistintamente para referirse a cualquier opción política, la que sea" .
 
La salida de ese sistema de representación aparece como condición previa para cualquier toma de posición, en moral o en política, que no se agote en repetición de lo mandado. Porque "la ideología no se queda en un simple error intelectual o teórico, en explicar mejor o peor la realidad. Además de un sistema omniexplicativo (a partir de la Idea o del modelo), la Ideología es un sistema de fabricación del mundo, consiste también en la materialización, en la concreción de la idea, en la plasmación del modelo en el mundo real. La idea debe hacerse realidad, debe trasladarse del plano abstracto al concreto, sin importar los costes de todo tipo que suponga la materialización de la idea".
 
Artesanos de la culpa se sitúa, ante todo, como un manifiesto –o un panfleto, si se quiere, en el sentido original y noble de escrito combatiente que el término "panfleto" tiene en la tradición ilustrada– contra la general cretinización de la ciudadanía. Una cretinización bien regulada por los grandes medios de comunicación que controlan el poder político en las sociedades contemporáneas, una cretinización que, desde luego, nada tiene de accidental o de espontáneo.
 
"Recuperar el significado y el sentido original de la palabra ideología y adentrarse así en los peligros reales de esta peculiar forma que tienen los pueblos de suicidarse", es la apuesta política y moral que el autor fija a su obra. Entroncar con el llamamiento de Hannah Arendt para forjar sistemas de comprensión del mundo, allá donde nos son impuestas redes de mistificación universal que a sí mismas se revisten con la apariencia de lo obvio, sea cual sea su revestidura simbólica: "Nazismo, comunismo, socialismo, racismo, ecologismo, nacionalismo, fascismo, antiamericanismo, feminismo o bien ese sincretismo tan actual de algunas de [esas ideologías] que es la globalofobia de los movimientos antiglobalización que, como sabemos, se distinguen por su contumacia en el error de achacar al liberalismo todos los males del mundo".
 
De ese desplazamiento que opera la ideología al suplantar realidad por representación, la marea puesta en marcha por los grandes medios de comunicación a lo largo de los meses que precedieron al 11-M da un ejemplo de laboratorio. El antiamericanismo euforizado tras el 11 de Septiembre neoyorkino pasó a dotarse de un hilarante disfraz pacifista cuando las tropas aliadas derrocaron, primero, a los talibanes afganos, inmediatamente al dictador iraquí. "En aquellos días –escribe Font–, paradójicamente, nuestros pacifistas querían más muertos. ¿Paradójicamente? La paradoja sólo es aparente, en realidad la paradoja de que los violentos pacifistas gritaran asesinos y terroristas a militantes, simpatizantes y dirigentes del Partido Popular tenía su explicación. Los mismos pacifistas que se declaraban sin ambages partidarios del régimen de Saddam ante el Gran Satán (Bush, Blair y Aznar) son ahora los mismos que celebran la resistencia iraquí frente a los ejércitos aliados".
 
Para Font, el modo en que ese trabajo preparatorio se articula con el jaque al Estado entre el 11 y el 14 de marzo de 2004 seguiría el modelo arquetípico de la concepción totalitaria de lo político diseccionada por Arendt. "¿Qué había ocurrido en sólo tres días? Tras los atentados del jueves, 11-M, la izquierda y los nacionalistas hicieron cuentas: si podemos echarle la culpa de los atentados de Al Qaeda, de paso se la echamos a Aznar y al Gobierno por habernos metido en la guerra de Irak. Conclusión: Aznar es culpable de los atentados del 11-M de Madrid, porque la matanza es la consecuencia de la guerra de Irak. Durante estos tres días, en una carrera contrarreloj para ganar unas elecciones que tenían perdidas, sin respetar los cerca de doscientos muertos y más de mil heridos de la matanza, los medios de comunicación se echaron a degüello contra Acebes y Aznar, propagando lo que yo he denominado como el gran bulo".
 
Sobre esa experiencia demoledora de marzo de 2004, Font estructura una reflexión de amplio vuelo sobre la perversa función que las ideologías –y sus agentes, ingenuos o deliberados, los intelectuales– han jugado en las catástrofes que definen al siglo XX. En la estela del Julián Benda de La trahison des clercs, estos Artesanos de la culpa retratados por Font son la historia desgarrada del siglo que hemos cerrado. También, el sombrío horizonte sobre el que el nuevo se abre.
 
 
Joan Font Roselló: Artesanos de la culpa. Los intelectuales y las buenas intenciones. Coc 33 Servicios Editoriales, 2005. 277 páginas.
0
comentarios