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'OTRA HISTORIA DE CATALUÑA'

El libro que pedía Pla

Historia es la relación verdadera de los acontecimientos pasados. Sus fuentes principales son los monumentos, los documentos y la tradición; pero estas dos últimas fuentes, si no son cuidadosamente estudiadas, ponderadas y verificadas, son susceptibles de fomentar mitos y leyendas.

Historia es la relación verdadera de los acontecimientos pasados. Sus fuentes principales son los monumentos, los documentos y la tradición; pero estas dos últimas fuentes, si no son cuidadosamente estudiadas, ponderadas y verificadas, son susceptibles de fomentar mitos y leyendas.

La actual historiografía catalana se basa primordialmente en las crónicas de la Edad Media, en la historiografía de la Edad Moderna (siglos XVI al XIX) y en la de la época del Romanticismo (siglo XIX).

El historiador Ferran Soldevila dice que Ripoll es la "cuna" de nuestra "historiografía". Esta afirmación no se refiere tan sólo a que el Monasterio de Ripoll, con su biblioteca, su scriptorium y sus eruditos monjes, fuera el centro y refugio de la cultura (como dice Soldevila), sino a la crónica Gesta Comitum Barcinonensium et regara Aragoniae, redactada en el monasterio, de mediados del siglo XII a finales del XIII, siendo así la primera de las fuentes documentales de la historia de Cataluña. No obstante, el pilar principal de la historiografía catalana está formado por las llamadas "cuatro grandes crónicas": las de Jaime I y Bernat Desclot, del siglo XIII, y las de Ramón Muntaner y Pedro IV, en el siglo XIV. De ellas se ha dicho que son "algo así como los cuatro Evangelios de la Historia de Cataluña". A ellas cabe añadir la llamada de San Juan de la Peña, también del siglo XIV.

La primera labor fundamental de la historiografía catalana fue proseguida y completada durante los siglos XIV y XV con obras como Compendi historial, de los dominicos Jaime Doménech y Antonio Genebreda; Flos Mundi (1407) y Memorias historials de Cathalunya (1418), de autores anónimos; Record historial de algunas antiguitats de Cathalunya (1476), de Gabriel Turell (inédita hasta 1884); Historias e conquestas deis Reys d’Aragó, de Pedro Tomich, publicada en 1495, y otras obras de tema específico o local.

El inestimable valor de las crónicas de la Edad Media queda empero ensombrecido, en cuanto a veracidad histórica, como han constatado autores modernos. Dice Menéndez Pelayo que las crónicas catalanas son "las más ingenuas y pintorescas de la Edad Media". Ferran Soldevila dice que es "realmente admirable" el "poder de invención" de Muntaner en su crónica. Refiriéndose a cierto episodio relatado en Flos Mundi dice Miguel Coll Alentorn: "Difícilmente se podrían cometer tantas inexactitudes históricas en menos palabras". Santiago Alberti dice que Pedro Tomich "recoge leyendas mezcladas con hechos históricos", y que Gabriel Turell "sigue la línea de Tomich, cuyos textos resume o plagia a menudo".

Con el siglo XVI se inicia en España la llamada Historia científica, que se caracteriza por su verismo, imparcialidad, reflexión y objetividad. Sus iniciadores fueron Ambrosio de Morales (1513-1591) y Jerónimo Zurita (1512-1580). Pero precisamente en dicho siglo se profundiza la decadencia cultural catalana (iniciada en el siglo anterior), que atañe también a la historiografía; su escasa producción hasta el siglo XIX se resume en obras de autores como Pere Miquel Carbonell, Pere Joan Comes, Andrés Bosch, Francisco Tarafa, Antonio Vicente Doménech..., que tratan, en general, aspectos parciales de la historia de Cataluña. Los autores que tratan de una forma general el tema histórico catalán son escasísimos: Pedro Antonio Beuter, con Crónica general de España y especialmente de Aragón, Cataluña y Valencia (1551); Gaspar Roig Jalpí (1624-1691), con Libre deis feyts d’armes de Catalunya; Jerónimo Pujadas (1568-1646), en Crónica universal de Cataluña; Jerónimo Zurita, en Anales de la Corona de Aragón; Narciso Feliu de la Penya, con Fénix de Cataluña (1683) y Anales de Cataluña (1709).

Pero, por lo general, la mayoría de autores de este período no hace honor a la historia científica. Así, Santiago Alberti dice de la obra de Carbonell: "Sus glosas e interpolaciones resultan a menudo poco acertadas (...) su obra es heterogénea y ceñida casi siempre a hechos anecdóticos". De la obra de Roig Jalpí dice Alberti: "Como otros autores de la época, no tuvo escrúpulos en inventar cronicones apócrifos (...) Siguió muchísimas leyendas sin fundamento y falseó muy a menudo la verdad histórica". De Jerónimo Pujadas dice el mismo autor que en la primera parte de su obra "hacía uso, como sucedía en todos los textos sobre períodos lejanos publicados hasta entonces, de una gran cantidad de leyendas". En cuanto al resto de su obra, dice que "resulta mucho más fidedigna a pesar de que, como dice el propio Pujadas en el prólogo, él ya era consciente de las limitaciones y lagunas bastante graves". De la obra de Andrés Bosch dice Alberti que "se trata de una obra apasionada", escrita con "un entusiasmo excesivo".

Párrafo aparte merece Antonio de Capmany (1742-1812), autor de Memorias históricas sobre la marina, comercio y artes de la antigua ciudad de Barcelona, obra monumental y científica publicada entre 1779 y 1792 que, aunque escrita en el siglo XVIII, es un anticipo del renacimiento histórico catalán del siglo XIX.

Con el siglo XIX se inicia una nueva etapa nacida del Romanticismo. Fue el Romanticismo un movimiento o escuela literaria y artística cuyas principales características eran la propensión al individualismo, a lo sentimental, generoso, fantástico y pasional. "Miscelánea de aspiraciones vagas, de tiernas melancolías, de solitarios dolores y de idealismos confusos", lo definió Menéndez Pelayo. El Romanticismo despertó interés por lo medieval, que buscó en antiguos romanceros y crónicas.

La intelectualidad catalana del siglo XIX militó, cómo no, en el romanticismo. La mayoría de los autores de la época trataron el tema histórico. De acuerdo con las características del Romanticismo, se volverá a escribir historia con sentimentalismo, fantasía, pasión y carencia de escrupulosidad y veracidad. Es decir, la antítesis de la Historia científica.

En los inicios de la nueva etapa historiográfica se tratan temas específicos; ahí están Los Condes de Barcelona vindicados, de Prosper de Bofarull; El Príncipe de Viana y Historia de la conquista de Mallorca, de José M. Quadrado; Origen del Condado Catalán, de José Rubió y Ors; Hazañas y recuerdos de los catalanes, de Antonio de Bofarull, etc.

La primera obra de historia general producida en la época del Romanticismo es la Historia de Cataluña y de la Corona de Aragón de Víctor Balaguer (1824-1901), en cinco volúmenes aparecidos entre 1860 y 1863. Es una obra "de un romanticismo inflamado, que mezcla sin suficiente discriminación los hechos reales y los legendarios". Pero lo cierto es que la exuberancia fantástica, idealista, apasionada, melancólica (puro romanticismo) de Balaguer enlazaba perfectamente con aquellas "ingenuas y pintorescas" crónicas de la Edad Media. Tuvo una extraordinaria resonancia y, durante algún tiempo, fue unánimemente aceptada; inspiró todos los trabajos de fondo histórico, principalmente los presentados a los Juegos Florales.

Para contrarrestar las tergiversaciones históricas de Balaguer, su rival, Antonio de Bofarull, publicó, quince años más tarde (desde 1876), su Historia civil y eclesiástica de Cataluña, en nueve volúmenes. Esta obra, mucho más seria, documentada y fidedigna, puso muchas cosas en claro; pero "el que da primero da dos veces", dice el refrán. Además, no olvidemos que Antonio de Bofarull pertenece también a la escuela romántica, por lo que su obra, aunque con base más científica, adolece también de buena dosis de romanticismo.

Aparecen, seguidamente, una serie de historiadores de la escuela romántica. Inician su producción en castellano, para terminar escribiendo en catalán. Entre ellos cabe destacar a José Coroleu (1839-1895), a José Pella y Forgas (1852-1918), a Salvador Sampere y Miguel (1840-1915), a Antonio Aulestia (1849-1908), a Francisco Monsalvatge (1853- 1917), etc. En líneas generales, permanecen fieles a las pautas marcadas por Balaguer y Bofarull, al igual que los demás escritores, novelistas, comediógrafos, poetas.

El Romanticismo fue un movimiento artístico que nació y murió en el siglo XIX; en Cataluña vivificó el movimiento renacentista literario, artístico e ideológico conocido con el nombre de Renaixença, que fue el embrión del catalanismo y del nacionalismo. Surgen entonces una pléyade de escritores adeptos de la nueva ideología, así como historiadores, algunos de ellos meritísimos investigadores, como Ramón de Abadal, Fernando Valls Taberner, Luis Nicolau d'Olwer, Antonio Rovira Virgili, Ferran Soldevila..., que, en líneas generales, son discípulos de la historiografía romántica, a la que añadirán un nuevo ingrediente constitutivo del nacionalismo: la exaltación desmesurada de la personalidad nacional. ¡Y así se escribe la Historia! Esa Historia romántico-nacionalista que se transforma en un arma ideológica para fundamentar rivalidades, en expresión de Joan Reglá.

Este proceso no ha sido privativo de la historiografía catalana, ni mucho menos; es un defecto bastante generalizado, fruto del apasionamiento patriótico o de la fantasía romántica. La historiografía española no es una excepción. Bastará, para demostrarlo, algún caso concreto, a modo de ejemplo, como el de los Reyes Católicos. Hasta el siglo XIX era unánimemente reconocida la valía política de la figura excepcional de Fernando, mientras la de Isabel pasaba a un discreto segundo plano. A partir del siglo XIX se invirtieron los papeles, pasando Isabel a un primer plano en detrimento de Fernando. ¿Qué pasó? Nos lo dice Jaime Vicens Vives:

Fernando II [el Católico] ha tenido muy mala prensa entre los catalanes de la Renaixença. El motivo me parece fácil de acertar: el Romanticismo depositaba sus ramos de flores a los pies de las hembras coronadas y disparaba sus saetas contra sus maridos. Éste es el caso, precisamente, de la pareja formada por los Reyes Católicos. Durante tres siglos (el XVI, el XVII y el XVIII) nadie había hecho caso de Isabel la Católica. Fernando era la admiración de todos: de sus herederos, como Felipe II, y de los críticos y ensayistas históricos, como Gracián. Pero con la ventolera romántica la cosa cambió. Mientras en Castilla la gloria de la reina iba subiendo de día en día, acaparando toda clase de adjetivos y alabanzas, en Cataluña decaía paralelamente la consideración del último monarca Trastamara...

Y apostilla Joan Reglá: "Todo esto es bien evidente...".

Tras la última guerra mundial se planteó, como es sabido, el tema de la unión europea. Algunos esclarecidos historiadores cayeron en la cuenta de que uno de los obstáculos más importantes para la realización del ambicioso proyecto residía precisamente en las diversas historias nacionales, con su interminable retahíla de rivalidades, agravios mutuos y guerras sangrientas; indefectiblemente, se achacaba la responsabilidad de todo ello únicamente a la beligerancia, voracidad e imperialismo de los vecinos. Surgió entonces la idea de introducir un viraje, una nueva modalidad en la historiografía moderna; la llaman "Historia integral". El historiador no debe juzgar los hechos históricos según su criterio, su ideología, según el color de su cristal. No debe fiarse exclusivamente de los sucesos externos, guerreros o políticos. Debe exponer los hechos y buscar sus causas, basándose no sólo en los sucesos políticos, sino en estudios geográficos, demográficos, económicos, sociales, culturales, religiosos, estructurales..., y así formarse un criterio histórico. Joan Reglá:

De esta manera, la Historia va dejando de ser un arma ideológica, para fundamentar rivalidades, para convertirse en una fuente de ideas para la comprensión y la colaboración entre los hombres y los pueblos.

Esta nueva modalidad fue iniciada en Cataluña por el profesor Jaime Vicens Vives (1910-1960); su prematura muerte dejó truncada su labor, pero afortunadamente dejó escuela. Esperemos que, a no tardar, se efectúe una profunda revisión y renovación de la Historia de Cataluña, expurgándola de tergiversaciones, mixtificaciones, mitificaciones y exaltaciones improcedentes...

A esta labor esclarecedora he dedicado yo mi modesta colaboración, impelido por lo que considero un deber. En los años 50 escribí una modesta Historia de Cataluña que se publicó en 1967. Yo bebí entonces en fuentes primordialmente tradicionales, románticas y nacionalistas. Y me salió, claro, una Historia en línea con aquellas pautas consideradas como dogmas. Estudios posteriores me han hecho ver la evidencia de algunas tergiversaciones e inexactitudes fundamentales, que considero mi deber rectificar. Por ello nació en mí la idea de escribir Otra Historia de Cataluña. "Otra", no sólo porque es una más de las que intentan explicar nuestro pasado, sino porque es distinta de la anterior, sensiblemente corregida y aumentada; porque es diferente en el enfoque dado a muchos hechos históricos en su versión normalmente aceptada y encomiásticamente alabada. Para ello no me baso en apreciaciones personales con discutible fundamento, sino en criterios de eminentes historiadores modernos, de cuyas citas quizá a veces abusaré tan sólo por este afán de justificación.

El eminente escritor Josep Pla, tras afirmar, en uno de sus últimos libros, que la historia romántica es "una historia falsa", se preguntaba:

¿Tendremos algún día en este país [Cataluña] una auténtica y objetiva historia? (...) ¿Cuándo tendremos una Historia que no contenga las memeces de las historias puramente románticas que van saliendo?

Creo, sinceramente, que Otra Historia de Cataluña es la respuesta afirmativa a las preguntas ansiosas de Josep Pla; es, por lo menos, una aproximación a la verdadera, auténtica Historia, escrita sin romanticismo, sin fanatismo, sin apasionamiento, con carencia total de miras políticas, causa frecuente de ofuscación del intelecto. Porque el pasado fue como fue, no como nos gustaría que hubiera sido.

No obstante, al terminar de leer esta obra algún lector puede quedar con la impresión de que Cataluña, a través de su historia, ha sido un pueblo que se ha desviado con frecuencia de la línea de su propia conveniencia y de la suerte y el destino de la nación española. No ha sido esta mi intención, pero al escribir contrarrestando la tendenciosidad de los historiadores nacionalistas puede haber resultado otra tendenciosidad, aunque sea sólo de matiz. Esto me obliga a dos puntualizaciones: la primera, que si el pueblo catalán en su historia ha sufrido errores graves, todos los pueblos, sin excepción, los han experimentado. Piénsese en la turbulenta historia de los diversos Estados italianos en el largo proceso histórico anterior a su unificación; en el instinto de presa de los ingleses durante el período de su colonización, con episodios, por ejemplo, como el de la guerra del opio; en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. Actitudes más impopulares y difíciles de justificar que otras del pueblo catalán y que, sin embargo, en la perspectiva histórica, no han empañado la actual imagen de los respectivos pueblos. Y, en segundo lugar, el autor quiere hacer una declaración de catalanidad, pues catalán es su pueblo y siente orgullo de pertenecer al mismo, como uno de los integrantes de España y como el más especialmente dotado de cualidades organizativas, de impulso empresarial y de capacidad de trabajo. Gracias a estas cualidades, Cataluña ha llegado a ser una de las regiones más prósperas y ha integrado a españoles procedentes de otras regiones en porcentaje no inferior a un cincuenta por ciento de su actual población.

NOTA: Este texto es una versión editada de la introducción de MARCELO CAPDEFERRO a su obra OTRA HISTORIA DE CATALUÑA, recientemente publicada por la editorial Libros Libres.

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