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EL MUNDO FORMIDABLE DE FRANZ KAFKA

"Estoy hecho de literatura"

Ha leído con inteligencia y sensibilidad los textos. Sin dejarse avasallar por la ingente cantidad de estudios y biografías sobre Franz Kafka que amenazan desbordar las bibliotecas, pero sin obviar aquellas aportaciones de quienes han ayudado a comprender su escritura y descubrir en ella nuevos significados.

Ha leído con inteligencia y sensibilidad los textos. Sin dejarse avasallar por la ingente cantidad de estudios y biografías sobre Franz Kafka que amenazan desbordar las bibliotecas, pero sin obviar aquellas aportaciones de quienes han ayudado a comprender su escritura y descubrir en ella nuevos significados.
En El mundo formidable de Franz Kafka,Louis Begley (1933), abogado jubilado y a su vez autor de novelas como Mentiras en tiempos de guerra y A propósito de Schmidt, ha tenido en cuenta su propia experiencia como novelista y ha puesto la escritura de Kafka (1883-1924) en contexto –biográfico, histórico, sentimental y literario– para mejor comprenderla y apreciarla.

El mundo (el título del original en inglés añade el adjetivo interior) de Kafka estaría hecho de sus orígenes. Nació y se formó en la ribera derecha del Moldava, en una Checoslovaquia en que los nacionalistas ejercían presión, y hasta violencia, sobre la minoría germanohablante en general, y sobre la judía en particular –que se hallaba entre la espada y la pared, al tener que hacer frente también al antisemitismo alemán–; en un ambiente que le permitió ser testigo de tres juicios por asesinato ritual y en el que abundaban los estereotipos antisemitas ("Los judíos eran cambistas y usureros, vendedores ambulantes, posaderos, zapateros y demás, refractarios a cualquier forma de trabajo manual, improductivos y no creativos, demasiado intelectuales, no aptos para el servicio militar, más bajos y débiles que los arios [pero curiosamente proclives a la voracidad sexual], de nariz grande, pecho cóncavo, pies planos, tuberculosos, proclives a la locura, etcétera"), de los que intentará huir ejercitándose físicamente con la natación y el remo y mediante la práctica de la jardinería y la carpintería; y en el seno de una familia con una rama paterna menos cultivada que la materna (Löwry), y en la que nunca sintió que encajara física y anímicamente.

A pesar de ese contexto, no se hizo sionista, pero el yiddish y el shetl se convirtieron en sus referentes espirituales, como les había ocurrido, según Hanna Arendt, a todos aquellos hombres y mujeres que, una vez liberados del gueto, por primera vez en la historia judía habían visto que era posible el cuestionamiento de la tradición en que habían nacido. Leyó a Strindberg, a Frank Wedekind, a Thomas Mann, a Conrad, a Gide, a Joyce, a Rilke. No fue un alumno brillante y aplicado. La mayoría de sus amigos fueron judíos, y pronto comprendió que su imperativo vital era la literatura: "No es que la literatura me interese, es que estoy hecho de literatura, no soy ni puedo ser otra cosa".

Al aceptar el trabajo en la Assicurazioni Generali, Franz "eligió la forma de vida que más le convenía", dice Louis Begley. Porque era un genio, y sabía que ganarse el pan y el arte de escribir son cosas que hay que mantener "completamente separadas". El salario le hizo económicamente autónomo y le dejó tiempo suficiente para escribir y hasta para mantener relaciones con unas cuantas mujeres. Con Felice Bauer, una hábil muchacha de negocios con la que intentó casarse en un par de ocasiones y con la que rompió tras cinco años de raptos e histerismos (de Franz); con Grete Bloch, la enviada de Felice para recomponer la relación, y con Julie Wohryzek, una muchacha a la que conoció en una pensión de Bohemia, a donde había acudido a curarse de la gripe española que contrajo en 1918. Con Milena Jesenká, católica e hija rebelde de un nacionalista radical y antisemita –al parecer, la mujer que mejor le comprendió–, y con Dora Diamant, la joven polaca que le acompañó en su lecho de muerte.

El mundo interior de Franz Kafka también estuvo compuesto de su propia literatura ("Escribir es revelarse uno mismo"). De La condena, narración escrita en un rapto de creatividad en la noche del 22 al 23 de septiembre de 1912, obra en que empezaron a manifestarse algunos de los rasgos que caracterizarán su escritura, como la naturalidad con que trata sucesos prácticamente imposibles. De El fogonero y La metamorfosis, en las que aparecerá el triunfo de los padres sobre los hijos, otro de sus rasgos recurrentes. De En la colonia penitenciaria, ¿alegoría de cómo el cristianismo se sobrepone al judaísmo?, ¿referencia al caso Dreyfus?; o, como afirma Louis Begley, narración de cómo un autor se abre paso en sus pesadillas. De El proceso, la más poderosa de sus narraciones, puesto que, a través de "las acusaciones seguidas contra K. en virtud de un sistema legal secreto, parece prefigurar tan claramente la vida bajo los regímenes totalitarios del siglo XX, con sus leyes secretas y su terrorismo de Estado policial". De El castillo, por último, con temática relacionada con los entresijos de un régimen totalitario y burocratizado. En cambio, los diarios y las cartas, a pesar de que contienen piezas deslumbrantes, "son un pobre registro de la vida de Kafka y dicen relativamente poca cosa digna de mención acerca de los principales acontecimientos de orden ético, literario o político de la época".

Las nebulosas de la escritura de Kafka y las interpretaciones a que dan pie, concluye Louis Begley, sirven como referencias "para ensanchar nuestra experiencia, y no para dictar una interpretación". Por eso, a pesar de tener en cuenta el contexto en que surgieron, no hay que leer sus narraciones como "cuentos y parábolas de la experiencia antisemita". Franz Kafka escribía sobre la condición humana. Por eso su nombre y su escritura siguen haciéndose literatura.


LOUIS BEGLEY: EL MUNDO FORMIDABLE DE FRANZ KAFKA. Alba (Barcelona), 2009, 235 páginas.
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