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SANGRE Y RABIA

Historia moral del terrorismo

Michael Burleigh es un historiador británico especializado en los trabajos comprensivos y voluminosos, como El Tercer Reich (Taurus, 2002) y las dos magníficas Poder terrenal (2005) y Causas sagradas (Taurus, 2008), sobre la relación entre política y religión. Su último libro no tiene una ambición menos enciclopédica.

Michael Burleigh es un historiador británico especializado en los trabajos comprensivos y voluminosos, como El Tercer Reich (Taurus, 2002) y las dos magníficas Poder terrenal (2005) y Causas sagradas (Taurus, 2008), sobre la relación entre política y religión. Su último libro no tiene una ambición menos enciclopédica.
Se trata de escribir una historia del terrorismo desde los fenianos –los nacionalistas irlandeses de los años 50 del siglo XIX– hasta la Al Qaeda actual, post 11-S y post guerra de Irak. Queda excluido el terrorismo en América Latina, en Estados Unidos y en algunas zonas de Asia, como Sri Lanka. En cualquier caso, el autor precisa que el todo comprende a estas partes.

La originalidad de Sangre y rabia en un mercado tan saturado como es el de la literatura sobre el terrorismo viene de su alcance enciclopédico. No es frecuente poder repasar, en un solo libro, las prácticas terroristas de Tierra y Libertad, el grupo de salvajes rusos del siglo XIX, la ETA o el GIA argelino. Mucha de la información es conocida para los especialistas o para quienes se hayan interesado por uno u otro grupo. Además, e inevitablemente en los tiempos que corren, el carácter enciclopédico lleva aparejadas algunas imprecisiones. El lector español las notará más en el caso de la ETA. También conduce a algunos enfoques curiosos: la ETA tiene su sitio en el capítulo "El terrorismo en los países pequeños". Bien es verdad que el mismo epígrafe recoge el terrorismo del IRA.

Lo bueno, en cambio, es que ofrece un buen resumen al lector curioso y que permite comparar actitudes, obsesiones y gestos. Tras su lectura, cualquier ilusión que pudiera albergar alguien sobre el grado de dignidad cultural o existencial de alguno de estos sujetos quedará arrumbada para siempre. Los terroristas de las Brigadas Rojas, y sus mentores intelectuales, como Toni Negri, son tan zafios, tan brutales y tan ignorantes como los etarras, los repulsivos nihilistas rusos –que no merecían el genial análisis que de ellos hizo Dostoievski en Los demonios– o las células salidas de las mezquitas de Londonistán, esa ciudad idealmente multicultural que ha sido durante años el epicentro del terrorismo islamista en Europa.

El trabajo de Burleigh parte de una premisa. El terrorismo es "una táctica que utilizan ante todo diversos agentes no estatales con el fin de generar un clima psicológico de miedo que compense su carencia de poder político legitimado". No hay por tanto la menor voluntad de relacionar la práctica del terrorismo con una ideología, menos aún con un ideario o con un objetivo político. El terrorismo se convierte en una serie de pautas de conducta delictivas con algunas constantes a lo largo del tiempo, y Burleigh se interesa mucho más por las biografías, las decisiones y los hechos cometidos por los terroristas que por cualquier supuesta idea que pudieran albergar éstos en sus cabezas enfermas. El libro, por tanto, trata del terrorismo "como ocupación profesional, como cultura y como forma de vida".

En cada capítulo, que se leen en general bien –y se leerían mejor si la traducción fuera menos torpe–, encontraremos una gigantesca cantidad de información que permite comprobar cuáles son esas pautas: desarreglos mentales, nihilismo, amoralidad, voluntad de embrutecimiento. La forma de actuar ha cambiado con el tiempo. De los atracos de los bancos y la cooptación personal se ha pasado al tráfico de drogas y a las redes informáticas. Las pautas, sin embargo, se reproducen, como se siguen reproduciendo las actitudes frente a ellas. Siempre están las obsesiones garantistas de muchos gobiernos legítimos, la complacencia de las elites progresistas, la estúpida búsqueda de justificaciones, y aun otras más precisas y más inquietantes, como la transformación de los abogados defensores en activistas y cómplices del terror.

Si no fuera porque se prestaría al equívoco, Sangre y rabia se podría subtitular con provecho "Una historia moral del terrorismo". Eso plantea un problema de interpretación. Burleigh se autodenomina conservador realista, alejado por tanto de los postulados para él más ideológicos de los neoconservadores. Niega, a veces con ironía demoledora, cualquier trascendencia al gesto terrorista. En este aspecto, Burleigh, tanto como académico, se muestra militante, y preconiza un cambio radical en el enfoque de la cuestión. Es obvio, por ejemplo, que piensa que el IRA no fue derrotado mediante las negociaciones con el gobierno de Tony Blair, sino por el trabajo previo de la policía y de los servicios de inteligencia.

Burleigh no rechaza que el terrorismo pueda tener efectos políticos, ni que pueda haber políticas que lo favorezcan. En el último capítulo, un poco confuso, recomienda que se ponga fin a las políticas multiculturales, como efectivamente se ha empezado a hacer en Europa. También esboza algún apunte acerca de la relación entre terrorismo y países en vías de desnacionalización o desnacionalizados, como España. El diagnóstico no se presta al optimismo. Las bestias fanáticas, a medias entre la enfermedad mental y la delincuencia profesional, siguen contando con la complicidad de un grupo cada vez más amplio que se considera heredero de la razón y la Ilustración.


MICHAEL BURLEIGH: SANGRE Y RABIA.HISTORIA CULTURAL DEL TERRORISMO. Taurus (Madrid), 2008, 736 páginas.

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