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LA INFILTRACIÓN

La Compañía de Jesús: ¡Jesús, qué compañía!

Con el Concilio Vaticano II, muchas de las tesis que habían sido condenadas repetidamente por los pontífices anteriores no sólo fueron admitidas, sino que, en un claro abuso en la interpretación de las constituciones conciliares, se incorporaron al magisterio oficial de la Iglesia Católica.

Con el Concilio Vaticano II, muchas de las tesis que habían sido condenadas repetidamente por los pontífices anteriores no sólo fueron admitidas, sino que, en un claro abuso en la interpretación de las constituciones conciliares, se incorporaron al magisterio oficial de la Iglesia Católica.
El sector progresista de la jerarquía había abandonado la filosofía y la teología perennes, que siempre habían constituido la esencia de la exégesis católica, para adoptar como propias las ideas relativistas y la teología protestante. En otras palabras, muchos sacerdotes, algunos obispos y cardenales y casi todos los teólogos dejaron de ser tomistas para convertirse en kantiano-hegelianos. La Revelación como fuente de verdad teológica fue negada, y la filosofía del ser (la realidad existe y puede ser reconocida por el hombre con ayuda de la razón) fue sustituida por una teología ignorantista en la que todo se hacía depender de la conciencia individual, única fuente de la verdad y aun de la divinidad.

Ilustres cardenales y los teólogos más influyentes negaron directamente la historicidad de los Evangelios y aun la divinidad de Cristo para adaptar la teología católica al lenguaje hegeliano, que hace evolucionar todas las cosas desde un todo primigenio, uniendo los contrarios para superarlos a través de la dialéctica. La conclusión necesaria es la imposición del nuevo ecumenismo, según el cual todas las religiones son fuente de salvación, en tanto que todas participan del impulso divino original. La labor de la Iglesia Católica, por tanto, no sería ya defender el depósito de la fe revelada por Cristo, sino abrazar al resto de confesiones para superar dialécticamente las discrepancias y alcanzar la unidad espiritual del género humano.

Los defensores de esta tesis, que tras el Concilio Vaticano II pasa a ser la oficial de la Iglesia (ahí están las aberraciones de los encuentros de Asís, con sacerdotes católicos, budistas y practicantes del vudú rezando "al mismo Dios"), nada dicen de la tradición martirial de tantos y tantos santos y santas que entregaron su vida por la fe de Cristo. Si todas las religiones son válidas e iguales en esencia, ¿para qué se derramó tanta sangre intentando convertir a los demás?

Congar, De Lubac y Rahner fueron los padres de esta revolución en la Iglesia Católica y los auténticos protagonistas del Concilio Vaticano II. Condenados los tres en los años cincuenta por sus tesis anticatólicas, tras el Concilio serían elevados al cardenalato por su "eminente teología" (sic).

Una teología sin ser y una Revelación sin Cristo desembocan necesariamente en una religión sin Dios. Lo siguiente es la conversión al marxismo, como ocurrió con los jesuitas. Fue una empresa realmente fácil, dada la capacidad de los estrategas marxistas para ocupar todo tipo de organizaciones. Si tenemos en cuenta además que el principal objetivo del marxismo en los años sesenta y setenta fue infiltrarse en la Iglesia Católica a través de sus sectores más progresistas, no puede sorprender que el orden jesuita, tradicionalmente el Instituto más relevante en materia científica, haya sido en los últimos años el principal agente propagador de las ideas comunistas por todo el mundo.

El libro de Ricardo de la Cierva que hoy comentamos es, precisamente, la obra capital para comprender cómo fue llevada a cabo esta labor de infiltración y hasta qué punto los jesuitas abandonaron a su fundador para convertirse en vulgares esbirros de la Internacional Socialista. La crisis brutal que padece el orden jesuita (el número ridículo de vocaciones convierte en ineluctable la desaparición a medio plazo de la Compañía) es el pago que han recibido los ignacianos, a cuyos superiores jerárquicos cabe atribuir una visión de las cosas francamente mejorable: mientras que han sido absolutamente incapaces de convertir un solo marxista al catolicismo, miles de jesuitas abandonaron los hábitos para participar en la lucha de clases, algunos con el kalashnikov al hombro, para que no se diga.

La infiltración, esencial para comprender esta evolución asombrosa de los jesuitas, aporta, como es costumbre en las obras de De la Cierva, una documentación que la convierte en inapelable. Incluso afirmaciones que pueden parecer arriesgadas al profano aparecen a los ojos del lector de estas páginas como realidades incontestables. Es lo que ocurre con la llamada "Teología de la Liberación", impulsada por los jesuitas especialmente en Hispanoamérica, cuyo origen De la Cierva sitúa en la Congregación General del Instituto celebrada en El Escorial en 1972, en la que prevalecieron las tesis del marxista (y sedicentemente jesuita) Gustavo Gutiérrez. Desde los años cincuenta, la expansión del movimiento PAX había contribuido al adoctrinamiento de los grupos católicos en la escatología marxista, pero tras el acontecimiento trascendental de El Escorial los jesuitas deciden pasar a la praxis gramsciana y organizar todo tipo de movimientos subversivos en defensa del socialismo.

Pero no bastaba con iniciar a los católicos en el marxismo-leninismo. Hacía falta una doctrina específica que aglutinara en esta ideología a las comunidades de base y a los movimientos clericales contestatarios, para así crear una nueva Iglesia, dedicada a la defensa de las clases oprimidas, y acabar con una jerarquía institucional "caduca y entregada al capitalismo". La Teología de la Liberación cumplió ese papel a la perfección.

Ignacio Ellacuría.Ricardo de la Cierva señala con nombres y apellidos a los responsables de esta transformación revolucionaria de un sector de la Iglesia por obra y gracia de la Compañía de Jesús. La más brava infantería del Papa, luz de Trento y defensora tan implacable como brillante del catolicismo frente a las herejías, se convirtió en el tonto útil del marxismo, la aberración más sangrienta que jamás ha surgido del espíritu humano.

Quizás el capítulo más impactante, por su dramatismo, de La infiltración es el dedicado al padre Ignacio Ellacuría, asesinado en la sede de la Universidad Centroamericana de El Salvador junto a varios compañeros de la orden. Sin dejar de lado la piedad y comprensión que en cualquier espíritu noble provocan estos hechos salvajes, De la Cierva sitúa en su verdadero contexto la trayectoria y actividades de los jesuitas comandados (nunca mejor dicho) por el padre Ellacuría y las labores directas de subversión llevadas a cabo por su grupo, que hicieron de la UCA un centro logístico de apoyo a los comandos marxistas de la zona.

Ellacuría, admirador del Che Guevara hasta el fanatismo, se convirtió voluntariamente en el protagonista principal de la estrategia de expansión marxista en Hispanoamérica patrocinada por Fidel Castro (es decir, por el PCUS soviético), a cuyo éxito supeditó su condición de sacerdote de Cristo.

El asesinato de los jesuitas de la UCA fue injustificable. Pero Ellacuría nunca fue el apóstol de la modernidad y la paz dibujado en los homenajes posteriores, sino el de la represión y la violencia marxistas, como queda acreditado en las páginas conmovedoras que De la Cierva dedica a este suceso.

En esta obra, que se suma a otros trabajos anteriores del autor dedicados a desenmascarar la estrategia marxista de aniquilación de la Iglesia tradicional, el lector dispone de abundantes documentos que demuestran más allá de lo discutible la existencia real de esa campaña global diseñada por los comunistas, así como de los datos de las personas que ejercieron gustosamente de agentes infiltrados, fascinados por una propaganda absolutamente falsa sobre las bondades del socialismo.

Las aportaciones esenciales de Ricardo de la Cierva a la historiografía española se completan con este nuevo libro, cuyos límites rebasan lo nacional español por la propia condición universal de la Iglesia Católica, a cuya defensa consagra estas páginas de forma brillante. Quien quiera conocer de primera mano cómo ha podido descarrilar la venerable institución católica de forma tan grotesca, tiene que leer La infiltración: es un libro espléndido, y como tal debe ser recomendado.


RICARDO DE LA CIERVA: LA INFILTRACIÓN. Fénix (Madrid), 2008, 574 páginas.
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