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THE HOUSING BOOM AND BUST

La curiosa omisión de Thomas Sowell

En estos tiempos en que todo el mundo parece exigir más regulación sobre el sector financiero y la economía en general porque, al parecer, fue la poca regulación lo que provocó la crisis, no está de más encontrar libros que acusan directamente a los políticos de haber provocado la catástrofe.

En estos tiempos en que todo el mundo parece exigir más regulación sobre el sector financiero y la economía en general porque, al parecer, fue la poca regulación lo que provocó la crisis, no está de más encontrar libros que acusan directamente a los políticos de haber provocado la catástrofe.
Thomas Sowell nos presenta una convincente historia de la burbuja inmobiliaria y su pinchazo en los Estados Unidos en The Housing Boom and Bust. Aunque no lo explicita, esta crisis comparte patrón que otras políticas fracasadas impulsadas por los ingenieros sociales; patrón identificado por el propio Sowell en The Vision of the Anointed.

Veamos ese patrón.

En un primer momento se identifica un problema más o menos ficticio. En este caso fue el precio de la vivienda, que se juzgó demasiado alto. Sin embargo, en Estados Unidos los precios –calculados como porcentaje de la renta familiar– no habían variado significativamente desde comienzos del siglo XX. Sólo en algunas zonas específicas había subido; eso sí, espectacularmente. La costa californiana era el mejor y más importante ejemplo. La razón era clara: se trataba del lugar donde más restricciones se habían puesto a la edificación. Existen numerosos estudios donde se muestra que el factor esencial para que el precio de la vivienda se ponga por las nubes son dichas restricciones.

Los políticos no evaluaron correctamente el problema –como algo local, no nacional–, ni actuaron contra lo que había que actuar, esto es, contra ellos mismos. Su solución fue poner más dinero sobre la mesa, obligar a las instituciones financieras a conceder más hipotecas a personas con escasos recursos aunque se tratara de operaciones muy arriesgadas mediante leyes como la Community Reinvestment Act y ordenando a los responsables de Fannie Mae y Freddy Mac a dar cobertura a ese tipo de hipotecas, que luego serían famosas en el mundo entero con el nombre de hipotecas subprime.

Ahí se abrió una segunda fase, en la que se implicó de hoz y coz todo el mundo. Ni los demócratas ni los republicanos concibieron otra forma de llegar a una sociedad de propietarios que no pasara por obligar a los bancos a financiar el deseo de todos los estadounidenses de ser dueños de su hogar.

La presión política condujo lógicamente a un aumento de los precios de la vivienda, la famosa burbuja, que no hizo sino hacérselo pasar peor precisamente a aquellos a los que se pretendía ayudar... y poner en peligro todo el sistema financiero. Las advertencias de que se acercaba un pinchazo y un posible colapso fueron desestimadas por los culpables, por los políticos. De hecho, el ente regulador de las empresas públicas o vigiladas por el Congreso fue criticado en términos muy duros cuando expuso a la luz pública las vergüenzas de las cuentas de Fannie Mae en 2004... ¡por los mismos políticos que después dirían que todo había sido culpa del capitalismo salvaje y la falta de regulación!

Pese a que Sowell reparte a diestro y siniestro, se ceba especialmente con el demócrata Barney Frank, presidente del Comité de Servicios Financieros del Congreso a partir de 2007. Frank animó a que se extendieran las hipotecas subprime, impidió que se vigilaran más estrechamente las cuentas de Fannie y Freddy ("Estas dos entidades no se enfrentan a ninguna crisis financiera. [...] Cuanta más gente exagere estos problemas, más presionadas estarán estas compañías y menores resultados tendremos en términos de vivienda asequible") y mintió como un bellaco cuando finalmente estalló la burbuja: negó haber dicho lo que dijo y culpó a los republicanos de todo por haber desregulado el sector financiero.

Una vez producido el reventón, los ingenieros sociales hicieron lo que suelen en circunstancias así: ignorar las críticas y seguir adelante. Aparte de los estímulos y demás propuestas basadas en el derroche de dinero público para paliar la crisis por ellos provocada... y aún no superada, nos encontramos con lumbreras que proponen el ofrecimiento de hipotecas respaldadas por el Estado a un tipo fijo del 4%. ¡Y quien tal propone es republicano!

Con toda la inteligencia de Sowell, y los numerosos ejemplos y datos que ofrece en respaldo de su tesis, lo cierto es que el principal responsable de la catástrofe brilla por su ausencia en estas páginas. Y es que Sowell apenas menciona el papel de la Reserva Federal, con su monopolio crediticio; y cuando la menciona no es en términos especialmente injuriosos, si bien reconoce que los bajos tipos de interés alimentaron la burbuja. Al quitarse de en medio a la banca central, Sowell no acierta a valorar en sus justos términos las regulaciones que obligaron a los bancos a prestar dinero a personas que probablemente no podrían devolverlo. Sin duda, esta actuación política dirigió el crédito no respaldado por el ahorro hacia el ladrillo; sin ella, habría ido a otra parte. Como sucedió con la burbuja tecnológica, la inmediata antecesora de la inmobiliaria.

Sea como fuere, el libro de Sowell pone en su lugar a quienes en parlamentos y tertulias claman por una mayor regulación financiera, generalmente sin tener la más remota idea de qué se está regulado actualmente, ni de si funcionan o no sirven para nada las leyes encargadas de limitar lo que pueden hacer los bancos y las cajas. Para Sowell, los responsables de la crisis no fueron esos complicados artificios financieros que ahora tantos pretenden prohibir, sino unas regulaciones perfectamente identificables y que muchos siguen considerando necesarias.


THOMAS SOWELL: THE HOUSING BOOM AND BUST. Basic Books (2009), 184 páginas.
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