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LIBRERÍA DE VIEJO

La naturaleza es fascista

"La naturaleza es fascista", dice Camille Paglia en Sexual Personae, es decir, las personas del sexo. El segundo título o subtítulo de la obra es "Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson". Es una osadía, pero ella puede permitírselo.  


	"La naturaleza es fascista", dice Camille Paglia en Sexual Personae, es decir, las personas del sexo. El segundo título o subtítulo de la obra es "Arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson". Es una osadía, pero ella puede permitírselo.  

El libro hizo mucho ruido cuando se publicó en inglés, en 1990. Yo lo leí entonces, como cualquier intelectual que se preciara, y participé en una reunión en la que se estimó la conveniencia de traducirlo en 1994 para un sello muy importante. Finalmente lo publicó una editorial pequeña, Valdemar, hace apenas seis años, en 2006, cuando el ruido ya había pasado. No sé cuántos ejemplares vendieron de sus 1.050 páginas, pero sospecho que menos de los necesarios para cubrir los derechos, la traducción, la corrección y la impresión. Yo acabo de comprarlo usado por doce euros en una librería de viejo.

Paglia es una de las pensadoras más importantes del siglo XX. Lesbiana y antifeminista, discípula de Harold Bloom, el señor del canon. Y ella establece su propio canon, pero no para historiar la literatura, sino para historiar a través de la literatura y el arte la gran lucha del hombre para situarse por encima de la naturaleza —la cultura es la guerra contra la naturaleza—, incluidas en el término la naturaleza exterior y la interior, las pulsiones, la tendencia al atraso, el reaccionarismo, el cerebro primitivo incontrolado y tal vez incontrolable.

La actitud ante la naturaleza define la Ilustración y el Romanticismo, el racionalismo y el irracionalismo, movimientos opuestos y complementarios a lo largo de toda la historia humana. Paglia, gran crítica de Rousseau, retrocede hasta los orígenes y sitúa la línea de partida en lo apolíneo –racional, civilizatorio, intelectual– y lo dionisíaco –irracional, sensual, telúrico y, por último y sobre todo, afirma Paglia, ctónico–. Lo apolíneo corresponde a lo ilustrado y lo viril. Y a la civilización occidental. Lo dionisíaco corresponde de lo instintivo profundo, al predominio del cerebro primitivo, lo ctónico y lo femenino. Y a la naturaleza.

"La búsqueda de la libertad por el sexo está abocada al fracaso. En el sexo gobiernan la compulsión y la antigua Necesidad [...] El amor occidental es un desplazamiento de realidades cósmicas. Es un mecanismo de defensa que trata de racionalizar unas fuerzas incontroladas e incontrolables. Como la religión primitiva, es un mecanismo que nos permite dominar nuestro miedo original", escribe Paglia, quien siempre se refiere a la civilización occidental. "El nombre y la persona forman parte de la búsqueda occidental de la forma. Occidente insiste en la identidad discreta de los objetos. Nombrar es conocer; conocer es controlar. Pretendo demostrar que la grandeza de Occidente procede de esta certeza ilusoria. Las culturas orientales jamás se han enfrentado a la naturaleza de esa forma. Su norma es la obediencia, no la confrontación. La meditación budista persigue la unidad y la armonía de la realidad".

El occidental conoce por la vista. Las relaciones perceptivas constituyen el meollo de nuestra cultura y de ellas procede nuestra titánica contribución al arte. Paseando por la naturaleza, vemos, identificamos, nombramos, reconocemos. (...) Decimos que la naturaleza es hermosa. Pero este juicio estético, que no han compartido todos los pueblos, es otra barrera defensiva, deplorablemente inadecuada para abarcar la totalidad de la naturaleza. Lo hermoso de la naturaleza es la fina piel del globo sobre el que nos apiñamos. Basta con rascar esa piel para que aparezca la fealdad demónica de la naturaleza.

"Nuestra concentración en lo hermoso es una estrategia apolínea. (...) Lo que Occidente reprime en su visión de la naturaleza es lo telúrico, lo ctónico (...) Se trata de la realidad ctónica que Apolo elude, el ciego bregar de las fuerzas subterráneas, la larga y lenta succión, las tinieblas y el cieno. Es la brutalidad deshumanizadora de la biología y de la geología, los despojos y las sangrientas matanzas darwinianas, la mugre y la podredumbre que hemos de apartar de nuestra conciencia para poder mantener nuestra identidad apolínea como personas. La ciencia y la estética occidentales son intentos de modificar imaginativamente este horror para darle una forma aceptable"; pero en última instancia "el fascismo de la naturaleza es mayor que el de cualquier sociedad" porque "a la naturaleza sólo le importan las especies, no los individuos".

No hay que recomendar este libro. Basta con una cuantas citas como las que acabo de traer a esta página para despertar el deseo de leer más. Es desafiante e incómoda la inteligencia de Paglia, pero a la vez es enormemente seductora porque en las primeras líneas te das cuenta de que nadie más piensa así, de que es pensamiento independiente puro y duro. Da miedo y atrae porque la construcción –posible– de un pensamiento independiente da miedo y atrae: supone renuncias a mitologías muy protectoras, a la vez que supone una adquisición de libertad enorme. ¿Pero quién quiere tanta libertad? ¿Para qué, si así estamos bien, es decir, estamos bien si mantenemos a raya el miedo? ¿Pero y si resulta que la libertad aniquila el miedo? El miedo a la libertad pertenece al tóxico cerebro primitivo. Somos seres más humanos si nos enfrentamos a esa tara, si nos enfrentamos a la naturaleza. Somos seres más humanos en la civilización, que avanza a trancas y barrancas porque no todas las generaciones producen genios. Los genios son el fruto triunfal del pensamiento independiente, de la libertad absoluta para dominar como mejor se estime a la naturaleza. Cajal estudiando el sistema nervioso o Einstein proclamando sin ambages la teoría general de la relatividad por mucho que cuestionara al genio precedente, Newton.

Lea usted a Paglia. Es un genio, esa rareza, ese fruto triunfal del pensamiento independiente. Y ayuda a liberarse, a poner distancia con el mundo antihumano de la naturaleza devoradora. Terry Gilliam, en Doce monos, lo explica brillantemente mediante la imagen. Cuando Bruce Willis sale del mundo subterráneo levantando una tapa de alcantarillado para ver qué ha quedado de la civilización después de la catástrofe, el director muestra lo que ve: restos del pasado, como el Capitolio, absorbidos por la naturaleza, cubiertos de vegetación y con las fieras paseándose por ahí. Entonces suena Piazzola, la evocación irremediable de la Argentina con todo su terrible pasado dictatorial: ahí la prosperidad de la naturaleza es ni más ni menos que el producto último del fascismo social. Por eso Rousseau, a quien Paglia detesta, es el padre intelectual de la izquierda reaccionaria y del atrasismo. 

 

CAMILLE PAGLIA: SEXUAL PERSONAE. Valdemar (Madrid), 2006, 1.056 páginas. Traducción de Pilar Vázquez Álvarez.

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