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CIENCIA

Lo que no puede ser, es imposible

John Gribbin es uno de los más reputados maestros de la divulgación científica anglosajona; es decir, en un rey en el país de los que tienen vista de lince. De la mano de su pluma de astrofísico hemos aprendido muchos a entender el galimatías de las ideas de Schröedinger, a maravillarnos por lo que hay debajo de la piel de las estrellas o a discernir entre lo que merece la pena y lo que no merece la pena saber de ciencia.

John Gribbin es uno de los más reputados maestros de la divulgación científica anglosajona; es decir, en un rey en el país de los que tienen vista de lince. De la mano de su pluma de astrofísico hemos aprendido muchos a entender el galimatías de las ideas de Schröedinger, a maravillarnos por lo que hay debajo de la piel de las estrellas o a discernir entre lo que merece la pena y lo que no merece la pena saber de ciencia.
La editorial Crítica publica ahora su aproximación a uno de los temas más peliagudos de la ciencia moderna: la teoría del caos. Y a pesar de que en la solapa de su excelente edición (como acostumbran a ser las de la colección Drakontos) se nos promete un Gribbin accesible, cotidiano y didáctico, la lectura del libro sugiere que al autor le ha pasado lo que a tantos otros eminentes maestros les ocurrió antes: el caos le ha superado.
 
Reconoce Gribbin que tuvo que posponer el abordaje de este asunto hasta haber leído (y comprendido) todo lo que cayó en sus manos sobre la física del caos. Y eso le honra. Le honra, digo, lo de añadir la coletilla de "y entendido". Sus palabras denotan que se ha tenido que enfrentar a un esfuerzo especial: traducir al lenguaje del común de sus lectores (mortales e ignaros como somos) la compleja explicación física de una paradoja insoslayable. A saber: que cuanto más cercano a la escala humana es un sistema, más complicado nos resulta de entender.
 
Esa es una de las bases de la física del caos: somos capaces de establecer leyes comprensibles sobre el comportamiento de los átomos porque son entidades sencillas y componen sistemas carentes de estructuras complejas. Cuanto más compleja es la red que forman, más difícil es su reducción a leyes aprehensibles. Pero esta relación no es infinita; al contrario, si el sistema llega a un grado de complejidad crítica, misteriosamente vuelve a revelársenos sencillo.
 
Cuando los átomos se unen en cantidades suficientemente grandes, la masa de la materia que componen aumenta, la gravedad del conjunto se hace insoportable y aplasta cualquier intento de estructura compleja. Por eso se nos da mejor entender lo muy pequeño (el comportamiento íntimo de la materia) y lo muy grande (el modo en que rotan los planetas alrededor del Sol) que lo que sucede a nuestra escala humana (el flujo de agua en un río, las leyes que regulan el goteo de un grifo, la predicción del camino que van a tomar las bolas de billar tras chocar entre sí, etcétera). Estos últimos ejemplos se nos antojan caóticos.
 
El caos que nos rodea ha levantado dolores de cabeza a los científicos desde tiempos inmemoriales. Exactamente desde el momento en que la mente humana ilustrada empezó a dejar de considerarlo un capricho de la divinidad. Y a lo largo de tantos siglos la ciencia no ha podido resistirse a la tentación de encontrar en él un orden implícito. La comprensión ordenada del caos, con todas sus consecuencias teóricas, es una de las disciplinas más fascinantes de la física.
 
Gribbin nos ilustra sabiamente sobre el origen de esta ciencia, sobre sus fundamentos y sus limitaciones. Y en eso sigue siendo el maestro divulgador que todos conocemos. Pero en buena parte del libro se percibe cierto exceso de análisis teórico impropio de él. Tenemos ante nuestros ojos al Gribbin menos metafórico y didáctico, al menos cotidiano. Es cierto que las anécdotas , incluso el humor contenido, saltan a chispazos entre las páginas, pero el lector que busque un puñado de curiosidades sobre física moderna para contar en su tertulia de sobremesa no saciará su apetito.
 
Este volumen no deja de ser una aportación envidiable a la divulgación física, pero uno tiene la tentación de esperar más de su autor. Nunca nos ha defraudado: jamás ha entregado una obra en la que no encontráramos un ejemplo magistral para contar a nuestros hijos en cada página. En este caso, parece que el caos es mucho caos, y Gribbin no ha tenido más remedio que atarse los machos y depurar un libro de perfil más elevado para audiencias más doctas. Menos divulgativo, más clásico, más ¿aburrido?
 
 
John Gribbin: Así de simple. Crítica, 2006; 384 páginas.
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