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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Los días de gloria de Mario Conde

La vida de un banquero singular como Mario Conde ya hubiese dado en los Estados Unidos para varios libros y un par de películas, a favor y en contra, pero en cualquier caso llenos de detalles y sin miedo a mencionar a éste o a aquél. Ninguna figura pública es sagrada en un régimen de libertades reales.


	La vida de un banquero singular como Mario Conde ya hubiese dado en los Estados Unidos para varios libros y un par de películas, a favor y en contra, pero en cualquier caso llenos de detalles y sin miedo a mencionar a éste o a aquél. Ninguna figura pública es sagrada en un régimen de libertades reales.

Pero en España no gozamos de un régimen de libertades reales, de modo que el atrevido que se metiera a escribir o filmar esa historia sería rápidamente doblegado, mediante el estruendoso silencio de los medios, la persecución discreta y, tal vez, la pena de cárcel por hablar demasiado. Por eso ha de ser el propio protagonista, ya curado de espanto, quien se haga cargo del relato. A su manera, claro, con su versión de los hechos. Pero con los hechos sobre la mesa.

Es muy probable que un narrador de ese carácter tienda a presentarse a sí mismo con benevolencia, lo cual no quita valor documental al relato. En caso contrario no haría falta leer las memorias de Godoy; pero es que sin ellas entenderíamos mal el reinado de Carlos IV, y peor todo lo que siguió. Es lo que sucede con Mario Conde, que ha vendido cien mil ejemplares de Los días de gloria en una semana. Y juro que no es un opúsculo, sino un tremendo libro de 850 páginas, de las cuales, separando descripciones, reflexiones filosóficas y disyuntivas emocionales, quedan en el filtro más fino unas trescientas de información pura y dura. Y de esas trescientas, la mitad, al menos, son contrastables con confesiones de otros protagonistas y resultan ciertas.

Digo que resultan ciertas en la medida en que, por ejemplo, Luis María Anson ha hablado en más de una oportunidad sobre la época del paso de Felipe González a José María Aznar, y sus afirmaciones, tremendas en cierto sentido pero también históricamente normales –si uno no se cree eso de que los cambios de gobierno se producen mediante elecciones simple y llanas–, en ningún caso se contradicen con las más tremendas aún de Mario Conde. Por cierto, Conde es abogado, y muy bueno, de modo que doy por sentado que ha valorado pros y contras de su relato antes de ponerse a no dejar títere con cabeza. Títeres muy desagradables, hay que decir, y que, formalmente retirados de la política, siguen actuando en la sombra y con notables cuotas de poder.

Hay dos maneras de leer este libro: como una novela de Ellroy, lo cual está muy bien, puesto que aquí y ahora falta el narrador que pergeñe una España semificcional a la manera en que el escritor de Los Ángeles ha construido su América; o como un libro fuente para la deducción de la historia contemporánea de esta nación en decadencia en la que nos ha tocado vivir. En cualquiera de los dos casos, cabe tomar el texto desde la desconfianza o desde la aceptación. Y en cualquiera de ambos resulta imposible dejar de leer.

Si alguien pretende escribir un gran thriller político, tiene en Los días de gloria todo el material. Podría titularse Black Spain y dar lugar a una espléndida película que nadie tendrá el valor de hacer (¡ya me gustaría hacerla a mí!).

No voy a intentar resumir aquí este libro: sería no sólo estúpido, también contraproducente. Bastará con que diga que no trata del caso Banesto, que también, sino de la historia de la segunda mitad del siglo XX, que, por cierto, dista mucho de haber acabado. Hoy se parodian, y Conde describe con precisión el modo, las circunstancias de 1993 y 1996, con personajes de mucha menor entidad que aquellos que se jugaban la ropa y el lugar en la historia en aquellos difíciles años, cuando aún vivíamos en pesetas y estábamos obligados a salvarnos a nosotros mismos, sin esperar a que Monsieur Trichet nos señalara el camino. Además, todos disponemos, con un mínimo de memoria –personal como es la memoria, no histórica sino política–, de elementos para completar el puzzle que Mario Conde propone al disponer sus propias piezas. Puede usted creerle o no, pero le aseguro que se llevará sorpresas al ver lo bien que encajan esas piezas con sus recuerdos.

Los días de gloria no es bueno ni malo, ni verídico ni falso: es historia en primera persona, con todo lo que ello implica. Saben mis lectores que yo pienso que la historia siempre es un relato subjetivo en lo ideológico, en lo emocional, hasta en lo documental. De modo que no se trata precisamente de un reproche.                          

La gran pregunta es por qué este libro aparece ahora, a finales de 2010, cuando es evidente que estamos ante grandes cambios políticos y faltan en la dirección de los grandes partidos nacionales individuos que superen la mediocridad más ramplona. A mí sólo se me ocurre una: Mario Conde está en disposición de ofrecer sus servicios a la nación, en esa política en la que nunca le dejaron entrar, como no le dejaron entrar realmente en la clase aún dominante en España, la de las trescientas familias de José Antonio Primo de Rivera, ampliada. Es un negociador hábil y Los días de gloria es casi un anuncio de campaña. Su campaña.

 

MARIO CONDE: LOS DÍAS DE GLORIA. Martínez Roca (Madrid), 2010, 846 páginas.

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