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CIENCIA

Los límites del crecimiento, 30 años después

Ni la constatación de que la primera versión de este libro ha fallado en la mayor parte de sus predicciones, ni el creciente clamor de buena parte de la comunidad científica sobre algunos de sus errores de bulto, ni el abandono de sus postulados por algunos gurúes que con más entusiasmo los defendieron, ni la muerte de uno de sus autores fundacionales son suficientes para impedir que se edite la tercera versión de uno de los estudios más controvertidos, criticados y, para muchos, erróneos del mundo de la ecología y la economía: Los límites del crecimiento.

Ni la constatación de que la primera versión de este libro ha fallado en la mayor parte de sus predicciones, ni el creciente clamor de buena parte de la comunidad científica sobre algunos de sus errores de bulto, ni el abandono de sus postulados por algunos gurúes que con más entusiasmo los defendieron, ni la muerte de uno de sus autores fundacionales son suficientes para impedir que se edite la tercera versión de uno de los estudios más controvertidos, criticados y, para muchos, erróneos del mundo de la ecología y la economía: Los límites del crecimiento.
Corría el año 1972 cuando un grupo de jóvenes investigadores del MIT, auspiciados por el Club de Roma y enardecidos por la lectura de las teorías sobre el crecimiento de Malthus (que algún científico ha calificado del mayor desatino en la historia de la ciencia demográfica), pusieron en marcha un programa informático de proyección del futuro que iba a convertirse en el adalid del ecologismo catastrofista. La idea arrojada sobre la opinión pública era clara: el mundo se queda sin recursos. La industrialización y el mercado son herramientas devastadoras que agotarán la Tierra en pocas generaciones. El crecimiento demográfico es insostenible. Se impone dejar de crecer y establecer nuevas vías de desarrollo respetuosas con el medio ambiente.
 
Bajo el título Los límites del crecimiento, Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennis Meadows, entre otros, editaron una de las obras más leídas, vendidas, comentadas y seguidas del ecologismo, quizás el libro que más ha hecho por la difusión de ese concepto indefinido y absurdo de "desarrollo sostenible".
 
Veinte años después, los autores editaron una revisión del informe (Más allá de los límites del crecimiento), en la que supuestamente confirmaban que algunas de sus predicciones se habían cumplido. Y ahora llega la tercera versión: Los límites del crecimiento, 30 años después, editada en España por Galaxia Gutenberg.
 
Edvard Munch: EL GRITO.Recorrer minuciosamente la lista de errores, incoherencias y concesiones a la demagogia del primer libro requeriría un espacio del que ignoro si cuenta Libertad Digital en sus servidores. Baste decir que el concepto malthusiano de crecimiento exponencial de la población, eje central de la propuesta de los autores y del informe subsiguiente del Club de Roma, ha sido desmentido hasta la saciedad. A pesar de ello, la idea de que la población mundial crece exponencialmente y el mundo se quedará sin recursos para todos en unas pocas centenas de años es uno de los memes que más perversamente se han instalado en la cultura colectiva.
 
No hay colegio, libro de naturaleza ("conocimiento del medio", dicen ahora) ni profesor progre que no eduque a los más pequeños y menos avisados alumnos bajo esta premisa ecoalarmista.
 
Sí, no cabe duda: el mundo se agota, y los culpables no son otros que los malvados agentes de la industria, el mercado, la avaricia de Occidente. Nadie parece acordarse de que, por ejemplo, el informe de 1972 advertía de que el planeta se quedaría sin reservas de petróleo en 1990. Nadie parece darse por enterado de que las predicciones del Club de Roma tuvieron casi todas idéntico índice de fiabilidad.
 
La actualización ahora publicada no corrige estos errores, por supuesto. Es como si el tiempo no hubiera pasado por las páginas del estudio depositando algún pedacito de realidad. Porque, en realidad, ¿qué ha ocurrido en estos 30 años que revisa la obra? Pues, sencillamente, que hemos experimentado un progreso gigantesco en todas las áreas de actividad humana: vivimos más, la longevidad se ha duplicado en sólo un siglo, la mortalidad infantil ha descendido drásticamente (de 1 de cada 5 niños en 1959 a 1 de cada 18 en 2001); el número absoluto de personas con carencias nutricionales severas ha descendido en tres décadas de un 35 a un 18%; en el Tercer Mundo cada vez hay más gente con acceso a la televisión o la nevera, los coches, los ordenadores o el vídeo.
 
No quiere esto decir que el planeta esté exento de problemas, y que no sea imprescindible prestarles atención. Pero un solo dato sería necesario para atacar la línea de flotación del libro: desde 1962 la población mundial se ha duplicado; sin embargo, tenemos más comida que nunca. La curva de consumo de calorías per cápita en el mundo rico y en el pobre es directamente proporcional al crecimiento demográfico. No sólo el crecimiento parece no tener límites, sino que puede impulsar la búsqueda y la obtención de nuevos recursos, estrategias más eficaces, tecnologías más productivas e inocuas.
 
A pesar de lo que se opina en este libro, la humanidad tiene derecho a alcanzar su propia prosperidad.
 
La reedición de la obra no ofrece gran cantidad de material nuevo. Sigue navegando entre los mismos lugares comunes. Quizás haya actualizado algo su lenguaje, para arrojarse definitivamente en los brazos de la demagogia más exhibicionista. Véanse, por ejemplo, algunas de las características de la "sociedad sostenible" en que a los autores les gustaría vivir: "Sostenibilidad, suficiencia, igualdad y belleza como máximos valores sociales"; "alguna manera de incentivar que las personas den lo mejor de sí mismas a la sociedad"; "dirigentes honrados, respetuosos, humildes"; "una economía que sirve al medio ambiente"; "razones para vivir y para pensar bien de nosotros mismos que no impliquen la acumulación de bienes materiales"…
 
La lista podría alargarse hasta agotar todas las existencias de suavizante del supermercado, pero tiene su cúspide melosa en la lista de "instrumentos" de acción. Este arsenal intelectual y científico se compone de "visión, coordinación, verdad, aprendizaje y amor".
 
A este lenguaje insustancial y facilón se le pretende dotar de peso científico mediante dos estrategias que funcionan en paralelo. La primera es la referencia a los modelos de simulación informática como fuente de predicción del futuro. Modelos que, en ninguno de los casos en que se utilizan (desde el clima a las proyecciones sobre el mercado de valores), sirven más que de eso: de modelo estadístico, de herramienta de calibrado de hipótesis. El famoso programa World 3 usado por los autores no hace más que diseñar (como todos los demás simuladores) evoluciones futuras sobre las informaciones que se le dan. Pero es capaz de arrojar conclusiones muy diferentes si se le nutre con otro tipo de variables.
 
La segunda estrategia con que el libro pretende dotarse de seriedad científica es el uso de constantes notas, referencias bibliográficas, gráficos, menciones a la autoridad de otras instituciones. Pero un cuidoso repaso a las mismas servirá al lector para darse cuenta del terrible peso que en ellas tienen las organizaciones ecologistas y las instituciones apriorísticamente afines a las tesis ecoalarmistas.
 
En definitiva, que vuelve a salir a la luz uno de los tratados que más daño han hecho a la concepción del mundo de varias generaciones, que más se ha manoseado para defender el anticapitalismo, la antiglobalización, el antiamericanismo, el antiprogreso, la anticiencia, la antitecnología… y todos esos "anti" tan queridos por los que dicen estar a favor de la naturaleza. Una obra que no debería causar sensación especial entre las nuevas generaciones de lectores, porque seguro que ellos sí son capaces de leer con espíritu crítico.
 
Si así lo hacen, encontrarán que ni siquiera los propios autores parecen creerse lo que proponen ("A menudo nos preguntan si nuestras predicciones fueron acertadas. Conviene señalar que ése el lenguaje de los medios de comunicación, no el nuestro). Bueno, pues ya que ellos se eximen de la responsabilidad de parecer fiables, será un medio de comunicación quien juzgue: ¡ni una, señores, no dieron ni una!
 
 
Varios autores: Los límites del crecimiento, 30 años después. Galaxia Gutenberg, 2006; 514 páginas.
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