Menú
UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

Los problemas que abordó la República

Pierre Vilar, en su libro de síntesis sobre la Guerra Civil, condensa en tres, que él llama "desequilibrios", los problemas a afrontar por la República: sociales, vestigios del antiguo régimen agrario e industrialización incoherente; regionales, oposición entre distintas regiones, nacida del desigual desarrollo de las mismas; espirituales, debido a las pretensiones dominantes de la Iglesia Católica, origen a su vez de un anticlericalismo ideológico y pasional.

Pierre Vilar, en su libro de síntesis sobre la Guerra Civil, condensa en tres, que él llama "desequilibrios", los problemas a afrontar por la República: sociales, vestigios del antiguo régimen agrario e industrialización incoherente; regionales, oposición entre distintas regiones, nacida del desigual desarrollo de las mismas; espirituales, debido a las pretensiones dominantes de la Iglesia Católica, origen a su vez de un anticlericalismo ideológico y pasional.
Pierre Vilar.
Vilar, desde luego, distaba mucho de la chapucería a que nos tienen acostumbrados nuestros marxistas y progres, incapaces por lo común de escribir obras de síntesis de mediano rigor. El pequeño libro del autor francés Vilar ha disfrutado, por ello, de una merecida difusión, porque está concebido de forma muy racional y didáctica, aun si su enfoque resulta falso de raíz, al orientarse por las convicciones marxistas del autor. No extrañará, por tanto, que su esquema aparezca de una y otra forma en numerosas obras de historia. Así, desde luego, en las aquí ya tan citadas de Bennassar y de Beevor, las más relevantes de las publicadas en los últimos tiempos, si exceptuamos El colapso de la República, de Payne.
 
Bennassar personifica la cuestión en Azaña, y, con escaso sentido crítico o con desconocimiento de los propósitos expuestos por el propio político y ya mencionados en un capítulo anterior, la presenta así: "El proyecto de Manuel Azaña: gobernar España con la razón". Como veremos, sería una razón muy poco razonable, pero fijémonos ahora en cómo expone Bennassar el proyecto azañista:
 
"Aunque de espíritu jacobino, sabía que no obtendría la colaboración de los catalanes más que reconociendo su especificidad, incluso su nacionalidad".
 
"Una sociedad laica exigía la separación de Iglesia y Estado pero (…) la realización de ese objetivo sólo era posible mediante negociaciones delicadas y buscando interlocutores de buena voluntad en el otro bando".
 
Manuel Azaña."Para Azaña, la democracia española sólo podía consolidarse elevando el nivel cultural y acabando con un analfabetismo muy extendido (que en 1930 alcanzaba el 44 por ciento según algunos autores y, en cualquier caso, superaba el 30 por ciento)".
 
De esta forma resolvería los desequilibrios regionales, espirituales y en alguna medida sociales de Vilar. Y aclara Bennassar: "La realización del programa de Azaña habría hecho de España un país más justo, más libre y más equilibrado". Bien, eso ya lo iremos viendo, pero de momento no es el asunto a tratar.
 
Al exponer la situación de ese modo, el historiador comete dos errores. En primer lugar, habla de los "republicanos" como si todos considerasen los mismos problemas y pensaran resolverlos de la misma forma. No ocurría nada de eso. Las ideas de los socialistas al respecto diferían profundamente de las de Azaña, las de éste no coincidían con las de Lerroux (el único republicano histórico y realmente representativo), ni con las de ERC o las de otros partidos republicanos, por no mencionar a las derechas. El segundo error –típica manipulación ideológica– consiste en sugerir implícita o explícitamente la existencia de unas fuerzas políticas que ofrecían las soluciones correctas, al menos en principio, y otras cerrilmente opuestas a tales soluciones, por temor a perder "privilegios" o por lo que fuera.
 
La realidad es que existían esos problemas –y muchos otros–, y que no había ni de lejos unanimidad para afrontarlos no ya entre derechas e izquierdas, sino en las mismas izquierdas. Un relato que no tenga en cuenta estos hechos elementales falseará de entrada la historia.
 
Como he expuesto en Los mitos de la guerra civil, esos puntos de vista son irreales y, en lo que tienen de verdad, demasiado obvios. En todo país y época encontramos desequilibrios o problemas sociales, regionales y espirituales. Ellos eran más acentuados en 1890 que en 1930; o más crudos en Portugal, Grecia, Polonia o Rumania que en España; y sin embargo ninguna de ellas sufrió conmoción semejante a la española. O considérese, en Francia, el desequilibrio (creciente, según la doctrina marxista de Vilar) entre la oligarquía financiera y la masa de trabajadores peor pagados; entre la rica región parisina y la Auvernia; o, durante decenios, entre la pretensión dominante del Partido Comunista con sus millones de votantes deseosos de una dictadura proletaria a imitación de la URSS y el anticomunismo ideológico y pasional de las masas conservadoras.
 
¿Por qué tales desequilibrios no engendraron en Francia una situación catastrófica y desembocaron en una guerra civil, como en la República española? Aunque también Francia estuvo muy cerca de la guerra civil en aquellos años, sin duda su clase política terminó por gestionar mejor la crisis, y también lo hizo la de otros países europeos con problemas más agudos que los españoles, y que no abocaron a contiendas internas.
 
Beevor, mucho más concreto, y también más tosco que Bennassar, resuelve:
 
"Ante los hombres de la República se alzaban los inmensos retos, siempre pospuestos, que tenía planteados la sociedad española: la reforma agraria, la reforma militar, la cuestión catalana y las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Tenían, además, que modificar el sistema de enseñanza y fomentar la cultura si querían construir su república de ciudadanos".
 
Esto es aceptar sin más el enfoque ofrecido por alguno de los partidos políticos, lo que equivale a separarse de la historiografía para caer en la propaganda. Un historiador algo serio debe plantearse más bien: la reforma agraria ¿era la salida para una población campesina sencillamente excesiva, o iba a mantener la miseria del agro? La reforma militar, ¿qué grado de urgencia y de aceptación tenía en la sociedad, y cómo se llevaría a cabo? El problema de los nacionalismos vasco y catalán, ¿tenía salida, cuando Azaña y otros veían la autonomía como la solución y los nacionalistas sólo como un paso adelante para provocar nuevos problemas? En cuanto a las relaciones con la Iglesia, ¿corresponde a la verdad la idea de que ésta mantenía una actitud cerrada y hostil, o bien fue ella la hostigada y agredida? Y sobre la cuestión de la enseñanza, ¿hasta qué punto era coherente o contradictorio el enfoque de las izquierdas republicanas (o "los republicanos", como suelen llamarlas con total impropiedad estos historiadores)?
 
Estas son las preguntas que debe hacerse una historiografía con aspiraciones de rigor. Para lo cual conviene eludir, de paso, una serie de trampas ideológicas en las que se cae masivamente, como llamar "republicanos" a las izquierdas republicanas, que eran sólo una fracción de aquellos; o "catalanes" a los nacionalistas catalanes; o "movimiento obrero" a los partidos obreristas, etc. Errores mucho más graves de lo que parece, porque desvirtúan de entrada el relato.
 
En fin, los retos mencionados por Beevor ni eran inmensos ni estaban pospuestos. Se trataba de posibles reformas, en gran parte consecuencia del proceso de rápida modernización bajo la dictadura de Primo, cuando el analfabetismo había descendido al 26%, según el estudio más fiable de V. García Hoz: La educación en la España del siglo XX (aunque muy desigual por provincias: inexistente en las "devotamente religiosas", Álava y Santander, mayoritaria en Granada o Lugo); cuando la enseñanza en general, de la primaria a la superior, había experimentado un desarrollo muy notable; cuando las mujeres pudieron ser elegidas por primera vez a cargos públicos (aunque no votar todavía); cuando el nivel medio de ingresos había subido notablemente y el país se había dotado de excelentes redes de comunicación, etc.
 
El verdadero gran problema, que englobaba a todos los demás, consistía en proseguir la modernización del país bajo un sistema democrático, o bien romper con lo anterior y pretender empezar de la nada. Ya hemos visto cómo la mayoría de los republicanos, empezando por Azaña, eligió lo segundo, y como consecuencia le sería difícil evitar el ataque a los principios democráticos, pues una gran masa de los españoles no estaba por tales experimentos.
 
Y, como vimos en el capítulo anterior, cualesquiera fuesen los problemas del nuevo régimen, éste no contaba con el personal político adecuado para resolverlos con alguna pericia. Esta situación se ha repetido mucho en España: políticos decididos a cambiar de arriba abajo el país, como si lo anterior no valiera nada, y faltos del menor talento para llevar a cabo la obra.
 
 
0
comentarios