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LAS MENTIRAS DEL 11-M

Luis, ¡vale ya!

A la hoguera van a mandar este nuevo libro sobre el 11-M; atado al pecho de su autor, si pudieran. Conviene avanzar algo de su contenido, no sea que algún inversor del lado oscuro decida agenciarse toda la tirada. Las mentiras del 11-M, por Luis del Pino. Ojo, porque el incómodo ingeniero inconformista no va de farol: mentiras dice ahora; antes decía enigmas.

A la hoguera van a mandar este nuevo libro sobre el 11-M; atado al pecho de su autor, si pudieran. Conviene avanzar algo de su contenido, no sea que algún inversor del lado oscuro decida agenciarse toda la tirada. Las mentiras del 11-M, por Luis del Pino. Ojo, porque el incómodo ingeniero inconformista no va de farol: mentiras dice ahora; antes decía enigmas.
Vayan buscando argumentos los defensores de la versión Rubalcaba-Sánchez (goma-dos-eco-vale-ya), o aprovechen para ilustrarse y evitar que el más trágico ataque terrorista de nuestra historia se convierta también en la mayor de las infamias.
 
Como el propio Luis del Pino advierte en el prólogo, este libro no está pensado para iniciados, ni siquiera es necesario haber leído el anterior: Los enigmas del 11-M. Eso sí, con el segundo se entiende todavía mejor el primero. Lean, pues, y relean después. Luego busquen en el ABC e indaguen en El País –perdón por la redundancia–, a ver si adivinan el súbito y paralelo interés de estos medios por la investigación en torno a la masacre.
 
Las mentiras del 11-M da cuenta de las acciones y omisiones que han plagado la investigación de los atentados. Acciones y omisiones protagonizadas por jueces, fiscales, políticos y un puñado de mandos y mandados, ovejas negras de nuestra sacrificada policía. Es una historia de engañadores y engañados, más numerosos estos últimos pero en proporción menguante con respecto a los primeros conforme avanza la investigación.
 
Aunque en algunos medios de comunicación hayan levantado el circo en torno a la matanza, los chistes malos sobre la Kangoo –algunos la llaman "la fregoneta de Pedrojota"–, la mochila errante, la Orquesta Mondragón, el Skoda o los remedios para el olor de pies ya no hacen gracia. Las familias de 192 personas y los miles de heridos nunca se han reído. Simbólicamente, Del Pino ha hecho coincidir las mentiras con el número de muertos. Algunos verán en ello oportunismo; otros, entre los que me incluyo, un sincero homenaje y la razón de ser de toda su investigación. Lo triste es que este paralelismo tenga visos de quedarse desfasado. Hay más de 192 mentiras.
 
El que se asome a Las mentiras comprobará cómo surgen pruebas de cargo por generación espontánea, y cómo viajan solas desde no se sabe dónde hasta las comisarías o hasta algunos escenarios del crimen, cambiando de forma, color, tamaño... y hasta multiplicándose por el camino. Asistirá también a ruedas de reconocimiento que parecen hechas a la luz de una islamizante lámpara de cuarzo, porque los recordados como pálidos salían morenos y hasta con la tez "oscura". Y es que, en la España torrentesca, si un testigo ocular no aporta los datos que convienen, pues se le cambian.
 
Algo parecido ocurre con uno de los personajes más intrigantes del 11-M. El Chino. Un tipo al que nadie conocía por ese mote y cuyo cadáver no reclamó ni su madre. No es que haya incógnitas sobre su persona, es que todo él es una incógnita. Tanto, que merece un capítulo, del que –ya les advierto– saldrán como salía Rajoy de La Moncloa cuando hablaba con Zapatero, o sea, igual que como entraron o peor. Pero claro, si alguna vez existió El Chino-Mowgly-Ahmidan-Ajon-Abú Zaid... resulta que no podrá sacarnos de dudas, porque se lo tragó el gran sumidero de Leganés.
 
En esta terrible historia real los personajes y las cosas desafían las leyes de la energía: se crean, se destruyen y se transforman. Cambian hasta los explosivos, es decir, el arma homicida. En el tiempo que ha pasado desde que los Enigmas se convirtieran en Mentiras todavía no ha aparecido prueba alguna de que lo que estalló en los trenes fuera lo que nos dicen que fue. Juzgaremos a los presuntos, entrarán y dejarán de entrar personas en el trullo, y será sobre la falsa prueba de un explosivo que no mató a nadie: el de la Kangoo, el del Skoda, el del AVE... ¿Y en los trenes? Esta es la pregunta que nadie soporta. "¡Vale ya!", contesta la fiscal cuando osamos lanzarla. Pues eso, si algún subtítulo merecería el libro de Luis sería precisamente ése: Las Mentiras del 11-M. Vale ya.
 
En definitiva, la novedad de esta segunda aventura editorial de Luis es el libro en sí. Ver las mentiras juntas y explicadas, limpias de polvo y paja. Usando la acertada metáfora de Luis, la lectura de Las mentiras es como la reproducción del ejercicio de un prestidigitador grabado con una cámara de alta velocidad. En la moviola, fotograma a fotograma, veremos cómo el ilusionista nos lleva la vista hacia una de sus manos mientras con la otra ejecuta el truco. Una mano nos ha llevado a Lavapiés, a Asturias, a Morata, a Leganés. Por la manga –casi tan amplia como el abrigo del mudo de los Marx– se han deslizado furgonetas, mochilas y skodas, mientras la presta mano ejecutora escondía la única prueba de cualquier asesinato con bomba. La bomba.
 
Sólo echo de menos una cosa, y espero que editor y autor no se molesten por ello: si Luis ha pensado en cada víctima, debería incluir la lista en este inigualable homenaje. Lo sugiero para ediciones venideras, que las habrá. No es una lista cualquiera. Son los muertos de un asesinato político sin aclarar.
 
 
LUIS DEL PINO: LAS MENTIRAS DEL 11-M. Libros Libres (Madrid), 2006; 256 páginas.
 
JAVIER SOMALO, redactor jefe de LIBERTAD DIGITAL.
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