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EN BUSCA DE LA VERDAD

¿Razón y religión se necesitan?

Cuando relata los últimos momentos de Jerusalén antes de ser conquistada por el emperador Tito, Flavio Josefo dice en La guerra judía, refiriéndose al incendio del Templo: "Las llamas tuvieron su origen y su causa en los propios judíos". Frase que no es probablemente expresión de lo que sucedió, pero acaso sí pueda simbolizar lo que aconteció y lo que acontece con frecuencia en la Historia.

Cuando relata los últimos momentos de Jerusalén antes de ser conquistada por el emperador Tito, Flavio Josefo dice en La guerra judía, refiriéndose al incendio del Templo: "Las llamas tuvieron su origen y su causa en los propios judíos". Frase que no es probablemente expresión de lo que sucedió, pero acaso sí pueda simbolizar lo que aconteció y lo que acontece con frecuencia en la Historia.
La forma de proceder de los hombres, no necesariamente por maldad, muchas veces simplemente por error, les lleva a menudo a la aniquilación de lo que más aprecian. Nuestro tiempo parece ser testigo de la "inminente autodestrucción de la Ilustración" (Spaemann), del "suicidio de la razón socrática" (Glucksmann).
 
La famosa lección magistral de Benedicto XVI en Ratisbona ha dado lugar a una amplia cascada de reacciones, comentarios y opiniones; desde las más salvajes, confirmadoras de las palabras del Pontífice sobre la violencia, hasta las más razonables, entrando así en el diálogo por él propuesto. Un fruto de aquella histórica visita a su Alemania natal es el libro Dios salve la razón. En él se reúnen, en torno a la Vorlesung citada ("Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones") y otras dos intervenciones suyas de aquellas fechas: "El mundo tiene necesidad de Dios" y "La fe es sencilla", un variopinto grupo de pensadores: G. Bueno, W. Farouq, A. Glucksmann, J. Juaristi, S. Nusseibeh, J. Prades, R. Spaemann y J. H. H. Weiler. Como se ve, un libro un tanto inusual, en estos tiempos en los que lo habitual es invitar a los cursos y publicaciones a los de la propia cuerda. Aquí tenemos católicos, judíos, musulmanes… y hasta un filósofo profeso del materialismo.
 
Esta combinación, ya de por sí, habla del problema que aborda el libro. Dialogan entre sí y con el lector, lo que es posible porque están dotados de un logos, razón, con el que ir más allá de uno mismo y buscar algo universal, la verdad. Cuando esto se da, la palabra –de nuevo aparece el logos– va más allá de uno y es pronunciada con la esperanza de que pueda ser escuchada. Y a la inversa, se lee o escucha aguardando algo significativo para uno mismo, pero precisamente porque lo es universalmente. Y aquí nos encontramos con un tercer significado de logos –no es de extrañar que J. Marías dijera que esta palabra no hay que traducirla–: para el griego también quería decir "sentido". El hombre vive en medio de la realidad, él es parte de ella, la puede conocer y comunicar, y esta realidad está inscrita en un para qué, tiene sentido. Sin embargo, esta convicción, heredada del genio heleno, se encuentra en una profunda crisis.
 
A lo largo de las páginas de esta publicación encontramos una sintomatología difícilmente negable e indudablemente alarmante. La posmodernidad no cree poder conocer la verdad, las preguntas sobre el sentido –las que más radicalmente importan al hombre– le parecen un sinsentido y piensa que la razón solamente puede aportar un conocimiento instrumental de la realidad. Gustavo Bueno habla de cuatro tipos de patologías de la razón: los trastornos de tipo supersticioso, que renacen con fuerza en nuestros días, adivinaciones, tarot, horóscopos, etc.; las explicaciones de la realidad de tipo mitológico o gnóstico, que también menudean; diferentes formas de dogmatismos y fundamentalismos: basta con abrir el periódico, y desviaciones de la razón como el escepticismo, el nihilismo, el relativismo, el subjetivismo psicologista, etc.
 
De todas estas patologías, la que más preocupa a André Glucksmann es la última: "Los síntomas más grandes de la crisis de Europa, convertida en crisis planetaria del espíritu, habían sido señalados en la Fides et ratio. El resultado más evidente y peligroso del desorden actual es el nihilismo". Para él, como quiera que la razón ha renunciado a buscar la verdad y enunciarla, como ha perdido la confianza en sí misma para conocer, no se atreve a denunciar lo falso como falso y lo malo como tal y cede ante la arbitrariedad, engendrando la cultura de la muerte:
El nihilismo prospera en las playas de la filosofía, proclamando no sólo la relatividad de los bienes y de los valores sino más radicalmente la relatividad del mal. (…) "Mata al prójimo como a ti mismo". El imperativo nihilista supera alegremente los confines geográficos y geopolíticos. Cubre ya todo el abanico de las violencias posibles y hace proliferar la masacre de los inocentes. (…) El nihilismo trasforma la fuerza de hacer en capacidad de deshacer y la voluntad de poder en voluntad de dañar.
Que, claro, no se limita a matar en el sentido biológico, sino que tiende a terminar con todo lo genuinamente humano. Certeramente, Javier Prades cita a Hannah Arendt:
La preparación [para el totalitarismo] ha tenido éxito cuando (…) los hombres pierden la capacidad tanto para la experiencia como para el pensamiento. El objeto ideal de la dominación totalitaria no es el nazi convencido o el comunista convencido, sino las personas para quienes ya no existe la distinción entre el hecho y la ficción, y la distinción entre lo verdadero y lo falso.
Así pues, al final el nihilismo se convierte en el mejor aliado de las patologías de corte dogmático o fanático. En esta línea, Weiler hace ver que en el pensamiento laicista, para el que la religión "es definida a priori, fuera del ámbito del respeto por la razón, después es expulsada de la esfera pública y en último lugar es confinada en la esfera privada", hay algo de totalitario, al ver el ámbito público no como algo que proteja y garantice el Estado, sino como algo que absorbe e identifica consigo mismo.
 
¿Cómo hemos podido llegar a estos extremos? El concepto débil de razón que tiene la posmodernidad es, en buena medida, consecuencia de un no infrecuente efecto péndulo en la Historia. La modernidad concibió la razón como una capacidad de conocer que no se tenía que subordinar a nada ni a nadie; así podría enseñorearse sobre todo. Pero, desligada de lo sensible y lo afectivo, en paralelo a la libertad y paulatinamente cada vez más de espaldas a Dios, la razón ha quedado encerrada en sí misma y ha ido perdiendo contacto con la realidad. Queriendo ser totalmente independiente de todo, ha resultado encerrada en sí misma; por sí sola no es capaz de darse sentido a sí misma, porque no es un fin en sí, ni de encontrárselo a una realidad que le aparece absurda y fragmentada:
Sin la existencia de Dios, hay sólo muchas perspectivas, pero no un "mundo verdadero". E incluso la reductio ad absurdum de la negación de la verdad no es ya la impugnación de ella, en cuanto que el mundo es absurdo, si Dios no existe. (…) Nietzsche veía otra cosa más. Veía que si Dios no existe y el hombre no es un ser capaz de verdad, entonces no puede ni siquiera ser lo que cree ser: una persona (Spaemann).
La razón moderna, queriéndose autodivinizar, se ha quedado encerrada en su templo y parece estar ahora ardiendo en el incendio de la sinrazón. El remedio está en que la razón vuelva a ser lo que es; para Robert Spaemann, "razón significa autotrascendencia, apertura hacia la realidad". Pero ¿hasta dónde ese salir de sí e ir hacia la realidad? La postura de los autores a este respecto es varia. La religión necesita a la razón, pero ¿necesita la razón, además de la totalidad de lo que es el hombre, de Dios y no simplemente como idea regulativa, sino como realidad?
 
Para Gustavo Bueno, excepción hecha de la minoría que puede vivir en la edad adulta y, por tanto, emancipada de Dios, el resto –analfabetos, semicultos e incluso quienes tienen una formación tecnológica especializada– necesita de un tutor.
El Dios trino del cristianismo tiene una estructura similar a la de las personas humanas que han desarrollado formas de racionalidad más potentes a través de sus instituciones históricas; de una racionalidad que no es solitaria ni autista, como lo es el Dios de Aristóteles o el de Mahoma; de un Dios que también es creador de un Mundo, que no es caprichoso o aleatorio, sino sometido a reglas que han sido contrastadas en el "Consejo Divino", y sólo ante las cuales las grandes masas populares pueden mantenerse dentro de unos límites capaces de defenderse del pánico, del delirio, de la superstición o del horror.
G. Bueno no acaba de emanciparse de la Ilustración, aunque ésta solamente sea algo reservado para unos pocos; pensar la universalización de una educación filosófica materialista es algo propio de "panfilismo humanista". Si yo no le he entendido mal, ¿no será acaso esto una antropología gnóstica invertida en la que los carnales, los verdaderamente materiales, sean la élite en vez de los pneumáticos de los viejos gnosticismos?
 
Spaemann es menos tímido y va a por todas. Para él, aunque no sólo, la razón, y con ella todo lo que se ha visto arrastrado en su derrumbamiento, necesita ser salvada por Dios y no por una idea tutorial, por buena que ésta sea, y para todos:
La razón es aquel step beyond ourselves [paso más allá de nosotros mismos] cuya posibilidad niega la modernidad. He intentado, refiriéndome a Nietzsche, mostrar que esta posibilidad depende de la existencia de Dios y justamente de un Dios que en su esencia es luz. La razón pues no es un instrumento de supervivencia del homo sapiens, sino participación en la luz divina y un ver el mundo con esta "luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9). Esa luz, como dice Platón, hace ver el bien como el koinon, "lo que es común a todos" (cf. Platón, Fedón).
Éste no es un problema que delegar en los gabinetes filosóficos, por mucho que tengan éstos que hincarle el diente. En él, en que la razón nos dé o no acceso a la verdad, nos jugamos ésta, la libertad, el bien, el sentido, la sociedad, etc. Merece la pena leer este libro, al menos alguno de sus artículos, si falta el tiempo, y rumiarlo, aunque sea en el autobús al ir al trabajo. Buscar la verdad es un acto radicalmente más revolucionario que quemar neumáticos en una callejera algarada antisistema.
 
 
VVAA: DIOS SALVE LA RAZÓN. Encuentro (Madrid), 2008, 199 páginas.
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