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CIENCIA

Supercontinente

El subtítulo de este libro es tramposo, pero podemos perdonárselo al autor, Ted Nield. "La increíble historia de la vida en nuestro planeta habla": en realidad, se trata de la historia de la no vida, del devenir de las piedras durante los más de 4.000 millones de años que llevan entre nosotros.

El subtítulo de este libro es tramposo, pero podemos perdonárselo al autor, Ted Nield. "La increíble historia de la vida en nuestro planeta habla": en realidad, se trata de la historia de la no vida, del devenir de las piedras durante los más de 4.000 millones de años que llevan entre nosotros.
Reconozco que la geología nunca ha sido mi ciencia favorita. Fascinado por el poder de atracción de los genes, las estrellas, los animales en lucha por la supervivencia, las células sanas y enfermas..., al sustrato físico de nuestro suelo siempre lo relegué al terreno de las asignaturas prescindibles. ¡Qué error! Hoy, la ciencia sabe que debajo de nuestros pies se encuentran algunas de las explicaciones más esperadas a cuestiones que nos preocupan sobremanera: la energía, la biodiversidad, la evolución, el origen de la vida...

Por cierto, a lo mejor resulta que el subtítulo no es tan tramposo como parecía. Veamos.

La Tierra es un planeta vivo, si se entiende como tal un planeta activo, en contraste con otros (Marte, sin ir más lejos) cuya actividad geológica parece llevar milenios adormecida. Nuestro globo habitable es un caparazón de rocas que flota sobre un corazón hirviente y líquido (al menos cuasi líquido). El descubrimiento de la tectónica de placas, en el siglo XIX, casualmente coincidente con las políticas expansionistas (dizque imperialistas) de la Europa científica y desarrollada, nos reveló un planeta cambiante, mutable. Es verdad que cambia muy lentamente, pero hoy sabemos que los continentes estuvieron un día unidos en un supercontinente primordial... y que volverán a estarlo, nos guste o no. Bajo ellos bulle un submundo caliente casi exclusivo en el Sistema Solar.

Para que un planeta esté geológicamente activo deben coincidir demasiadas circunstancias. No ha de ser demasiado grande (para que no se enfríe muy rápido) ni demasiado pequeño (para que la actividad no le resulte insoportable). Ha de estar a la correcta distancia de su sol, tener la forma adecuada, girar a la velocidad pertinente. La Tierra es como es porque ocupa un espacio privilegiado en el cosmos.

Pero tener un planeta activo no sirve sólo para alimentar nuestro ego geológico. Precisamente el modo en que la Tierra rota sobre su eje y arrastra en su movimiento su contenido licuoso (a un ritmo latente diferente, único) es el responsable de que se hayan formado poderosos campos magnéticos, que hacen las veces de escudo protector ante las inclemencias del espacio exterior (lleno de radiaciones y vientos solares mortales). La masa terrestre, además, es perfecta para albergar una atmósfera: si fuera mayor, los gases habrían quedado atrapados demasiado cerca de la superficie por efecto de la gravedad; si fuera menor, ésta no habría podido retener el velo atmosférico alrededor del planeta. Los movimientos de la piedra inerte, sus interacciones, su temperatura, su masa..., todo hace del suelo terrestre el lugar ideal para que cuaje ese prodigio celular que llamamos vida.

Ted Nield ha sabido enganchar al lector a la árida geología reconstruyendo el todavía muy desconocido ciclo de la roca y engarzándolo con el más misterioso aún ciclo de la vida. Así, la complicada disciplina de nuestros sinsabores bachillerescos parece otra cosa. Así, el subtitulo de esta obra cobra pleno sentido.


TED NIELD: SUPERCONTINENTE. Paidós (Barcelona), 2008, 288 páginas.
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