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NUEVO LIBRO DE STANLEY PAYNE

Una guerra abierta

La casta de historiadores académicos ha defendido con uñas y dientes el monopolio ideológico que detentaban sobre la historia de España, más en particular sobre la Segunda República y la Guerra Civil. Académicamente, estos historiadores exhibían, y exhiben, unas calificaciones profesionales mediocres. Es lógico. Han crecido al calor de la endogamia y el amiguismo de la universidad pública española. Ideológicamente, predomina entre ellos la más santurrona beatería progresista, combinada con la defensa de sus increíbles privilegios profesionales.

La casta de historiadores académicos ha defendido con uñas y dientes el monopolio ideológico que detentaban sobre la historia de España, más en particular sobre la Segunda República y la Guerra Civil. Académicamente, estos historiadores exhibían, y exhiben, unas calificaciones profesionales mediocres. Es lógico. Han crecido al calor de la endogamia y el amiguismo de la universidad pública española. Ideológicamente, predomina entre ellos la más santurrona beatería progresista, combinada con la defensa de sus increíbles privilegios profesionales.
Desde esa posición, sufragada con dinero público, pudieron ejercer la censura ideológica durante mucho tiempo. Eso sí, en las aulas y en los pasillos de las madrigueras universitarias, no en el mercado. Los libros de Ricardo de la Cierva y otros muchos se vendieron siempre, y en cantidades mucho más abundantes que las de los funcionarios progresistas, aunque no aparecían en las listas ni, muchas veces, en las bibliografías.
 
La situación cambió cuando irrumpió en el panorama Pío Moa con sus tres grandes volúmenes sobre los años anteriores a la Guerra Civil y el origen del conflicto. Moa, además de proporcionar un enfoque nuevo a un asunto sobre el que reposaba buena parte de la ficción elaborada por el funcionariado progresista, rompió las compuertas del silencio. El éxito monumental de Los mitos de la Guerra Civil, la gran compilación divulgativa de sus trabajos previos, terminó con cualquier posible vuelta atrás.
 
La batalla desencadenada a partir de ahí ha deparado algunas sorpresas. Una de ellas fue la posición adoptada por el historiador Stanley G. Payne, bien conocido por sus estudios sobre historia contemporánea española. Payne reconoció pronto el valor de la aportación de trabajos como los de Moa. Haciendo gala de una notable independencia de espíritu y de una valentía poco común en el gremio, tomó buena nota de las perspectivas abiertas por las nuevas aportaciones. La posición de Payne provocó en su momento algún episodio chusco. Santos Juliá, inquisidor nato, le dedicó un ensayo de bibliografía comentada para enseñarle, con el tono suficiente y la prosa plúmbea que le son consustanciales, cuáles eran los volúmenes que debía leer sobre el asunto. Y cuáles no. Stanley andaba descarriado, en compañía de libros de los que necesitan dispensa especial para ser frecuentados.
 
La cosa ha ido a peor desde entonces. Felizmente, hay que añadir, para el lector con ganas de informarse y entretenerse. Signo inequívoco es que Stanley G. Payne acaba de publicar un nuevo volumen, titulado Cuarenta preguntas sobre la Guerra Civil. Forma parte de esos libros que, según la feligresía progresista, no deberían ser leídos jamás. Más aún, es de los que jamás deberían haberse escrito.
 
Stanley G. Payne.De por sí, el título revela el formato. Más que un libro de combate, como otros, es un libro fundamentalmente informativo, con una bibliografía actualizada a día de hoy sobre algunas de las cuestiones más debatidas, enmarañadas y falsificadas de la Guerra Civil.
 
Tiene varias virtudes. La primera es el propio formato, que ha obligado al autor a un ejercicio notable de economía. A cada pregunta corresponde una respuesta de unas quince páginas, sintéticas, apretadas, pero bien escritas, con claridad y sencillez. En muy poco espacio, el lector dispondrá de una gran cantidad de información bien expuesta.
 
Otra es que, a pesar de tratar de asuntos bien conocidos para un público bastante amplio, el formato mismo obliga a repensar los juicios previos, inevitables, del lector. No es un libro de combate, pero a su modo, al plantearnos preguntas, nos obliga a repasar lo que ya sabíamos o creíamos saber. A su modo, nada estridente, tendrá efectos más profundos que otros volúmenes –necesarios, por otra parte– de tono más virulento.
 
Habrá quien crea tener todas las respuestas, cómo no. Pues bien, las que aporta Payne resultan casi siempre interesantes. Responden a las que se suele hacer el lector común: ¿fue el 18 de julio un golpe fascista?, ¿por qué Franco no pudo tomar Madrid en 1936?, ¿cuál fue el papel de las Brigadas Internacionales?, etc. Las respuestas vienen sin tópicos ni prejuicios. No siempre se estará de acuerdo con el autor: la psicología de Negrín puede merecer otra clase de juicio, pero está garantizada la solvencia en la información.
 
Finalmente, y esto también es de agradecer, Payne expone con sinceridad lo que piensa acerca del marco político en que se sitúa su libro. El último capítulo reflexiona sobre si en la actualidad se ha superado la Guerra Civil. En más de un sentido sí, contesta el historiador. No parece haber un conflicto civil en ciernes, y "los actuales intentos por aprovecharse de la seudohistoria para culpabilizar políticamente al contrario no llegan al punto de [provocarlo]; más bien son una táctica diseñada para aumentar el poder de la izquierda".
 
Pero también añade, tomando buena nota de la violencia con que la feligresía progresista acoge cualquier discrepancia: "Todavía queda por ver hasta dónde alcanzarán esas tentaciones". Así es. Quién sabe en qué terminarán los linchamientos intelectuales a los que hemos asistido hasta ahora.
 
 
STANLEY G. PAYNE: CUARENTA PREGUNTAS FUNDAMENTALES SOBRE LA GUERRA CIVIL. La Esfera, Madrid, 2006, 549 páginas.
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