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FIGURAS DE PAPEL

Vigencia de un clásico hispanoamericano

Uno de los clásicos de la novela hispanoamericana, Doña Bárbara, la obra maestra del venezolano Rómulo Gallegos, tiene, como toda obra grande, poderosa, una raíz verdadera; por ello perdura a través del tiempo y su vigencia persiste y su vitalidad se mantiene. Porque, como diría Borges, más vale ser el fabulador que el héroe: es mejor ser Homero que Ulises.

Uno de los clásicos de la novela hispanoamericana, Doña Bárbara, la obra maestra del venezolano Rómulo Gallegos, tiene, como toda obra grande, poderosa, una raíz verdadera; por ello perdura a través del tiempo y su vigencia persiste y su vitalidad se mantiene. Porque, como diría Borges, más vale ser el fabulador que el héroe: es mejor ser Homero que Ulises.
Rómulo Gallegos, autor de DOÑA BÁRBARA.
Hace 121 años que ocurrió el nacimiento del escritor, quien realizó una obra vasta, numerosa. Pero en ella sobresale de manera extraordinaria aquella novela: Gallegos no volvió a alcanzar esa altura. Algo parecido le pasó a otro de los maestros de la novela hispanoamericana, Ciro Alegría, quien no superó jamás su primer libro: El mundo es ancho y ajeno. Pero, volviendo a Gallegos, digamos que murió en 1968.
 
Y bien, ¿cuál es la historia que hay detrás de este clásico de nuestras letras? Debemos retroceder a la distante Semana Santa de 1927. Por entonces, el joven Rómulo Gallegos hizo su primer viaje al llano, concretamente a San Fernando de Apure. Aquel era un lugar de inmensas planicies, por el cual trotaban cien mil caballos. Un inimaginable espectáculo. Aquello le produjo, como era natural, un poderoso impacto. Y, precisamente, estando en aquella zona que tanto le impresionaba le llegaron los primeros rumores, los primeros cuentos, una mujer llamada Francisca Vázquez (a quienes todos conocían simplemente como "Doña Pancha"). Decían que ella era capaz de competir con cualquier hombre en el dominio de aquella agreste geografía y en el trabajo con la hacienda brava. Y así fue como comenzó a gestarse Doña Bárbara.
 
Durante los ocho días que permaneció en la región, Rómulo Gallegos buscó guías voluntarios para recorrerla; asimismo, logró entrevistarse con diversas personas conocedoras de las tareas del Hato, y paralelamente fue descubriendo los pleitos, las aventuras, las supersticiones e incluso las hazañas del coraje de los llaneros. Finalmente, con todo ese bagaje retornó a Caracas.
 
Poco después marchó a Bolonia; acompañó a su mujer, enferma. Fue en Italia donde se le ocurrió el título del libro. Y tres meses tardó en escribirlo, en dar forma a esa obra que muestra a una mujer que ha entrado, desde hace tiempo, en la mejor historia de las letras de nuestra lengua y que sobrevive a su creador. Doña Bárbara y doña Pancha, en consecuencia, entretejieron así, entre verdad y ficción, sus vidas.
 
Debemos señalar que Rómulo Gallegos nunca vio a doña Pancha. Quienes la conocieron le dijeron que la recordaban como una mujer baja, regordeta y fea; una mujer que solía vestir ropas masculinas con desaliño, salvo cuando iba a San Fernando y se convertía, entonces, en una dama casi elegante. Muerta hacia 1920, se decía que era una mujer ignorante y, por cierto, muy diferente a la mujer que prefería la leyenda de aquel mundo de desolación y cielo.
 
Pero esta mujer singular y la fantasía novelesca galleguiana dieron sustento en una vigorosa novela. Un libro que pasó de la imprenta directamente al aplauso. Rómulo Gallegos diría, andando el tiempo, que no sabía cuánto de su novela era imaginario y cuánto lo debía a las historias verdaderas recogidas allá en los llanos.
 
A tantos años del nacimiento de su autor, lo cierto es que Doña Bárbara está a salvo de todo olvido, porque cumple, y volvemos a citar a Borges, con una de las misiones más altas del arte: legar un ilusorio ayer a la memoria de los hombres.
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