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Cuando los locos guían a los ciegos

La victoria de Lula en Brasil demuestra que en América latina ha triunfado el discurso ambiguo, populista y marketinero de la Tercera Vía. Luego del fracaso de las reformas liberales en los años noventa, el vacío ideológico dejado por la moribunda izquierda socialista derivó en el renacimiento de la alternativa progresista. De la Rúa, Toledo y Chávez abrazaron a su manera la nueva moda ideológica promovida desde Inglaterra por el sociólogo Anthony Giddens para dar respuestas a la ansiedad de cambio de los electores.

Sin embargo, sólo coincidían en lo que no son. Jamás mostraron soluciones concretas a los enormes desafíos que debieron enfrentar. Nunca entendieron que no existen los elixires ni la soluciones mágicas en política. Detrás del marketing y los slogans no había más que propuestas ampulosas e idealistas. Su inoperancia, su fascinación por los atajos y su falta de coraje para tomar medidas concretas los transformaron rápidamente en cadáveres políticos.

De ahí que se entienda el tono religioso y casi mesiánico con el cual Lula da Silva le ha hablado a su pueblo luego de ser elegido. Como carece de soluciones concretas, Lula debe apelar a las fórmulas demagógicas de siempre (“los desposeídos, los discriminados, los hambrientos”) para contar con el voto de confianza que le permita la gobernabilidad. Las tres derrotas electorales anteriores lo convencieron de abandonar su pasado de socialista romántico y adoptar un perfil más moderado y conservador. A partir de enero de 2003, su eficacia radicará en mantener ad infinitum el discurso del “cambio” sin cambiar nada. A lo sumo, su “mala conciencia” tendrá que pactar con el FMI para contar con dinero fresco para mantener su clientela política. Finalmente, cuando se agote su propuesta, cuando sus promesas hayan caído en el olvido y sus errores sean condonados con un furioso carnaval, siempre habrá tiempo para echarle la culpa al “neoliberalismo” y a la “dictadura del mercado” por los desastres cometidos. Como escribió el escritor colombiano Nicolás Gómez Dávila, “a los gobernantes actuales les basta proclamarse de izquierdas para que todo les sea permitido y todo les sea perdonado”.

La victoria de Lula ya generaba temor desde antes que se produjera. Y no es que los mercados hayan “especulado” para bajar al candidato del Partido de los Trabajadores sino que éste mostraba mil caras y ninguna de ellas era confiable. El director de su campaña de marketing, Duda Mendoca, hizo lo imposible para presentarlo como un nuevo Jospin, pero fue inútil. Lula es un hombre apegado a las evasivas y las frases hechas, lo cual genera mucha incertidumbre a la hora de discernir si será capaz de mantener la estabilidad presupuestaria interna y los compromisos con los inversores y las instituciones financieras internacionales.

¿Podrá Lula llevar a cabo políticas de ajuste e introducir una reforma fiscal a la vez que se endeuda hasta el cuello con los organismos internacionales? El panorama es complicado. En la actualidad, la deuda externa neta, pública y privada asciende a 178.000 millones de dólares. El peso de la deuda exterior en términos del PIB supone, en cifras oficiales, un 41%. Al igual que la Argentina, la deuda brasileña cotiza en dólares y a la menor señal de fragilidad tiene que pagar más prima por sus bonos y créditos.

Por encima de la frialdad macroeconómica se halla la cruda realidad de pobreza y miseria en la que se hunde más de la mitad de la población brasileña. Una realidad típicamente latinoamericana que exhala violencia, desigualdad e injusticia social. En São Paulo, ciudad con mayor índice de delitos, de 30 secuestros en 2001 se pasó a 251 al año siguiente. Los datos indican que se registran 12.000 homicidios por año y en Brasil, 40.000, cuatro veces más que hace 20 años. Por otro lado, se dan fenómenos curiosos tales como que una metrópoli como Río de Janeiro quede paralizada de norte a sur por orden de los narcotraficantes que actúan impunes en las 600 favelas de la ciudad, tras ordenar cerrar todos los comercios, las escuelas, los bancos, las universidades y hasta las estaciones de autobuses.

“Son épocas de plaga. Cuando los locos guían a los ciegos”, escribió Shakespeare en Rey Lear. La plaga es la tercera vía y su chapuza ideológica en un continente gobernado por demagogos gatopardistas.

Luis A. Balcarce es periodista argentino.

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