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Luis Aguilar León

El pasado como futuro

Decía Alain, aquel pensador francés que parecía escribir con un estilete, que la mayor paradoja de la civilización occidental era “que todo había sido escrito y nada había sido comprendido”. De ser cierta tal irónica tesis, ella serviría para explorar otra de las grandes paradojas de la historia occidental, especialmente evidente en la historia de la América Latina: averiguar por qué nuestro pasado parece siempre transformarse en nuestro futuro; por qué solemos disfrazar el retroceso como avance.

Comencemos con un ejemplo. En noviembre de 1917, desde el Palacio de Invierno de la ciudad que entonces se llamaba San Petersburgo, el victorioso líder comunista, Vladimir Ilich Lenin proclamó: “¡El futuro está con nosotros, el capitalismo es el pasado y está condenado a desaparecer!” Seguidamente, la ciudad de San Petersburgo perdió el “San” y pasó a llamarse Petrogrado. El lema de ser el futuro, al igual que la bandera roja de la hoz y el martillo, se expandieron por el mundo. En la década de los 50, la victoria final del comunismo parecía posible. Petrogrado recibió el nombre de Leningrado.

Unas décadas más tarde el cuadro había cambiado. El comunismo apenas si existía en Rusia y en la Europa del este. Barriendo al “futuro” prometido por Lenin, la famosa ciudad pasó a llamarse de nuevo San Petersburgo; la tumba de Lenin se tornó en una curiosidad faraónica y el capitalismo comenzó a controlar el poder y a señalar el futuro. ¿Es ese proceso una especie de ley inevitable? Claro que no. Bajo el impacto de la filosofía contemporánea, especialmente la de los postmodernistas, aun la existencia de la historia es harto discutible. Lo cual incita a los historiadores a reinterpretar los hechos del pretérito para que sus interpretaciones no sólo permitan entender mejor el pasado, sino que también ofrezcan un atisbo de cómo va a ser el futuro.

En tales circunstancias, vale la pena tornarse hacia nuestro ámbito y examinar si Venezuela es otro ejemplo del movimiento pendular de la historia que pone en marcha el pasado hacia el futuro. En este caso se trata de un país rico en petróleo y en talento, que en 1958 logró establecer una durable democracia que parecía haber creado una firme tradición en el pueblo. Pero la situación actual inspira sombras. El péndulo del pasado parece haberse puesto en movimiento.

El presidente venezolano parece estar prestando suma atención a los acentos marxistas que le llegan del pretérito, de aquella Unión Soviética que ya no existe, y de algunos dispersos sobrevivientes del marxismo. Hugo Chávez ha prometido crear una nueva “república bolivariana” en Venezuela. Pero es difícil combinar a Bolívar con Marx. Porque conviene recordar que hasta ahora, en Rusia y fuera de Rusia, desde Etiopía hasta Cuba, los argumentos marxistas sólo han servido para sustentar regímenes dictatoriales que se han empapado en sangre y fracasos. Bolívar siempre se opuso a ese tipo de régimen. El 23 de febrero de 1825, por citar un caso, Bolívar le escribió una carta al general Santander repitiendo lo que fue su dogma. Insistiendo en las diferencias con Europa, el héroe escribió: “La diferencia no debe ser otra que la de los principios de justicia. En Europa todo se hace por la tiranía, acá es por la libertad. Ellos sostienen a los tronos, nosotros a los pueblos, a las repúblicas”.

Ese anacrónico apoyarse en el marxismo se torna más ominoso cuando se evidencia el “modelo cubano” que el presidente Chávez parece haber adoptado. Para rechazar tal modelo no hace falta apelar a muchos válidos argumentos, como es el desastre económico creado por la cerrada negativa de Castro a permitir reformas que pongan en riesgo su dictadura. Basta mencionar un hecho evidente que pesa sobre todo político que quiera ayudar a su pueblo: Fidel Castro lleva más de 42 años en el poder.

Aplaudir ese “modelo” significa expresar la voluntad de seguir rigiéndolo todo hasta que la muerte lo elimine. ¿Es ése el sueño del presidente venezolano? ¿Llevar a Venezuela por el sendero que no dejó en la isla ni un rastro de libertad y la abrió para que el dólar “imperialista” llegara a ser la única moneda que todo lo compra en Cuba? ¿Dónde queda Bolívar si el modelo para el futuro de Venezuela es un modelo tomado de la fauna caudillista, de quien se ha disfrazado de comunista sólo para perpetuarse en el poder?

Los caudillos son sombríos. En la propia Venezuela, el gran Andrés Eloy Blanco describió a un caudillo ennegrecido, con una estampa que a todos ellos se aplica. Al de Cuba sólo hay que añadirle una barba casi desvanecida. Apelando a mi memoria recito las líneas esenciales que describen a un caudillo: Negro el caballo retinto, negro el caballo trotón, negro el sombrero ladeado en la mitad del arzón, negro el fusil enfundado de negra repetición, y negra cual pluma de cuervo la punta del corazón.

Creo que el pueblo venezolano no quiere seguir a ese modelo. Pero bien seguro estoy de que no se lo merece.

© AIPE

El historiador y periodista cubano Luis Aguilar León escribe desde Miami

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