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Luis Aguilar León

Los enigmas de Jesucristo

En esta época de trágicas noticias y acciones terroristas, cuando casi nadie en el mundo osa predecir qué va a ofrecer el futuro, cualquier evento de importancia recibe y provoca reflexiones. Eso acaba de ocurrir con una impresionante y seria película de Mel Gibson, dedicada a Jesucristo, donde las escenas de su muerte son tan realistas que estrujan los nervios de los espectadores.
 
Recordemos que los vínculos con Dios o con los dioses están sometidos a perpetuos análisis. Hoy en día se vive en tensión. En el Medio Oriente, los cantos de amor y sumisión a Alá se alzan todos los días, mientras los grupos palestinos continúan aterrorizando a los judíos, y los judíos responden con tanques y adquisiciones de tierra. En el trasfondo, el ejército americano, multirreligioso, ha invadido Irak para democratizar a su pueblo.
 
La película coincide con una desmoralizante crisis de la Iglesia Católica, obligada a reconocer que cientos de niños han sufrido abuso sexual en los templos de Jesús, donde algunos obispos y cardenales embozaban tal conducta y facilitaban la secuencia. Uno de los más desmoralizantes golpes de su historia.
 
Pero aún hay más. Hay quienes creen que la condena y la muerte de Jesucristo han sido usadas para explotar un sentimiento antisemita. Lo cual ocurre a pesar de que la culpabilidad de Jesús fue solicitada por el representante del imperio romano, Poncio Pilato, quien después de afirmar que el acusado era inocente, lo entregó a las turbas y a los soldados romanos. Y parece también que un grupo de poderosos judíos, que veían en Jesucristo un peligro revolucionario que iba a derribarlos del poder, se sumó al suplicio del prisionero.
 
Así, mientras el básico mensaje de los dioses es el amor, mientras su voluntad es decididamente ayudar a los mortales, los mortales suelen convertir fragmentos de sus palabras en órdenes de guerra y de violencia. Cuando reducen esas palabras de Dios como sólo aplicables a su tribu o a su nación, las transforman en ardientes mensajes de patriotismo y nobleza que justifican matanzas y siembran odios permanentes.
 
Un ejemplo. En el siglo XIII, cuando los albigenses, un grupo de oscura religiosidad, se extendieron por el sur de Francia y desafió a la monarquía y a la Iglesia Católica, una cruzada se lanzó contra ellos. Cuando la principal ciudad fue rodeada de noche por un sigiloso ejército francés, el general presentó su dilema al vicario del Papa. De noche vencería, pero no podría evitar matar a muchos católicos que dormían mezclados con los albigenses sin aprestarse a la lucha. Si alertaba a los albigenses, ellos se armarían y tal vez vencerían. El vicario le respondió suavemente: “Mátelos a todos, Dios reconocerá a los suyos”.
 
La lógica militar estaba correcta. Los albigenses y los católicos fueron aniquilados. Pero, como siempre, Dios no envió ninguna señal de que había resguardado a sus creyentes. Mas esas palabras pueden y suelen ser citadas como burlas a los poderes en conflicto: Llegaron los sarracenos / y nos molieron a palos, / que Dios protege a los malos / cuando son más que los buenos.
 
También hay radicales pragmáticos. Hitler suspendió el programa de eutanasia, el asesinato de niños enfermos que eran incurables cuando la protesta católica contra ese crimen se expandió. En cambio, su monstruoso holocausto no cesó. Hitler no quería invocar a ningún dios germano, sino a la población. La lógica militar tenía que ser aplicada. “Si no aniquilamos a los judíos, los judíos nos aniquilarán a nosotros”.
 
Por su parte, los comunistas rechazaron los símbolos y los dogmas religiosos: ''La religión es el opio del pueblo'', había enseñado Marx. Pero, típicamente, en la Unión Soviética no se combatió el opio, sino a los fumadores. Y la creencia religiosa sobrevivió a las balas de los comunistas.
 
En aquella época, vi una película donde se ve a un padre judío mostrándole a su hijo pequeño las ruinas de Sodoma. ''No quisieron obedecer a Dios y fueron castigados'', repetía el padre. Entonces el hijo le preguntó, mostrándole el cráneo de un niñito: “Padre, ¿los niños también merecieron castigo?” Y el padre tomó el pequeño cráneo y se quedó en silencio mirando a las montañas.
 
En el caso de Jesucristo, los juicios, aunque misteriosos, son más claros. Jesús nunca fomentó violencias. Nunca hemos sabido mucho de su vida o de su retorno a la tierra, pero su meta eterna era enseñar cómo superar los males de la vida y cómo el amor enriquece el camino hacia la vida. Ni aun bajo el látigo y la espuela alzó su insulto contra el bárbaro brutal: perdonó a sus verdugos.
 
Sólo sus últimas palabras quedaron colgando en el ambiente: ¡Elí Elí, lamma sabacthtni!, ¡Señor, Señor, por qué me has abandonado! Y luego ocurrió el fenómeno más fantástico de toda la historia. Un grupo de gente humilde y sin cultura que adoraba a Jesucristo se esparció por todo el Mediterráneo y sacrificándose por los habitantes, muriendo por ellos, en “cristianos” los convirtió. Hasta que el mismo emperador romano se proclamó cristiano y envió tropas a guerrear contra los no cristianos. El proceso fue largo y llegó hasta hoy. Y no sabemos si alguien gritó alguna vez, desde un rincón de la historia Elí, Elí...
 
© AIPE
Luis Aguilar León, historiador y periodista cubano.

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