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Luis Hernández Arroyo

Guerra y paz

Preservar la paz supone la existencia de estados responsables, concientes de la necesidad de mantener en vigor un sistema de disuasión contra estados belicosos emergentes.

Sin duda, el mundo sería infinitamente mejor sin guerras. Pero las guerras existen, lo que lleva a unos a decir que la civilización corrompe al hombre y a otros que la guerra es inevitable, pues siempre ha existido.

En la primera actitud subyace el mito del buen salvaje, o el mito de la edad de Oro del discurso de don Quijote a los cabreros, edad en la cual las palabras "tuyo" y "mío" no existían, por lo que la gente no tenía más que coger los frutos maduros de la dadivosa naturaleza para satisfacer sus necesidades. En este esquema, más arraigado de lo que pensamos, juega un papel importante la propiedad como origen de los conflictos. Si no hubiera propiedad, dice Rousseau, no hay motivo de conflicto: erradiquemos la propiedad.

Sin embargo, la historia de la humanidad o, al menos, la historia de las civilizaciones más próximas a la nuestra, no corroboran esa creencia. El buen salvaje no ha existido con total certeza: el humano vive el comunidad desde siempre; y las reglas de convivencia se han ido sofisticando; y cuanto más sofisticadas han sido, más garantías de seguridad y más prosperidad ha habido para la gente corriente. Desde luego, es mejor la democracia y su separación de poderes que la monarquía absoluta; pero es mejor ésta que la inseguridad manifiesta del feudalismo, y éste mejor que la confusión y arbitrariedad reinantes en una civilización tan superior a las demás de su tiempo como la romana; y ésta era probablemente superior en seguridad para la gente corriente que la que había en las tiranías orientales... Ahora nos sentimos tan seguros en nuestro nicho que no apreciamos lo que hemos avanzado en comparación con la arbitrariedad –y la ausencia de libertad– reinante en la Edad Media, en la que un pobre siervo se hubiera gustosamente automutilado, no ya por vivir como nosotros, algo inimaginable para él, sino como vivirían sus descendientes bajo una monarquía absoluta que hubiera abolido los derechos feudales.

Con esto quiero decir que la libertad y la seguridad han ido unidas en el progreso hacia mayores cotas de bienestar. Ahora es una valoración que se desdeña porque nos hemos acostumbrado a nuestros altos niveles de ambas cosas. Pero sin seguridad no hay libertad posible.

Hoy en día, el menosprecio de la seguridad está del lado de las izquierdas, sean éstas socialistas de aquí o demócratas americanos. En estos tiempos, que un jefe de gobierno dé prioridad a la seguridad exige un cierto grado de valentía como el que mostraron Thatcher o Reagan. Valentía frente a sus propias ciudadanías y frente al riesgo de que el enemigo no se plegara a la manifestación de firmeza. Requiere también una buena dosis de patriotismo. Margaret Thatcher no dudó en enfrentarse a la opinión contraria, interna y externa, para mandar a su armada a miles de kilómetros y defender las Malvinas de la estúpida invasión de la dictadura Argentina. Arriesgó mucho –para empezar su cargo–; cualquier otro hubiera intentado negociar.

En los años sesenta, Kennedy, por el contrario, cuando Nikita Kruschev le metió los misiles nucleares en la misma Cuba de Fidel Castro, a 150 km de la costa americana, hizo lo indecible para resolver el problema cediendo, ofreciendo cualquier cosa a cambio, y llegó a engañar al pueblo americano, diciéndole que esos misiles no eran importantes para la seguridad. Sin contrapartida, ofreció retirar los misiles instalados en bases de Italia y Turquía. Se puso en una posición tan débil que hasta fue conciente de que le podían hacer dimitir... Eso le salvó, pues Kruschev pensaba que su sustituto sería más valiente y decidido, y sabía que Estados Unidos era muy superior en armamento. Prefirió retirar los misiles antes de correr riesgos mayores. Pero la opinión de Kruschev sobre su adversario como una persona inexperta y débil, con el que se podía jugar, ha quedado en los anales. Los asesores más cercanos a Kennedy, incluido su hermano Bob y McNamara, no quedan en buen lugar tampoco. Si el ruso hubiera logrado mantener en Cuba los misiles apuntando a las principales ciudades americanas, posiblemente la historia del siglo XX sería otra, pues hubiera supuesto anular de un tajo toda la ventaja en misiles de largo alcance de Estados Unidos.

Como señala Donald Kagan (Sobre las causas de la guerra y la preservación de la paz) el pacifismo y el desarme unilateral (todo eso que recomendaban los humanistas como Erasmo y Thomas Moro), no son garantía eficaz para la paz. Por el contrario, preservar la paz supone la existencia de estados responsables, concientes de la necesidad de mantener en vigor un sistema de disuasión contra estados belicosos emergentes. Los Estados Unidos y la OTAN durante la guerra fría son ejemplos exitosos de esa actitud. Sin embargo, adviértase la contradicción radical que encierra esta actitud con la sociedad actual: para preservar la paz, uno o varios estados conscientes deben estar preparados para la guerra, mantener un nivel apropiado de respuesta militar, actuar preventivamente y soportar el desgaste en la opinión pública: una carga demasiado pesada y exigente para la débil e inconstante naturaleza humana. Si vis pacem para bellum es cosa de grandes líderes.

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