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Luis Hernández Arroyo

¿Hay que replantearse el calentamiento?

Se sobredimensiona una vez más el sentido catastrófico de la previsión de temperaturas, mientras que se minimiza la estimación del impacto negativo de las medidas propuestas, puesto que ya disponemos –se dice– de la tecnología necesaria.

Un informe, el informe Stern, encargado por el gobierno británico, está derribando posiciones, antaño bien sólidas, contra la presión del movimiento ecologista. Así, destaco la (media) rendición de Martin Wolf , uno de los más sarcásticos antiecologistas que he leído. Wolf no sólo era escéptico respecto al calentamiento, sino que le parecía bueno.

El informe Stern, como dice Lomborg, el famoso "ecologista escéptico", en el Wall Street Journal, es un nuevo intento de poner a la opinión mundial a favor de tomar medidas contra el "imparable" recalentamiento. Para llegar a tal conclusión se sobredimensiona una vez más el sentido catastrófico de la previsión de temperaturas, mientras que se minimiza la estimación del impacto negativo de las medidas propuestas, puesto que ya disponemos –se dice– de la tecnología necesaria. Parece que nos encontramos ante el inicio de una operación nada comparable a lo visto hasta ahora, con un gran apoyo mediático y la bendición de gente tan "respetable" como Blair (¡qué manera de culminar una carrera tan brillante!) y Al Gore, perdedor en las elecciones presidenciales de EEUU probablemente por su fanatismo ecologista. El grupo de presión ecologista, con el "fichaje" de Al Gore por el gobierno británico y el informe Stern, ha escalado a posiciones realmente fuertes. Preparémonos, porque la propaganda desplegada hasta ahora sea una minucia al lado de lo que se nos viene encima.

Sin embargo, este despliegue de "fiabilidad" científica ofrece tantos flancos débiles como en anteriores informes. Hay un dato básico que nadie pone en duda, en parte por su insignificancia: el calentamiento ha avanzado 0,7º ¡desde 1900! A partir de aquí, empieza el campo de las conjeturas sobre el futuro: dado que la concentración de dióxido se está acelerando (estadísticamente cierto) y que el aumento de temperatura es causada por la emisión de monóxido de carbono (discutible para muchos científicos), el calentamiento también se está acelerando. Sobre esta base argumental se modeliza la previsión de aumento de la temperatura en los años venideros. Hay que advertir que la palabra modelizar no implica capacidad alguna de previsión: se trata de meter datos conjeturales en un modelo matemático con resultados condicionados por los supuestos introducidos. Sin embargo, suelen ofrecerse como previsiones con su rango de probabilidad, según las cuales el ritmo de aumento de la temperatura se acelera vertiginosamente. Y el modelo Stern ofrece previsiones e intervalos de confianza nada tranquilizadores: entre 2º y 10º de aumento en 2100.

En todo caso, la novedad es que ahora se ofrece un cálculo del coste económico del activismo, y resulta que ese coste sería bajísimo en comparación con el de no actuar. Lo que discuto, y debería cuestionar cualquier economista, es precisamente esto: es una cifra sencillamente incalculable. Y lo es porque este tipo de cálculo siempre ha errado estrepitosamente en el pasado (recordemos, en los años sesenta, las catástrofes de escasez y grandes hambrunas en USA anunciadas por Paul Ehrlich, en su best-sellerThe Population Bomb(1968), brillantemente refutadas por Julian Simon; o el fracaso del crecimiento cero, propugnado por el club de Roma).

El cálculo es imposible y siempre lo será por una razón: las unidades económicas productivas, las empresas y trabajadores, son seres humanos que reaccionan y cambian su comportamiento si se les cambian sus parámetros institucionales, como las leyes y los impuestos. Luego variables básicas para el progreso humano como la productividad y la innovación tecnológica no se mantendrán si aumenta el intervencionismo burocrático. Si algo hemos aprendido del inusitado cambio económico desde la liberación de los 80 es esto: la libertad económica no es neutral; tiene efectos positivos enormes, palpables, aunque incuantificables. Por lo tanto, la ausencia de libertad que vendría por el activismo ecologista tampoco sería neutral y sus efectos serían posiblemente catastróficos, especialmente en los países más pobres. Sí, la más mínima frivolidad en ese cálculo (cuyo simple enunciado parece de una enorme arrogancia) tendría consecuencias funestas, como el mismo Lomborg reconoce.

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