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Luis Hernández Arroyo

Lo serio comienza ahora

Estamos ante un sombrío panorama que podría afectar mucho más intensamente a la economía real que lo que hasta ahora se ha admitido.

La crisis crediticia entran en una nueva fase: las economías comienzan ya a pagar un peaje en indicadores de actividad a la baja. Además, empieza a aflorar el gran problema de la liquidación de los activos tocados, cuya opacidad amenaza con una liquidación con fuertes pérdidas. Todo esto vuelve a repercutir en el mercado monetario, que se vuelve a enrarecer, pues la incertidumbre es igual o mayor que cuando estalló esta crisis que se miró por la mayoría de las instituciones con gran desdén y como un problema que deberían pagar los inversores culpables. Pues bien, el problema es que, por esa falta de decisión, pagaremos todos, justos y pecadores.

Hay un caso paradigmático: en el Reino Unido, cuyo banco central menospreció al principio las consecuencias de lo que consideró "turbulencias temporales", los indicadores de opinión y actividad de octubre muestran ya una notable desaceleración, preocupante si se suma a la opinión de los bancos de que habrá restricciones financieras serias durante un periodo difícil de precisar, principalmente al sector empresarial. La displicencia desdeñosa de Mr. King, que ni siquiera ofreció liquidez extra en los peores momentos, va a pagarse cara. Su actitud dio la puntilla al Northern Bank, que no tenía en sus carteras activos sospechosos; puede que tuviera una composición de pasivos descompensada, pero en circunstancias normales era viable. Lo que es inviable para cualquiera es una repentina sequía de las fuentes de liquidez y permitir que eso derive en una amenaza de credit crunch. Es un triste registro para el que hasta hace poco era considerado por muchos como el mejor banco central del mundo.

En Europa –y España– las cosas se complican con un asunto engorroso: resulta que la inflación está despuntando ¿Cómo es esto posible, en tiempos en que la actividad parece declinar? Pues por una rigidez inveterada que hace que la presión hacia arriba de los costes de la energía y alimentos, que están subiendo agudamente, se transmitan al alza con facilidad. Cuestión de monopolios legales en todas las actividades. En Estados Unidos, donde hay una mayor competencia sobre los márgenes empresariales, es mucho más difícil trasladar a salarios y a precios finales la presión de los costes básicos, que así se traducen, al menos al principio, en un recorte de las rentas reales y de la demanda. Este dilema entre caída de la actividad e inflación es un agudo conflicto para el BCE, que tiene más difícil argumentar sus decisiones, que además afectan desigualmente a cada país, pues su dominio sigue siendo una zona monetaria asimétrica.

Mientras, la FED ya ha bajado dos veces y se ha colocado en unos tipos del 4,5%, pero lo que se avecina hace prever más bajadas: el lunes, el rendimiento a 10 años estaba en el 4,34%, por debajo del 4,5% oficial, lo que no dice nada positivo de la confianza de los inversores. Y es que la afloración de pérdidas no ha hecho más que empezar, y su volumen, difícil de conocer, puede ser indigerible para el mercado.

Todo empezó con una sequía monetaria que sólo la FED se tomó un poco en serio. Luego el problema mutó a unas restricciones crediticias de alcance y duración inciertos, pero que desgraciadamente se van concretando y cobrando su dentellada en el nivel actividad. Ahora crece la preocupación sobre los activos bancarios, pero sin que deje de haber una amplia zona de sombras sobre hasta dónde llega la sospecha. Todo un sombrío panorama que podría afectar mucho más intensamente a la economía real que lo que hasta ahora se ha admitido. No hay mucho asidero para el optimismo. ¿Qué dirán ahora los puristas? ¿Volverán con su murga del moral hazard?

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