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Luis Hernández Arroyo

Políticos y funcionarios de raza

Estos ectoplasmas, si no son cínicos totales, se creen im-pres-cin-di-bles (sic) en el servicio a su país. Esto explica por qué en España es tan difícil echar a alguien.

José Bono no tiene sentido del ridículo. No tiene la más mínima dignidad para disimular sus enormes, ilimitadas ambiciones; lo mismo se enfrenta a una cadena de televisión que no le trata con delicadeza, que se va, él, un católico practicante, a comulgar devotamente junto a Zerolo en la parroquia roja de Entrevías, todo un alarde de que es capaz de traicionar a la Madre Iglesia si cree que eso le engorda políticamente. ¡Todo un signo de fiabilidad! Debería buscarse un asesor que le templara un poco, pues es un hierro al rojo vivo manejado por la ansiedad. Pero Bono quiere volver al circuito de los altos cargos y algo ha olido cara a las elecciones.

Con esas dos actuaciones ha desvelado, también, que si hubiera ganado aquel famoso congreso en el que ZP se hizo con el cetro, no necesariamente nos hubiera ido mejor con él de presidente. Lo digo totalmente en serio, razonablemente seguro que podría haber sido incluso peor. Sin duda, la contra historia, o los ex -futuros, como decía Unamuno, son mera conjetura. Incluso cabe suponer que hubiera sido un poco más hábil que ZP en sus tratos con ETA... Pero, ¿y lo demás? ¿Qué hay de la economía, por ejemplo? Tenemos algunas pistas: como ministro del Ejército, ha destruido todo lo que ha podido la estructura de mando para ponerla a los pies de ZP. No ha sido difícil, pues España está llena hasta los topes de funcionarios dispuestos a una pasividad realmente budista en beneficio de sus carreritas miserables. No es lo mismo jubilarse de general que de teniente general, y si no soy yo será otro que ceda... ¿No lo hemos visto en el caso de la CNMV, cuando todo un vicepresidente, inamovible legalmente de su cargo, ha puesto su prestigio en defensa de la corrupción moral más evidente? ¿Se ha dejado corromper? No: simplemente ha defendido su carrerita. Nada que ver con el pobre alto cargo del franquismo.

En España ya no hay un Estado: hay 17 abortos de Estado que han vaciado el Estado nacional. Las carreritas posibles se han multiplicado por mil. Cada carrerita conlleva otras carreritas paralelas de bicocas y bicoquitas apetitosillas (dietas, hoteles, aviones, aparte de la remuneración neta) que no exigen mucha dedicación, pues los altos cargos tienen a su disposición miles de funcionarios que les preparan lo fatigoso de esa breve actuación pomposa. Antes se les llamaba negros y los pagaba el autor de su bolsillo. Pero ahora esos negros los paga el erario y, por lo tanto, no se llaman negros. No puede la gente hacerse una idea de la cantidad de ellos que les está pagando de su bolsillo a los Bonos, Sebastianes, Mafos y a otros que no dan la cara si pueden evitarlo: Seguritas, Arenillas, Viñalitos, etc.; todos en expectativa de carreritas y sus colaterales.

Estos ectoplasmas, si no son cínicos totales, se creen im-pres-cin-di-bles (sic) en el servicio a su país. Esto explica por qué en España es tan difícil echar a alguien. Están todos atados los unos a los otros por hilos invisibles de interés material y moral. Se detestan y se apoyan; hoy por ti, mañana por mí. No hay rumores de cheques, ¡por Dios, qué vulgaridad! Lo que hay es tráfico de carreritas, influencias, enchufes, cuotas, todo muy opaco y sin que los pasos sobre alfombras espesas de Patrimonio Nacional hagan ningún ruido. En esas manos están las decisiones cruciales. Ellos, si pueden, se abstienen, que no mancha.

En España

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