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Luis Hernández Arroyo

Productividad y competitividad

si no tuviera China, repito, un 50% de PIB inmovilizado en divisas, a ver de qué EEUU iba a tener ese déficit y China iba a ser el país de moda entre los ingenuos (o interesados). Pero eso es otra historia

Nuestras entrañables páginas salmón son  una invitación permanente a la réplica, aunque poca gente recoge el guante. Ya he leído al menos dos artículos de insignes economistas españoles criticando a los institutos que hacen clasificaciones por países, de rango mayor a menor según la competitividad. Uno de los economistas consideraba “extraño” que EEUU estuviera entre los primeros clasificados ¡con el déficit exterior que tenía! Querido colega, vea usted la cifra astronómica que tiene China de reservas acumuladas en divisas, que se acercarán,  ya en poco tiempo, al 50% de PIB, y diga si eso no es una inmensa competencia desleal (por no hablar de otras facetas geopolíticas) frente al resto del mundo, incluido EEUU.  Así, ningún país del mundo, por mucho que contenga sus precios, logrará jamás tener índices decentes de competitividad. 
 
En cuanto al otro colega, reprochaba al World Economic Forum  y otros foros similares que usaran, en realidad, criterios de productividad, cuando de lo que se trata es de medir la competitividad. Y, según su opinión, no es lo mismo. Ítem más, pueden ser lo contrario, nos informa. Pues, cuando la productividad crece más que en el exterior, los salarios pueden también crecer más, y comerse los avances que frente al exterior podrían haber resultado de la creciente productividad. Y es que, ¡asómbrense!, resulta que la competitividad es una medida de precios relativos expresada en divisa común. Y, ¿qué resulta de olvidar esto? Pues un error de concepción, nada menos. Este error lleva a otro error, como no podía ser menos: el de creer que la pérdida de competitividad de la economía española se debe al lento crecimiento tendencial de la productividad... Y, peor aún es creer que la terapia para curar la primera lleva a curar la segunda. 
 
Pero –sólo un pero de un observador de la economía mundial en los últimos treinta y ocho años– si es así, ¿Por qué la conclusión es que, mientras no se endurezca la política monetaria del BCE, que es el responsable de que crezcamos por encima del potencial, seguiremos perdiendo competitividad, ocurra lo que ocurra con la productividad?  A ver, a ver, que esto no está claro; porque a nosotros nos contaron en la universidad que, a mayor productividad, mayor tasa de aumento del PIB potencial... Es decir, mayor crecimiento sin que aumente la inflación (esto es una identidad, o definición tautológica: crecimiento del PIB potencial ≡ máxima tasa de crecimiento sin que aumente la inflación). Entonces, si España tuviera una tasa tendencial de productividad mayor, tendría un PIB (o una tasa de PIB) potencial mayor, y, forzosamente, mayor competitividad (debido a que se puede ofrecer a los mercados mundiales más al mismo precio, o lo mismo a precio menor, o, más probable todavía, se pueden ofrecer mejores productos a más bajos precios).  (Por cierto, que esto no tiene nada que ver con el nivel de déficit exterior, pero sí con su composición, que puede ser más o menos sostenible si el país ofrece seguridad a largo plazo y el déficit conduce a importar capital productivo.)
 
Todo esto, claro está, sin manipulación de los mercados financieros y, sobre todo, cambiarios, como hace constantemente China, que es, a ver si se enteran los economistas españoles (y de paso se lo explican a los políticos), una dictadura execrable que está invadiendo el mundo con sus productos a base de competencia desleal, con la colaboración de las multinacionales occidentales, que van a instalarse allí como locas, pues les aseguran la competitividad, pero artificialmente, y a costa de sus países de origen; y si no tuviera China, repito, un 50% de PIB inmovilizado en divisas, a ver de qué EEUU iba a tener ese déficit y China iba a ser el país de moda entre los ingenuos (o interesados). Pero eso es otra historia.
 
Ahora bien, es sorprendente cómo se han imbuido muchos economistas españoles de esa falacia de que el tipo de cambio no importa (falacia, por cierto, de origen totalmente keynesiano), que ha calado hondo en la profesión; quizás porque se toma el rábano por las hojas, y de la historia de los desequilibrios crónicos españoles, que se corregían mediante la inevitable devaluación, se ha llegado al error de pensar que las devaluaciones no sirvieron para nada. ¡Ojo!, que las devaluaciones eran inevitables, no optativas, y no servían a largo plazo porque se volvía a caer en la emisión excesiva de dinero y en la inflación... Y, sí, ahora pasa algo similar, salvo que ya no se puede devaluar. Pero que no se pueda no quiere decir que no sería no sería necesario. 
En todo caso, no afirmemos alegremente que la competitividad es independiente de la productividad. Ojalá España entrara por la vía la productividad y todo lo que implica.
Por ello me parece razonable que los institutos mencionados tomen caminos complementarios para apresar un concepto tan elusivo; y que EEUU esté entre los más competitivos. Si no, llegaríamos a la paradoja de que la libertad, la flexibilidad, la productividad, no conducen al aprovechamiento óptimo de los recursos y de la ventaja comparativa.

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