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Luis Hernández Arroyo

Un razonable remedio contra la crisis

Cuando los mercados de crédito están cerrados, es una locura aumentar la demanda de crédito improductivo: eso hará encarecer su oferta al sector privado productivo cuando más lo necesita.

El pasado viernes, Samuel Brittan desenterraba una antigua propuesta de Friedman para hacer frente a una recesión; tan antigua como 1943 (Ensayos sobre economía positiva). Ahora que los gobiernos del mundo se han lanzado a emitir deuda pública para remediar la contracción del gasto privado, me parece una buena piedra de toque este sencillo esquema de un viejo economista muerto, que fue el primero en derribar a Keynes de su pedestal.

Mi intención es meramente resaltar los enormes riesgos implícitos en una acción que, sea cual sea su apellido –keynesiano, se dice–, no incorpora mención alguna sobre las probables consecuencias sobre la deuda o la inflación. Por el contrario, la propuesta de Friedman se basa en conservar los principales equilibrios a largo plazo.

Me gustaría, antes que nada, analizar brevemente la locura en la que nos están embarcando Obama, Brown, Sarkozy y, cómo no, Zapatero. Todos estos políticos parecen creer que, como el consumo y la inversión privada se contraen, el aumento del gasto público tiene un efecto lineal de compensación, sin costes destacables para la sociedad. Presuponen que la emisión de deuda, adicional a la inevitablemente emitida por la caída de los ingresos fiscales, será cancelada una vez relanzado el crecimiento, gracias al impulso de la demanda generado por el nuevo gasto público.

Sin embargo, la contracción del gasto privado –brutal y demoledora para el empleo– tiene su causa en la crisis financiera y en los mercados de dinero. No hay demanda, o mejor dicho, es cada vez menor, porque no hay crédito ni liquidez. Si se lograra restablecer la normalidad crediticia, sería cuestión de tiempo que el consumo y la inversión recuperaran fuerza.

El intento de acelerar esta recuperación endeudando a las haciendas fiscales no puede más que retrasarla e, incluso, abortarla. Cuando los mercados de crédito están cerrados, es una locura aumentar la demanda de crédito improductivo: eso hará encarecer su oferta al sector privado productivo cuando más lo necesita. Además, si la emisión excesiva de deuda pública monopoliza el escaso crédito ofrecido, y suben los tipos de interés, la aritmética de la deuda hará que el nivel de ésta suba desagradablemente como la espuma. Aumento de deuda, de tipos, PIB privado estancado... nos encontremos con unos niveles de deuda/PIB en poco tiempo cercanos o superiores al 100%, sin haber conjurado los peligros contractivos y deflacionistas a los que queríamos hacer frente (es el caso de Japón, con una deuda del 180% de PIB).

Ése será un escenario de difícil escape, pues una de dos: o se hace una política de reducción de deuda –por sí misma contractiva, muy impopular, y muy lenta– o se monetiza esa deuda, metiéndonos inevitablemente en la senda la inflación excesiva.

Veamos ahora la sencilla propuesta de Friedman:

  1. No aumentar la deuda más allá de la que resulta de dejar libre el juego de los estabilizadores automáticos (caída de ingresos y aumento de gastos debido la recesión).
  2. Monetización por parte del banco central de esa limitada deuda.

De esta manera, la oferta monetaria aumenta para contrarrestar las fuerzas deflacionistas; la deuda estructural (la que no se debe al ciclo) no aumenta; y los tipos de interés se mantienen a un nivel adecuado para no reducir la demanda privada. Una vez regrese el crecimiento económico, el banco central venderá esa deuda y esterilizará las inyecciones de liquidez que hizo en su momento.

Sinceramente, no sé si este plan sería suficiente para las complejas circunstancias financieras en las que nos encontramos; pero si no lo fuera, sería menos dañoso que el banco central comprara la deuda en circulación, en lugar de que el Estado emitiera otra nueva. La reversión de esta inyección adicional de liquidez sería fácil una vez recuperada la normalidad.

El modelo de Friedman pone límites estrictos a la expansión fiscal, que para nada necesitan sobrepasarse cuando el problema es de oferta de crédito y dinero. Y es que el economista estadounidense mira más allá del corto plazo político.

Además, se evitarían los riesgos indeseables de un sector público hipertrofiado durante una(s) década(s) de baja productividad; un escenario de muy difícil salida (a juzgar por la persistencia de las deudas públicas en los países que han superado el nivel 100% sobre el PIB) especialmente con unas proyecciones de envejecimiento poblacional nada halagüeñas.

En Libre Mercado

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