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Luis Herrero

Aguirre, la gran amenaza

Si alguien es capaz de hacer de la necesidad virtud y colocarse a la cabeza de la regeneración interna de su partido es precisamente Aguirre.

Cuentan entre susurros algunos periodistas que se mueven bien entre los despachos de Génova, donde anidan de un tiempo a esta parte las caras largas y los ánimos cortos, que Rajoy está preocupado por la posibilidad -anticipada en algunas encuestas- de que Esperanza Aguirre emerja del aquelarre electoral del día 24 como la gran amenaza a su maltrecho liderazgo en el partido. Si además de retener la alcaldía madrileña consigue acreditar la remontada electoral que pronostican los oráculos demoscópicos, la infatigable Esperanza se convertirá en la gozosa alternativa a Rajoy el mustio. La lideresa popular comenzó la precampaña con un 28 por ciento de intención de voto y puede rematar la faena con una cosecha superior al treinta y cuatro. Es decir, que sobrevolando por encima de las siglas del PP, con un mensaje y un estilo que poco o nada tienen que ver con el de Rajoy y el pragmático y rancio partido acomodado a su imagen y semejanza, habrá aportado al cesto de votos un tirón adicional de más de seis puntos. Según los pronósticos, ningún otro candidato podrá firmar un recorrido con tantos birdies.

Es posible que otros dirigentes populares estén en condiciones de aportar algunas credenciales más aparentes cuando finalice el recuento de papeletas –aún son posibles las mayorías absolutas en Castilla y León, Murcia, La Rioja o Castilla-La Mancha-, pero nadie podrá esgrimir un liderazgo capaz de voltear los pronósticos con tanta fuerza en tan poco tiempo. Y eso, desde luego, no sólo pone en riesgo la cotización del valor político de Rajoy, sino que además desbarata sus planes de colonización de la estructura del partido en Madrid. El quid pro quo de la candidatura a la alcaldía madrileña a cambio de las llaves de la taifa se firmó sobre la hipótesis de que los resultados electorales de Esperanza iban a moverse en el promedio general que las encuestas le vaticinaban al PP en el resto de España y que en el enjuague posterior del necesario pacto con Ciudadanos su hegemonía personal quedaría atemperada por el reparto de poder que le sería exigido por Albert Rivera. Pero puede ocurrir que no suceda ni lo uno ni lo otro y, por lo tanto, que su peso específico en la sucursal madrileña del PP no sólo no se diluya, sino todo lo contrario.

Es una gran estupidez confundir la política con la aritmética. No es verdad que el factor determinante de estas elecciones vaya a ser que la suma de escaños de PP y Ciudadanos se sitúe a un lado u otro de la frontera de la mayoría absoluta. Si alguien piensa que a partir de ahí funcionarán los automatismos aritméticos, creo que se equivoca. Da la impresión, avalada por la experiencia andaluza, de que Rivera no busca en este momento político zonas de poder, sino de influencia. Así que cruzo con cualquiera la apuesta habitual del pincho de tortilla y caña a que no veremos ningún gobierno de coalición de ambas formaciones ni en Comunidades Autónomas ni en Ayuntamientos capitalinos. El trueque, esta vez, no será el de votos a cambio de moqueta, sino el de facilidades para la gobernabilidad en solitario a cambio de compromisos de higiene democrática. Y es justo en ese particular zoco de transacciones donde la figura de Aguirre puede salir más fortalecida, porque si alguien es capaz de hacer de la necesidad virtud y colocarse a la cabeza de la regeneración interna de su partido es precisamente ella. A otros les podrá parecer un chantaje el intercambio de poltrona por primarias, pongo por ejemplo, pero no a ella, que lleva clamando por cosas así, como voz en el desierto, desde que la sociedad comenzó a reclamarlas. Acabamos de conmemorar el cuarto aniversario del 15-M. Algunas de las demandas que allanaron el éxito de aquel movimiento de protesta, antes de que fuera secuestrado por la izquierda radical, no se alejan mucho de las que ahora separan a los grandes partidos de su electorado tradicional. Esperanza Aguirre fue una de las primeras dirigentes del PP, por no decir de las únicas, que se dio cuenta de la necesidad de prestarle atención a la voz de la calle. Esa es, con diferencia, su gran ventaja frente al resto de sus compañeros de partido. Y, sobre todo, frente a Rajoy.

Si hasta ahora enarbolar la bandera del aggiornamento del PP podía parecer una ocurrencia extemporánea dirigida a tocarle las narices al líder máximo, cancerbero de la vieja usanza, a partir de ahora pasará a convertirse en una necesidad inaplazable exigida por las nuevas circunstancias de la realidad política. La apertura a compromisos de más calidad democrática, tanto en los hábitos internos como en las exigencias de comportamiento general, es la única moneda de cambio con la que Ciudadanos parece dispuesto a financiar los apoyos postelectorales. A la mayoría de los dirigentes populares, la necesidad de pagar con esa moneda, de la que andan escasos, les coloca en clara desventaja. A Esperanza Aguirre, en cambio, le da la posibilidad de marcar aún más las diferencias con el hombre que quiso apartarla del tablero. A una mala, el Congreso de Valencia aún podría tener partido de vuelta.

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