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Luis Herrero

Ante el Rey

Para eliminar a un mortal de los Siete Reinos, en cambio, basta con una bocanada de fuego. La Khaleesi cabalga sobre dragones.

No creo que al Rey le interese tanto lo que tengan que decirle los líderes parlamentarios a propósito del diálogo de sordos que ha tenido lugar en España durante los últimos 126 días de indigestión electoral como lo que le cuenten de lo que esperan que suceda nada más doblar el cabo de Hornos del 26-J.

-Yo soy nacionalista, Majestad -le dirá el lunes por la mañana el canario Pedro Quevedo- y ya se pueden poner las urnas como se pongan que si nos volvemos a ver le diré lo mismo que le he dicho estas últimas tres veces: ni con el PP ni con Ciudadanos tienen mis males remedio. Dígaselo usted a Rajoy, que a mí no me llama.

-Ni a ti ni a nadie -le responderá el Rey después de colocar al partido de Nueva Canarias, una vez más, en la columna de los noes de su cuaderno de notas.

-Mi paisano es de piñón fijo, Señor -le ratificará después Ana Oramas-. Si le ha dicho que al PP ni agua, hágale caso y mantenga su negativa como un fijo en la quiniela.

-¿Y tu partido, qué? -indagará el monarca.

-Bueno, ya sabe que Nueva Canarias era el ala progre del partido antes de la escisión que nos partió por la mitad. A ellos lo que les tira es el PSOE. En Coalición Canaria, en cambio, somos más pragmáticos. Quid pro quo, Majestad. Usted ya me entiende.

-¿Y cuánto quid tiene que daros Rajoy para que le deis el quo de la investidura?

-¡Uf, si es Rajoy mucho quid, Majestad. Mucho, ¡muchísimo! Tal como está el patio, apoyarle a él conlleva un plus de peligrosidad. Pero, claro, primero tienen que salirle las cuentas.

Felipe VI sonreirá amablemente, colocará a Coalición Canaria en la columna de bizcochables y a continuación saludará a Isidro Martínez Oblanca, el asturiano del partido que fundó Álvarez Cascos a partir de la costilla de Adán. Cuerpo de su cuerpo y sangre de su sangre, la paz con el PP no llega nunca. No hay peor cuña que la de la misma madera. Pero a falta de paz, buenas son treguas.

-A la fuerza ahorcan, Señor. Por mucho que el PP sea una calamidad, hay calamidades mayores. De eso sabemos mucho en Covadonga.

El navarro Javier Esparza, de UPN, le dirá algo parecido antes del primer receso de la comida: sí a Rajoy con la nariz tapada. Ahora y siempre, por los siglos de los siglos, hay cautiverios eternos.

Por la tarde, la pequeña ventaja matinal del presidente del Gobierno se esfumará sin remedio. Ni Alberto Garzón, ni Aitor Esteban, ni Alexandra Fernández ni Francesc Homs dejarán la duda en el aire. En candidaturas independientes o no, IU lo tiene claro. Y las Mareas, también. Ambos viven ideológicamente en las antípodas de la derecha. O bien como tribus asociadas al mando de Sitting Bull, como contra Custer, o bien uno detrás de otro, como los asesinos del Orient Express, los pobladores de la izquierda apuñalarán a cualquier candidato que se presente en el Congreso de los Diputados con la bandera del PP. Convergencia y PNV harán lo mismo, pero no por razones ideológicas, sino centrífugas.

-O referéndum o nada -sentenciará el catalán.

-Ya sabe usted, Señor -añadirá el vasco- que en Euskadi hay elecciones en otoño y necesitamos llevarnos bien con el PSOE si no queremos que la coyunda entre Bildu y Podemos nos desaloje de Ajuria Enea.

El martes por la mañana, los teloneros de los cuatro grandes serán Baldoví y Domenech. La diferencia entre valencianos y catalanes es que éstos últimos unen la suerte de la unidad de la izquierda al reconocimiento del derecho de autodeterminación. Los valencianos, aún no.

-No podremos apoyar al PSOE, Majestad, si sus barones no borran la línea roja del Referéndum -le dirá el portavoz de En Comú Podem a Felipe VI-, aunque el precio de nuestra cabezonería nos lleve a repetir las elecciones por tercera vez.

-¿Y los intereses generales de España? -tal vez se atreva a replicar el monarca.

-Esos intereses pasan por resolver el problema del encaje de Cataluña de una puñetera vez -sentenciará Domenech, mirando de reojo el tapiz de la sala de audiencias en que el gran Alejandro se dispone a iniciar la guerra contra los persas-. Mientras no solucionemos esa cuestión España seguirá enfrentada.

-Y si la solucionamos como quiere la Generalitat, Xavier, la España que conocemos dejará de existir…

-Mala suerte, Majestad. Nada dura para siempre.

El abanderado de Comprimís, en cambio, no llegará tan lejos. En Valencia, la calentura nacionalista no ha alcanzado todavía la temperatura febril de Cataluña.

-Las cosas no pintan bien, don Felipe. Si hay acuerdo preelectoral entre IU y Podemos, Alberto Garzón se unirá a la demanda del referéndum que exigen las confluencias gallega y catalana. Iglesias no podrá evitar que esa reivindicación se convierta en una condición previa para iniciar el diálogo. Nosotros podríamos desvincularnos de esa postura pero me temo que nuestro apoyo al PSOE, sin el respaldo de Podemos, no servirá para nada. Las encuestas dicen que los socialistas apenas se mueven de los noventa escaños. Todo lo que puede pasar va en la dirección contraria a lo que a usted le gustaría: puede ser que Sánchez no tenga más remedio que dejarse arrastrar hacia el modelo de pacto que quiere Pablo Iglesias.

-¿Aunque no haya sorpasso?

-Sobre todo, si no lo hay. Si la suma de IU y Podemos puede más que el PSOE, Pedro Sánchez, o quien ocupe su puesto, aún podrían dejarse enredar en la gran coalición envueltos en la bandera de España. Pero si el PP sube, aunque sólo sea un poco, y los socialistas siguen siendo los líderes de la oposición no habrá fuerza capaz de hacer que se entiendan. Y en Ferraz tendrán que elegir: o pacto a la valenciana o regreso al día de la marmota.

-Salvo que Ciudadanos suba lo suficiente, Señor -concluirá Albert Rivera, en la última audiencia del martes por la mañana-, porque en ese caso, si la suma con el PP alcanza la mayoría absoluta, se habrán acabado casi todos los problemas. Le pediremos a Rajoy que se vaya a casa y alcanzaremos un acuerdo con alguien de su partido a quien los ciudadanos puedan identificar con una política de cambio.

-¿Soraya?

-Hablo de política de cambio, Majestad. ¿Usted cree que cuando su augusto padre se dio cuenta de que Arias Navarro era un desastre sin paliativos tuvo la tentación de sustituirle por Carro Martínez?

-¿Y si Rajoy no se quiere ir?

-Él cree que nos rendiremos. Que usted nos pedirá que lo hagamos por el bien de España. Igual que muchos líderes europeos. Y que muchos baluartes de la sociedad civil. Está convencido de que la presión ambiental será tan potente que no tendremos más remedio que darle nuestros votos a él para que siga siendo presidente del Gobierno. Pero se equivoca, Señor. Ya se lo advierto desde ahora para que no acabe pidiéndome algo que no puedo darle. Ahórrese el esfuerzo de intentarlo. No serviría para nada. Somos jóvenes pero sabemos lo que es agarrarse a una convicción profunda.

-¿Y no te asusta que el miedo de la gente a que la situación siga bloqueada provoque que muchos de tus votantes acaben yéndose al PP, Albert?

-Al contrario, Majestad. El PP seguirá siendo el sumando más alto de la ecuación del pacto, eso es casi seguro, pero Rajoy provoca tanto rechazo que ya está cerca de su techo máximo. Mucho más no puede subir. El voto útil para que crezca la suma de escaños del centro derecha es el voto a Ciudadanos. Cuanto más fuertes seamos nosotros más cerca estará el horizonte de un gobierno con mayoría absoluta. Y más fuerza tendremos para exigir que Rajoy se haga a un lado. Si conseguimos que los votantes lo perciban así durante la campaña, la apuesta del miedo cambiará de caballo.

El martes por la tarde, cuando el Rey cierre su bloc de notas, le habrá oído decir a Rajoy por tercera vez:

-No tengo los apoyos suficientes. El PSOE no quiere hablar conmigo. Sería una pérdida de tiempo para todos que presentara mi candidatura en una votación de investidura. Pero no se apure, Señor, que todo cambiará tras el 26-J. El PP es el partido que tiene un electorado más fiel y la abstención perjudica a la izquierda. Podré presidir un nuevo Gobierno antes de que se vaya a navegar a Palma de Mallorca en el mes de agosto.

-¿Y si Ciudadanos pide otro candidato que no seas tú?

-No podrá. Yo tendré bastantes más escaños que ahora, y él, algunos menos. Me dice Arriola que en junio tendremos un millón de votos más.

-Ah, bueno, si lo dice Arriola…

Antes de esa conversación, la última de las catorce programadas, Pablo Iglesias ya habrá echado su cuarto a espadas ("Jon Nieve vive, Majestad. Estoy seguro de ello. A los héroes verdaderos no nos puede matar ni George R.R. Martin. Yo también he firmado una alianza con las tribus salvajes del norte y juntos impediremos que resuciten los muertos") y Pedro Sánchez habrá manifestado sus dudas:

-¿De verdad quiere que hablemos del 26-J, Señor?

-Es que hasta entonces ya no hay mucho más de lo que hablar, Pedro. El bacalao está vendido. ¿A qué viene ese mohín de tristeza que te está dibujando en el rostro?

-Es que para hablar del 26-J no sé si soy el interlocutor adecuado, Majestad. Las primarias las carga el diablo.

Y el Rey entenderá el mensaje. Para matar a los caminantes blancos, que hielan todo lo que tocan, hace falta vidriagón. Para eliminar a un mortal de los Siete Reinos, en cambio, basta con una bocanada de fuego. La Khaleesi cabalga sobre dragones.

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