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Luis Herrero

El huracán Lezo

La nómina de víctimas del fenómeno informativo es tan amplia que resulta difícil elegir a los que han salido peor parados, pero Rajoy y Moix comparten el mismo delito.

El huracán Lezo, la noticia que ha convertido la Pascua en otra Pasión, ésta de hombres a secas, ha puesto del revés a políticos, empresarios, magistrados, fiscales, periodistas, policías y chivatos. La nómina de víctimas del fenómeno informativo es tan amplia que resulta difícil elegir a los que han salido peor parados. Más allá de lo obvio, yo propongo fijar la atención en dos nombres propios que comparten el mismo delito: haber dejado que pasaran, en sus respectivas jurisdicciones, cosas que nunca debieron pasar.

El primero, Rajoy. Los datos que hemos conocido estos días son concluyentes: él supo desde el año 2007 que Ignacio González era algo más que un presunto chorizo. Se lo dijo Álvaro Lapuerta, tesorero del PP, después de investigar la denuncia anónima que había llegado a Génova alertando de la comisión de un millón cuatrocientos mil euros que OHL le había pagado a González en un banco suizo por mediar en la concesión de una obra pública. Lapuerta llamó a Villar Mir, íntimo amigo suyo, y le preguntó si era verdad. Y Villar Mir –oh, sorpresa– le dijo que sí. No cabía una fuente más autorizada.

Lapuerta se lo contó a Rajoy y Rajoy, especialidad de la casa, se hizo el muerto. Si no había más prueba que la palabra del empresario, y teniendo en cuenta que él no se iba a dedicar a ir contándolo por ahí, ¿para qué meterse en líos? Mejor dejarlo correr y confiar en que las mangancias gonzalescas siguieran siendo indemostrables durante mucho tiempo. Desde entonces, Lapuerta no dejaba de repetir a todas horas que Ignacio González no era trigo limpio –doy testimonio de primera mano– mientras Rajoy permitía que su carrera política siguiera creciendo como la espuma. No olvidemos que llegó a ser presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid.

Siete años después, cuando el entonces alcalde de Leganés llevó a Génova más pruebas de la comisión pagada por OHL en Ginebra, Rajoy decidió que no convenía seguir tentado a la suerte y se negó a que González fuera candidato del PP en las elecciones autonómicas de 2015. Eso fue todo. Hasta ahí llegó su abnegada contribución al saneamiento de la vida pública. Ni investigación interna, ni denuncia, ni depuración de responsabilidades, ni escarmientos ejemplares. No, hombre, no. Vaya lío.

A pesar del antecedente, los voceros del partido se empeñan en pregonar que la primera persona en tirar de la manta en el caso Lezo fue Cristina Cifuentes. Asombroso. ¿Acaso no se dan cuenta de que al alabar la diligencia de la presidenta madrileña ponen de manifiesto, por contraste, la inacción perezosa, cómplice y culpable del presidente nacional? ¿En serio pretende seguir diciendo el PP, después de esto, que es el partido que más cosas concretas ha hecho para acabar con la corrupción? El humor negro del concejal Zapata, al lado de ese chiste, parece un juego de niños.

El otro nombre propio arrasado por el huracán Lezo es el del fiscal Manuel Moix. Sigo dándole el beneficio de la duda porque me consta su pericia profesional y su calidad humana. Ardo en deseos de conocer las explicaciones que da para explicar su conducta. Pero, entretanto, juzgando lo único que se puede juzgar, que es lo que salta a la vista, no tengo más remedio que llegar a la conclusión de que, en el mejor de los casos, es un perfecto pazguato.

Él sabía de la existencia de una conversación telefónica en la que Ignacio González se jactaba de ser muy amigo suyo. "A ver si podemos poner a Moix en Anticorrupción. Para mí sería cojonudo", había dicho sin saber que la policía le estaba grabando. Sólo por esa circunstancia, y habida cuenta que la mujer del César no sólo tiene que ser buena, sino parecerlo, debería haber actuado con extrema prudencia. Sin embargo hizo todo lo contrario.

Trató de conseguir que liberaran a González de la acusación de organización criminal, puso pegas a los registros de la guardia civil y maniobró para que la investigación judicial no abarcara la época de Ruiz-Gallardón como presidente madrileño. Y lo peor de todo, además, es que hizo esas tres cosas contra toda probabilidad de éxito. Era un secreto a voces que los fiscales que llevaban el caso se iban a negar a acatar sus órdenes y que la discrepancia se tendría que dilucidar en una junta de fiscales en la que él se iba a quedar –como así ocurrió– en franca minoría. ¡Menuda estrategia tan bien diseñada!

Las reglas del juego son implacables y en la vida pública hay una que la gente suele perder de vista con demasiada frecuencia: "Así es, si así parece". Y lo que parece, en este caso, es que Moix ha tratado de ayudar a sus amigos en el PP antes que buscar la verdad de los pufos de González caiga quien caiga. Quiero pensar que no es verdad y que Moix tenía razones técnico-jurídicas para actuar como lo hizo. Pero lo que yo piense, francamente, importa un bledo.

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