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Luis Herrero

La duda como diagnóstico

Los alquimistas de Génova creen que el pánico a Podemos aún convertirá a Rajoy en el refugio de los espantados. No entiendo por qué.

Los últimos acontecimientos de la carrera hacia el poder parecen ir, todos ellos, en la dirección que Rajoy le susurró a Cameron sin darse cuenta de que había moros en la costa: elecciones el 26 de junio. El hecho de que se lo confesara con tanta rotundidad demuestra que, en efecto, la idea de abstenerse para hacer bueno el pacto del PSOE con Ciudadanos no se le pasa ni remotamente por la cabeza.

Tampoco se le pasa por la cabeza a Podemos. Los más díscolos de la coalición –los valencianos de Compromís– ya han dicho alto y claro que a pesar de sus últimos coqueteos por libre sus lealtades están con Iglesias y que no validarán el matrimonio de Sánchez con Rivera bajo ninguna circunstancia. Por si fuera poco, el PSOE acaba de anunciar que ve 14 incompatibilidades insalvables en el programa que con tanta arrogancia y hambre de ministerio le hizo llegar el lunes pasado el líder de la cola de caballo. Ciudadanos, por último, ha vuelto a fracasar en su intento celestinesco de ayuntar en el mismo tálamo a Calixto Sánchez y Melibea Rajoy. En el recuerdo pervive el mano a mano de mancos que ambos protagonizaron hace diez días. Así que, en efecto, todo sigue manga por hombro.

En vista del percal, la mayoría de los analistas concluyen que sólo quedan dos soluciones para resolver el sudoku postelectoral: o Frente Popular en el último minuto (dado el recuerdo genético que tiene la izquierda de querencia hacia el poder) o elecciones anticipadas. Lo que más me asombra de esa conclusión, que no comparto, es que parece partir de la base de que los últimos acontecimientos despejan alguna duda. Niego la mayor. ¿Alguien en su sano juicio albergaba la
esperanza de que se iba a firmar algún tipo de acuerdo con tanta antelación? Lo que impera hasta ahora –en todos, salvo en Ciudadanos– es la cantinela del "no te ajunto". Que esa cantinela se iba a mantener aún durante toda la semana era la predicción más sencilla del mundo.

No se podía esperar otra cosa porque los protagonistas de la partida son tipos atrapados en proyectos personales incompatibles. Sobre todo, Sánchez y Rajoy. Es imposible que los dos sobrevivan al duelo que les enfrenta. O hay un cadáver o hay dos. Lo que no puede pasar en ningún caso es que después del tiroteo ambos sobrevivan. Si Sánchez gana la investidura, Rajoy es historia. Si la pierde, muerto ya Sánchez, a Rajoy aún le quedará una última bala en la recámara con la que aferrarse a una vida improbable. El combate es a vida o muerte y en ese tipo de combates no hay espacio para la negociación.

Rajoy no quiere ser el único presidente del Gobierno que se va a su casa después de una sola legislatura en el poder. Cualquier cosa antes que esa horrible humillación. Tampoco quiere pasar a la historia como el pardillo que gobernaba cuando se desplomó el acueducto de Segovia.

La desaparición del PP sería, en términos políticos, un cataclismo equivalente. Pedro Sánchez, por su parte, después de haber sido el sepulturero que ha cavado la fosa más profunda en el voto socialista, trata de alcanzar el elixir del poder para revivir al moribundo. Si no lo consigue emulará, corregida y aumentada, la hazaña de Rubalcaba el breve. Pasará a la historia como Pedro el fugaz. Visto y no visto: ¡menudo bochorno!

En ese juego de "te mato o me muero" en el que están ambos contendientes, los peligros son máximos. El PSOE –sí– puede entregarse en manos de la izquierda que reclama una segunda oportunidad histórica para el marxismo derrotado (lo que equivaldría a retroceder en el tiempo para hacer justo lo contrario de lo que hizo Felipe González en el XXVIII Congreso de 1979, y entonces adiós a la socialdemocracia nacional que ha sido tan útil a España desde la restauración
democrática), o el PP –desde luego– puede lanzarse a unas nuevas elecciones que polaricen aún más los antagonismos políticos, convirtiendo la política en una nuez atenazada por el brazo de la izquierda radical y el de la derecha descentrada.

Los alquimistas de Génova –haciendo oídos sordos a las últimas encuestas, incluida la de este domingo en El Mundo– creen que el pánico a Podemos aún convertirá a Rajoy en el refugio de los espantados. No entiendo por qué. Para que haya elecciones es condición necesaria que hayan ocurrido dos cosas: la primera, que el PSOE no se haya echado en brazos del Frente Popular. Eso significaría que los socialistas seguirían disputando la batalla del centro, dificultando
el trasvase de voto de la izquierda moderada hacia el PP. Y la segunda, que Rajoy haya sido incapaz de alcanzar apoyos suficientes para convertirse en opción de Gobierno. Eso significaría que su mensaje a los votantes, obligados a prescindir de un domingo de piscina en medio de los calores veraniegos de finales de junio, tendría que ser parecido a este: "Necesito que me hagáis más fuerte para no necesitar otros apoyos –ya que nadie quiere dármelos– y así poder protegeros por mí mismo, sin compañía de otros, de los horrores del diluvio".

El problema es que Rajoy sólo puede salir fortalecido de unas nuevas elecciones o bien porque los votantes de Ciudadanos cambien de apuesta (lo que no alteraría la ecuación aritmética de la mayoría parlamentaria, porque 123 escaños más 40 suman lo mismo que 143 más 20), o bien porque abstencionistas y socialistas templados decidieran confiar en la capacidad protectora de Rajoy: el político cuya principal convicción es que hay que carecer de convicciones, el cancerbero de la cueva de Alí Babá, el macilento púgil que deambula por el cuadrilátero mientras una bandada de pajaritos revolotea alrededor de su cabeza.

De aquí a dos semanas la alternativa es impepinable: o Sánchez alcanza la investidura –y en tal caso, game over, fin de partida, se acabó la especulación– o no la alcanza y entonces comienza otra partida nueva y distinta, ya con el líder socialista en la capilla ardiente de los juguetes rotos. Lo que yo propongo, para tratar de avizorar el futuro en el caso de que que haya que seguir especulando después de la investidura fallida de marzo, es que nos pongamos por un momento en el pellejo del PSOE: ¿qué preferiría, repetición de elecciones o jefatura de la oposición? Si permite que PP y Ciudadanos alcancen un acuerdo razonable, dejar que arranque la legislatura les garantizaría ejercer el liderazgo de la izquierda (algo que podrían echar a perder si en las nuevas elecciones la convergencia electoral de Podemos e Izquierda Unida culmina el sorpasso interruptus) y además les daría dos años de plazo para poner orden en el partido y promover un liderazgo sensato sin prisas ni improvisaciones.

¿Abstenerse el PSOE para que Gobierne Rajoy? No digo tanto. Sé muy bien que incluso en política hay cosas imposibles. Al PSOE le bastaría un truque sencillo: abstención a cambio de un razonable programa de reformas tasadas en el tiempo y de un presidente con credibilidad suficiente para encarar el reto de higienizar la política. ¿Podría Rajoy negarse a eso sólo por amor a sí mismo? Y si pudiera, ¿permitiría el PP que se saliera con la suya? Lo tengo todo claro menos la respuesta a la última pregunta. Hay dudas que son todo un diagnóstico.

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