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Luis Herrero

La honra y el vilipendio

Rajoy ha demostrado que mear en la pechera de los demás y negociar con ellos son, para él, actividades casi idénticas

Rajoy sólo acudirá a la investidura si está en condiciones de conseguirla. Y sólo la conseguirá si se abstiene el PSOE. En caso contrario, el reloj de los plazos no se pondrá en marcha, la incertidumbre se cronificará, la parálisis interina seguirá campando a sus anchas, el calendario presupuestario saltará por los aires y los deberes que nos ha puesto Bruselas se quedarán sin hacer. Suspenso, multa al canto y de rodillas contra la pared. Conclusión: o Rajoy o el caos. Y la culpa será de Sánchez.

El PSOE sólo se abstendrá si Ciudadanos vota que sí. En caso contrario, Rajoy no se presentará a la investidura, el reloj de los plazos no se pondrá en marcha, la incertidumbre se cronificará, la parálisis interina seguirá campando a sus anchas, el calendario presupuestario saltará por los aires y los deberes que nos ha puesto Bruselas se quedarán sin hacer. Conclusión: o Rajoy o el caos. Y la culpa será de Rivera.

En definitiva, esto es lo que hay: Rajoy le pasa el muerto a Sánchez y Sánchez se lo pasa Rivera. Así que, al final, o Rivera le pasa el muerto a Rajoy o él será el culpable de todos los males que aquejan al país. Sólo hay una forma de darle la vuelta a la tortilla y es que Rivera diga que sólo votará que sí en caso de que Rajoy se quite de en medio. En tal caso, Rajoy no se presentaría a la investidura pero el reloj de los plazos sí se pondría en marcha y otro candidato sería capaz de formar gobierno. La incertidumbre se acabaría, el calendario presupuestario se recompondría y España llegaría a tiempo de presentarle a Bruselas el techo de gasto que nos demanda para perdonarnos los pecados deficitarios de nuestra vida pasada. Conclusión: o alguien distinto a Rajoy, o el caos. Este es el único supuesto de todos los posibles en el que Rajoy aparece como culpable del fiasco.

¿Y por qué nadie lo contempla? Porque las urnas de junio le dieron al PP la manija del chantaje: o yo, o terceras elecciones. Esa invocación produce pánico. A Ciudadanos, porque otro mordisco de 400.000 votos y 8 escaños lo convertiría en un novio eunuco, incapaz de procrear mayorías. Y por lo tanto, en material de desecho. Al PSOE (que no a Sánchez, cuidado) porque volverían a planear sobre su cabeza los fantasmas del sorpasso y de un nuevo récord de espeleología funeraria: en una tumba electoral aún más honda cabrían todas sus esperanzas. Como dijo el asturiano Javier Fernández ante el Comité Federal de su partido, sólo hay algo peor que un gobierno del PP: un gobierno del PP con mayoría absoluta.

A Podemos la repetición electoral le da pánico (o debería), porque ya ha enviado a la abstención a 1 millón de antiguos abstencionistas que dejaron de serlo, momentáneamente, atraídos por el brillo de una novedad que cada vez tiene menos de refulgente. Si sigue desencantando a más ilusos que creyeron en la eficacia de su crecepelos de rabo de lagartija acabará como Clark Gable en Hanky Tonk.

Rajoy tiene a todos cogidos por donde más duele. A todos menos a Pedro Sánchez. Al secretario general de los socialistas, con la fecha de caducidad grabada en la frente si las cosas siguen como están, no le va mucho en el envite. Como sostienen los adoradores del dios ahogado de las Islas del Hierro, "lo que está muerto no puede morir". Al revés. A lo mejor, el 27 de noviembre cambia la tendencia, sube la cosecha de votos y una mujer roja le devuelve a la vida. Nada pierde por intentarlo. En el peor de los casos seguiría con la cabeza sobre los hombros durante otros cuatro meses, lo que supone alargar considerablemente su actual esperanza de vida.

La ventaja con la que juega Rajoy es que la decisión de ir por ese camino no depende de la voluntad de Sánchez, una marioneta sin voz propia, sino del ventrílocuo de varias cabezas -tantas como baronías hay en el partido- que mueven los hilos desde arriba. Y a ese ventrílocuo, la idea de repetir las elecciones le asusta tanto o más que la de entregarse en brazos de Pablo Iglesias y sus satélites independentistas para erigir un Frente Popular que deje a la derecha con tres palmos de narices y a España convertida en un remedo ruinoso del Partenón de la Grecia moderna.

Es esa ausencia de mayorías alternativas la que le da a Rajoy toda su ventaja. Su fuerza nace de ahí, y no, como él quiere hacernos creer, de unos resultados electorales que son por sí mismos insuficientes para franquearle las puertas del Gobierno. De ahí deriva su capacidad de intimidación. Invocó el voto del miedo ante el electorado para salir airoso del 26-J y ahora lo invoca otra vez ante los diputados para salir airoso del 5 de agosto. Si ese día le tumban en la investidura, en caso de que decida presentarse, ya no concederá otra oportunidad. Con el reloj de los plazos en marcha, el proceso seguirá su curso inexorable hacia las terceras elecciones generales en menos de un año. Y la culpa, para más inri, sólo será de los demás.

Rajoy no sólo tiene el control sobre la máquina de los sustos, sino que además encarna el papel de bueno de la película. Las tres exigencias que incluye su discurso -que haya Gobierno, que se constituya a tiempo de preparar los presupuestos generales del año próximo y que sea estable- conectan con el deseo de la inmensa mayoría de los españoles. No es culpa de Rajoy tener las mejores cartas de la partida. Si tiene las de ganar, lo lógico es que gane. Nada hay de objetable en ello. Pero sí en su manera de hacerlo.

El documento que les hizo llegar a los partidos después de la primera ronda de contactos roza la tomadura de pelo y pone de manifiesto que mear en la pechera de los demás y negociar con ellos son, para el presidente en funciones, actividades casi idénticas. El papel no es mucho más que una reproducción, sin demasiados matices, del programa electoral de su propio partido. Si es eso todo lo que está dispuesto a ceder en el acuerdo, mejor que la mixtura del tabaco que han de fumar los abajo firmantes en la pipa de la paz lleve picadura analgésica. Hay sodomías que duelen menos. Con todo, aún es peor el modo en que trata de doblarle la mano a Rivera para que Ciudadanos cambie la abstención en segunda vuelta por un voto afirmativo en la primera. Cuentan las crónicas mejor informadas que a cambio de tal viraje está dispuesto a ofrecerle la presidencia del Congreso de los Diputados. Dado que todo hombre (o partido) tiene un precio -parece razonar- ofrezcámosle uno que no puedan rechazar.

Rivera, desde luego, es libre de equivocarse, pero si acepta el trueque que le ofrece el patrón de Génova no sólo mandará su célebre discurso de los sillones a hacer puñetas, sino que además pondrá de manifiesto que ya es un político más, con un motor bajo su chasis anaranjado tan de serie como el resto. A la obscenidad de esa oferta sólo se puede responder con una obscenidad equivalente -la de aceptarla- o con una que la sobrepuje: la de devolvérsela a su autor en forma de supositorio. Lo segundo es morir con honra; lo primero, vivir con vilipendio.

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