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Luis Herrero

Ruleta rusa

Si de lo que se trataba era de desbaratarles el relato, el acuerdo alcanzado por PP, PSOE y Ciudadanos llega muy tarde.

Lo que se dice en los oteros independentistas es que Puigdemont someterá a votación en el Parlament la dichosa DUI el próximo viernes, mientras se esté respaldando en el Senado la aplicación del 155 solicitada por el Gobierno. Cuestión de escenografía: a la vez que el Estado entra a machete en la sala de máquinas de la autonomía catalana para abortar el procés, los héroes de la resistencia proclaman la República. Si han de venir las fuerzas represoras -quieren poder decir los arquitectos de la independencia-, que no sea solo para llevarse por delante un proyecto inconcluso. Que todo el mundo sepa que han dinamitado algo que ya estaba en pie, bendecido por las leyes propias, el refrendo popular y la solemne ratificación parlamentaria. Y me temo que nadie podrá arrebatarles nunca ese discurso, por falaz que sea.

No importa que las leyes propias solo sean papel mojado y que estén suspendidas o anuladas por el Tribunal Constitucional. Su verdad será siempre que las tramitaron, las aprobaron y las aplicaron. No importa que el referéndum se celebrara sin garantías, despreciando los mínimos criterios democráticos exigibles para su homologación. Su verdad será siempre que hubo urnas, colegios, censo y papeletas a pesar de la oposición ejercida por la musculatura del Estado. No importa que la ratificación parlamentaria se haya producido tras atropellar los reglamentos y dejando al margen a los representantes de la mayoría social de Cataluña. Su verdad será siempre que la República se proclamó solemnemente en una Asamblea democrática que aún conservaba en plenitud sus competencias constitucionales.

Cuando haya pasado el tiempo y podamos mirar atrás con cierto sosiego deberemos preguntarnos si el Gobierno actuó en el momento adecuado. Sabíamos el día y la hora en que los independentistas iban a poner el cimiento legal de su edificio sedicioso. Si Rajoy hubiera tomado la decisión de aplicar el 155 antes del 6 de septiembre, Puigdemont y los suyos nunca hubieran podido decir que sus propias leyes les obligaban a seguir adelante. Esas leyes nunca hubieran existido. Y si lo hubiera aplicado antes del 1 de octubre, en lugar de presumir de un poder intimidatorio que acabó convirtiéndose en una bravata de barra de bar, el simulacro de referéndum no habría provocado largas colas ante las urnas de todo a cien ni habría ilustrado las portadas de los diarios europeos al día siguiente.

Si de lo que se trataba era de desbaratarles el relato, el acuerdo alcanzado por PP, PSOE y Ciudadanos llega muy tarde. Todo lo que conseguirá a partir del viernes la aplicación pactada del 155 se hubiera conseguido de igual modo a principios de septiembre, cuando los independentistas ya habían dejado inequívocamente claro que no estaban jugando de farol. Se podrá decir, y es verdad, que en aquellas fechas el PSOE no estaba por la labor de subirse al carro y que Rajoy sólo habría contado con el apoyo de Ciudadanos. También se podrá decir, y es verdad, que casi nadie pensaba que las cosas fueran a llegar tan lejos y que el Gobierno habría tenido que soportar la crítica feroz de haber provocado un incendio pavoroso echando gasolina a una simple hoguera. Pero lo primero solo demuestra que el PSOE es tan cómplice por omisión como el Gobierno de lo que pueda pasar a partir de ahora y lo segundo solo demuestra que los incrédulos vivían en Babia. La obligación de Rajoy era no estarlo.

Antes del 6 de septiembre la batalla se hubiera librado lejos de las murallas de la fortaleza y las consecuencias del combate, incluso para los independentistas que ya están o pronto estarán en la cárcel, hubieran sido de menor cuantía. Ahora, en cambio, el lío que se avecina es monumental. En las hojas volanderas que imparten las consignas independentistas que se difundieron ayer por las web, se dice textualmente:

"El viernes por la noche, la República Catalana y la vieja España sin autonomías se enfrentarán en todos los terrenos y en cada decisión. Quien demuestre el sábado, y el domingo, y el lunes, y el martes, y el miércoles, y el jueves, y el viernes que es el Gobierno efectivo y real del Principado, ganará. Si los Mossos obedecen a la Generalitat, ganaremos. Si los bancos actúan respetando la legalidad, ganaremos. Si los ayuntamientos ignoran las órdenes de los ministros españoles, ganaremos. Si las escuelas mantienen su modelo, ganaremos. Si los diputados pueden sentarse en sus escaños, ganaremos. Si impedimos que la policía española pueda entrar en el Palau para detener a Puigdemont, ganaremos (…) Preparémonos. El próximo fin de semana será, políticamente hablando, el más importante de nuestras vidas".

Esta anunciada escalada de la tensión plantea -además de un evidente riesgo de violencia física- un panorama político envenenado. Es muy probable que Puigdemont, después de votada la declaración de independencia -y tal vez sin invocar ninguna de las leyes de desconexión suspendidas por el TC para que no fuera fácil pararle los pies-, haga coincidir con la votación del Senado la convocatoria de elecciones inmediatas. Él las llamaría constituyentes. Pero eso es lo de menos. Aunque las llamara lagarteranas, lo sustancial es que las estaría convocando de acuerdo a una prerrogativa estatutaria que, al no haberle sido arrebatada todavía, les conferiría presunción de legalidad. ¿Se avendrían en tal caso PP y PSOE a suspender in extremis la entrada en vigor del 155? Ese sería el peor error político que podrían añadir a la larga lista de los ya cometidos. Y, sin embargo, me temo que lo están considerando.

Sus demóscopos de cabecera les susurran al oído que después de haber provocado la estampida de millares de empresas y de haber desperezado a base de sustos a la mayoría silenciosa que se opone a sus deseos, los independentistas están condenados a sufrir en las urnas un escarmiento ejemplar. Adiós a la mayoría absoluta y a la imposición unilateral de la República Catalana. Fin de la pesadilla. No me detendré a considerar la indignidad que supondría para el Estado el hecho infame de darle carta de naturaleza al primer acto jurídico suscrito por un President de la Generalitat que acaba de proclamar la independencia. Allá cada cual con su sentido del decoro.

¿Pero qué pasa si se equivocan? ¿Alguien se ha parado a pensarlo? Ojo a la encuesta que ha publicado hoy El Periódico de Cataluña. Si la embriaguez de las multitudes traslada al nuevo Parlament un reparto de fuerzas parecido al que nos ha traído hasta aquí, los sediciosos no sólo habrán cumplido su objetivo, sino que además lo habrán hecho con la complicidad legitimadora de los partidos que defienden la idea de España. Que no olviden Sánchez y Rajoy que el riesgo de jugar a la ruleta rusa es que a veces una bala te trepana los sesos.

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