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Luis Herrero

Susto o muerte

Mirémoslo de otra forma: o hay 155 o no lo hay. O hace falta artillería pesada para sofocar la acometida de la rebelión, o los rebeldes detienen el ataque en la boca de la trinchera enemiga.

Mirémoslo de otra forma: o hay 155 o no lo hay. O hace falta artillería pesada para sofocar la acometida de la rebelión, o los rebeldes detienen el ataque en la boca de la trinchera enemiga.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy | EFE

Mirémoslo de otra forma: o hay 155 o no lo hay. O hace falta artillería pesada para sofocar la acometida de la rebelión, o los rebeldes detienen el ataque en la boca de la trinchera enemiga. ¿Cuál sería mejor noticia de las dos? Si hay cañonazo constitucional, las calles se poblarán de bigardos independentistas dispuestos a proteger con cadenas humanas las instituciones intervenidas. Habrá multitudes rodeando el Palau de la Generalitat y la sede del Parlament. Acaso los consellers se encierren por dentro en sus despachos y los diputados que firmaron la declaración de independencia duerman en sus escaños. La tensión se hará insostenible. Habrá huelgas indefinidas, provocaciones intencionadas a la policía y la guardia civil, fuga masiva de las empresas que aún no han trasladado fuera de Cataluña su sede social, colapso económico y boicot funcionarial a los nuevos gestores públicos impuestos por el Gobierno, ya sean técnicos o políticos reclutados con criterios de concentración.

Y todo, antes o después, para convocar unas elecciones a las que probablemente no concurrirán ni ERC, ni PDeCAT, ni CUP y quién sabe si tampoco los Comunes. La participación podría quedarse por debajo del 30%. Cualquier aspiración a normalizar la vida política catalana a partir de esa fuente de legitimidad es un verdadero disparate. Mientras tanto, la justicia -espero- seguiría haciendo su trabajo. Puigdemont, Junqueras, Forcadell, Trapero, y tantos otros, entrarían en la cárcel. El victimismo de los sediciosos agrandaría la fractura social, que ya es inmensa, y el PSOE se cobraría el pago de su apoyo a Rajoy abriendo en canal la Constitución de 1978 para debatir una reforma que solo apaciguaría la voracidad centrífuga de catalanes y vascos si desbloqueara la compuerta del derecho a decidir. Es decir, si se cargara el principio básico de que la soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español. Permitidme que no arda en deseos de saludar con confetis y serpentinas esta hipótesis tremebunda.

La otra posibilidad es que no haga falta aplicar el 155 porque Puigdemont se avenga a renunciar a la declaración de Independencia -aquí ahora- a cambio de abrir un proceso de diálogo. Para favorecerlo, el poder político obligaría al poder judicial -¡menuda independencia!- a destensar el dogal de la responsabilidades penales, las multas del Tribunal de Cuentas encontrarían vías de condonación, las reivindicaciones nacionalistas seguirían intactas -sin renuncia alguna a lo que ya han conseguido en este último arreón sedicioso- y los españoles que han perdido el miedo a plantarle cara a los gonfaloneros de las esteladas seguirían sojuzgados por una Administración liberticida que impide la rotulación de los comercios en castellano o la escolarización de los alumnos en centros educativos desligados de la inmersión lingüística obligatoria.

Para colmo, la división interna que provocaría entre los trompeteros de la República el frenazo y marcha atrás de Puigdemont haría inevitable la disolución del Parlament y la convocatoria de unas elecciones autonómicas -que sus promotores llamarían constituyentes- que, en el mejor de los casos, reproducirían el reparto de fuerzas que nos ha traído hasta aquí. En el peor, la frustración de los independentistas privados de su sueño por la violencia brutal del Estado represor -viva el rigor de las hojas volanderas- todavía harán más escuálida la representación de los partidos que defienden la idea de España. En esos términos, el diálogo que se nos propone, con la Constitución tumbada en el quirófano a la espera de que un grupo de matasanos le extirpe órganos vitales para mantener la cohesión nacional, no puede significar otra cosa que el regreso al "como decíamos ayer" con que fray Oriol Junqueras reanudará su cátedra de acceso a la independencia.

¿Cuál de estas dos hipótesis es la mejor? Susto o muerte. Que Rajoy, que es el genio de esta lámpara sin luz, elija con qué baldón prefiere pasar a la historia. A mí, francamente, cualquiera de las dos me parece horrible. Por eso me importa un rábano lo que vaya a responder Puigdemont. Hace tiempo que la pelota dejó de estar en su tejado.

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