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Manuel Pastor

A propósito del 'Tea Party'

El antiestatismo del 'Tea Party' lo diferencia radicalmente de los populismos radicales europeos.

El antiestatismo del 'Tea Party' lo diferencia radicalmente de los populismos radicales europeos.

Cuando el director Christopher Nolan buscó inspiración para la última parte de su épica trilogía sobre Batman (The Dark Knight Rises, 2012), evidentemente no la encontró en el cívico y pacífico movimiento Tea Party, sino en el anárquico, socialfascista y violento (además de poco higiénico) Occupy Wall Street, apoyado por organizaciones comunitarias como Acorn y MoveOn, financiado por millonarios radicales como George Soros y jaleado tanto por intelectuales ya caducados –Frances Fox Piven o Cornel West– como por el propio presidente Obama.

Modestamente, soy testigo del nacimiento y evolución del Tea Party en la pequeña ciudad universitaria de St. Cloud, Minnesota, donde veraneo. El 12 de septiembre de 2009 asistí por casualidad a la fundación del movimiento local, en un mitin de la representante del Congreso Michele Bachmann junto al Lake George. Justo un año después, en el mismo lugar, durante la campaña de las elecciones intermedias, asistí a otro mitin del Tea Party en apoyo de un candidato republicano a la legislatura estatal, mi amigo Steve Gottwalt (ambos, Bachmann y Gottwalt, ha sido elegidos ininterrumpidamente en las cuatro últimas elecciones).

Desde entonces, la literatura sobre los tea parties ha proliferado considerablemente; con muy pocas excepciones, descalifica, confunde y contamina la mente de los lectores y del público en general, no solo en los Estados Unidos sino en Europa, donde absurda y falazmente se ha comparado este movimiento social con los populismos neofascistas o autoritarios al estilo del Frente Nacional de Le Pen en Francia. Incluso un escritor y académico de la reputación de Harold Bloom, con la actitud del crítico literario sabelotodo –se cree el Belinsky de nuestra época–, ha pontificado frívolamente que el Tea Party es fascismo (en Vanity Fair, mayo de 2011). El profesor Bloom, como intelectual judío, debería ser más riguroso con el fascismo y consultar a sus colegas de Ciencia Política en Yale antes de decir solemnes tonterías.

Creo no equivocarme al afirmar que el libro de Elizabeth Price Foley The Tea Party (Cambridge University Press, New York, 2012) es el análisis más serio, riguroso y pertinente que se ha publicado, incluso dentro de la literatura más o menos apologética, sobre el movimiento. Lo primero que cabe resaltar es que se trata de un producto típicamente americano, de la cultura política excepcional de los Estados Unidos, a diferencia del Occupy Wall Street, que claramente se inspiró, sin ir más lejos, en los indignados del español 15-M, iniciado con la ocupación de la madrileña Puerta del Sol.

El Tea Party no es un partido, sino un movimiento. Party en inglés significa varias cosas, además de partido: reunión, grupo, fiesta... El Tea Party originalmente fue una reunión espontánea de ciudadanos en protesta por las políticas del presidente Obama de aumentar el gasto público y los impuestos, con el espectro del Obamacare en el horizonte. Tal protesta se produjo inicialmente en centenares de ciudades y pueblos de la nación a los cien días de la Presidencia Obama (comenté el acontecimiento en el noticiario de la noche de Telemadrid). Poco después, como documenta Price Foley, el periodista de la CNBC Rick Santelli convocó una concentración pacífica, que se llamaría Tea Party, junto al lago Michigan, en Chicago. Inmediatamente surgieron tea parties como hongos por todo el país, con distintas denominaciones: Tea Party Nation, Tea Party Express, Tea Party 365, Tea Party Patriots, etc.

No siendo un partido, carece de organización y de aparato propagandístico. Su estructura es totalmente local, espontánea y descentralizada. Se moviliza principalmente por internet, Facebook y Twitter. No hay líderes nacionales, sino organizadores locales que convocan las concentraciones, y cada condado y cada estado tiene sus propias estrellas, que no siempre son los políticos, aunque la exgobernadora Sarah Palin y la congresista Michele Bachmann (líder del Tea Party Caucus en el Congreso) sin duda han alcanzado una popularidad e importancia política nacionales. Un hecho notable, además, es que ha promocionado a una nueva generación de políticos liberal-conservadores reclutados entre las minorías étnicas, lo que invalida las acusaciones que a veces se han hecho al Tea Party de racismo: ahí están los casos de las gobernadoras Susana Martínez (New Mexico) y Nikki Haley (South Carolina), del senador Marco Rubio (Florida), de los representantes Allen West (Florida), Tim Scott (South Carolina), Bill Flores y Francisco Canseco (Texas), y de innumerables cargos electivos a nivel estatal y municipal. Pienso también en el caso, casi seguro, del próximo senador de Texas Ted Cruz.

Si ya de por sí los partidos políticos americanos, a diferencia de los europeos, son organizaciones muy flexibles y fluidas, sin disciplina o militancia, que –junto al sistema de elecciones primarias– lo que les confiere un carácter muy democrático y abierto, el Tea Party ha intensificado estas características actuado como una especie de vacuna contra las tendencias oligárquicas y partitocráticas. La voluntad antiestatista (menos impuestos, menos gasto, menos gobierno) es una espectacular diferencia con los populismos radicales de cualquier signo o las tentaciones social-demócratas de los establishments europeos.

Price Foley, profesora en la Universidad Internacional de Florida y experta en Derecho Constitucional, ha destacado tres principios que constituyen, a su juicio, el núcleo ideológico del Tea Party:

  1. Gobierno federal limitado: el gobierno federal solo ha de ejercer los poderes que le asigna la Constitución.
     
  2. Defensa de la soberanía nacional, traducida en la protección y defensa de las fronteras y en una posición independiente en las relaciones internacionales.
     
  3. Originalismo constitucional: hay que ceñirse al sentido que sus padres dieron a quienes escribieron y ratificaron la Ley de Leyes.

Su libro es un pequeño tratado sistemático, ilustrado oportunamente con casos legales y reflexiones sobre el federalismo. En particular es muy esclarecedor el análisis que hace del Obamacare y el mandato individual (una lección para el mismísimo presidente de la Corte Suprema, juez Roberts).Tratando de sintetizar su exposición, cito el párrafo final de la obra:

A pesar de los obstáculos puestos en su camino –toda clase de insultos, invocaciones al miedo, incomprensión y marginación–, el movimiento Tea Party parece destinado a impactar en el paisaje político americano de manera significativa. Está ayudando al cambio en la manera en que percibimos y organizamos movimientos políticos efectivos, en que vemos la Constitución, incluso en que definimos el concepto liberal-conservador. El liberalismo-conservador del Tea Party –una mezcla única de fidelidad al gobierno limitado, originalismo constitucional y defensa de la soberanía nacional, combinada con una actitud de laissez-faire respecto a los mercados y la moral– trasciende la raza, la religión, la edad y el status económico. Los tea parties valoran al gobierno para funciones concretas, pero valoran a los individuos para todo lo demás. Esto no solo es la esencia del Tea Party; es la esencia de América.

El liberalismo-conservador constitucional del Tea Party, añado, es la base de su antiestatismo y anticolectivismo (antifascista y antisocialista), y asegura a los ciudadanos que siga viva la promesa de la independencia y la excepcionalidad americanas: los derechos inalienables a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad.
 

Manuel Pastor, director del Departamento de Ciencia Politica de la Universidad Complutense de Madrid y presidente del Instituto Conde de Floridablanca.

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