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Manuel Pastor

Obama contra la Constitución

La incompetencia, irresponsabilidad e inmoralidad de Obama bate récords en la historia norteamericana.

La incompetencia, irresponsabilidad e inmoralidad de Obama bate récords en la historia norteamericana.

Creía que, después de más de una docena de artículos publicados sobre Obama desde las elecciones de 2008 (en Libertad Digital, Cuadernos de Pensamiento Político, Atlantic Weekly y The Americano), no tenía nada más que decir sobre él, pero su incompetencia, irresponsabilidad e inmoralidad bate todos los récords en la historia de los presidentes de los Estados Unidos. Además, un incentivo añadido me lo ha proporcionado el patético Rajoy y su corte de papanatas obamitas viajando a Nueva York para mendigar una foto con el presidente americano, a cambio de mantener (pagando, claro) el pueril y zapateril programa de la Alianza de Civilizaciones.

Sobre la incompetencia de Obama, que he sostenido reiteradamente –para gran escándalo de algunos progres–, simplemente cito hoy a alguien poco sospechoso de ser un facha, el expresidente Bill Clinton, que en el verano de 2011 dijo: "Obama no sabe ser presidente. No sabe cómo funciona el mundo. Es un incompetente. Es... Es... ¡Barack Obama es un amateur!" (Edward Klein, The Amateur, pp. 11-12). Pero lo que me interesa es destacar su irresponsabilidad e inmoralidad políticas, y nada lo ilustra mejor que el hecho de que ataque y vulnere sistemáticamente la Constitución.

Una de las cosas más insólitas de la presidencia de Obama es el atontamiento que muestran tantos intelectuales y académicos cuando se trata de analizar su personalidad. En el libro arriba citado, Edward Klein menciona los casos de los historiadores Doris Kearns Goodwin y Michael Beshloss, que una vez acudieron como invitados a la Casa Blanca. El primero dijo sentirse "en presencia de alguien con un intelecto realmente vasto"; el segundo, que Obama es "probablemente el tipo más inteligente que ha llegado a presidente". Patéticos. Si se compara a Obama con George Wahington, Alexander Hamilton, John Adams, Thomas Jefferson, James Madison, John Quincy Adams, Abraham Lincoln, Theodore Roosevelt, Woodrow Wilson... las opiniones de Goodwin y Beschloss se descalifican ellas mismas.

Otro ejemplo de atontamiento es el de Laurence Tribe, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Harvard y maestro de Obama. Este caso es más grave, porque el magisterio e influencia de Tribe tendrán consecuencias directas y letales en la actitud de Obama (y otros) ante la Constitución. Entre las 689 razones para no reelegir a Obama que, medio en broma, señalaba National Review el pasado 10 de septiembre, al menos un centenar tienen ramificaciones ilegales o de dudosa constitucionalidad.

En la probablemente primera hagiografía dedicada a Obama (Steve Dougherty, Hopes and Dreams. The Story of Barack Obama, 2007) se citaba al profesor Tribe, quien afirmaba que Obama era uno de los dos mejores estudiantes que había tenido. Entonces no decía quién era el otro, pero hoy lo sabemos porque recientemente lo ha revelado ("My Most Famous Students", Newsweek, July 16, 2012): nada más y nada menos que el presidente de la Corte Suprema, el juez John Roberts. Por cierto, Tribe ha elogiado la ambiguedad esquizoide del polémico voto de Roberts sobre la constitucionalidad del Obamacare. Los analistas más agudos apreciaron que, con la reescritura parta que el mandato individual figurara como un impuesto y no como una penalización (que sería abiertamente anticonstitucional), Roberts salvó la controvertida ley socializadora de la sanidad. Y así hizo un flaco favor a la legalidad establecida, primando la protección oportunista de la Corte Suprema frente a la valiente defensa de la Constitución que hicieron los jueces Scalia, Thomas, Alito y Kennedy. Roberts traicionó el conservadurismo constitucional americano para alinearse con las tesis nihilistas, alternativas y progresistas de su maestro Tribe, tal como están manifiestas en su obra –el título lo dice todo– Constitutional Choices (1985).

El enfrentamiento de Obama con los otros poderes del Estado quedó especialmente de manifiesto en su Discurso sobre el Estado de la Unión de 2010, donde insultó a los jueces de la Corte Suprema, que le escuchaban desde la primera fila. Desde entonces los miembros conservadores (con la excepción, claro, de Roberts) no acuden a tan importante acto. Tras las elecciones intermedias de ese mismo año, que dieron la mayoría de la Cámara de Representantes a los republicanos, que además experimentaron un gran avance en el Senado, Obama prescindió del Poder Legislativo. En realidad, más que un presidente, Estados Unidos ha tenido un candidato a la reelección en campaña permanente.

Obama nunca ocultó sus intenciones de cambiar la Constitución, de sustituir el sentido constitucional angloamericano de libertad negativa por el de libertad positiva (según la terminología de I. Berlin), y de transformar la democracia liberal americana en una social-democracia al estilo europeo. Durante la cena con los historiadores antes mencionada (aparte de Goodwin y Beschloss, también asistieron Robert Dallek, Robert Caro, David Kennedy, H. W. Brands y Gary Will), dejó pasmados a sus invitados al manifestar su preferencia por un sistema estatal-corporativista (en la línea del fascismo mussoliniano, señala E. Klein, continuada por las socialdemocracias europeas). La escuela radical de Saul Alinsky le aleccionó para cambiar el sistema capitalista desde dentro. Ahora ha declarado que era un ingenuo al pensar así ("El presidente admite que Washington no se puede cambiar desde dentro", El Mundo, 21-IX-2012).

La Constitución de los Estados Unidos de América establece que son motivos de impeachment la traición, la corrupción, los crímenes graves y las fechorías. Los tres primeros son palabras mayores, pero en la categoría de fechorías (misdemeanors) caben perfectamente multitud de comportamientos de este presidente amateur, comenzando por su traición al juramento de respetar la Constitucion y las leyes y su dejación de funciones como responsable del Poder Ejecutivo y comandante en jefe. Mona Charen y Andrew McCarthy –entre otros– han subrayado su desprecio sistemático por el rule of law (imperio de la ley); George Weigel, sus ataques a la Primera Enmienda (contra los católicos en el tema del aborto; contra la libertad de expresión en la propuesta de censura del oscuro video antiislámico, etc.); Ramesh Ponnuru, sus afrentas a la Constitución: amnistía unilateral de los ilegales, matrimonio gay, Obamacare, intervención en Libia sin autorización del Congreso... Últimamente, las mentiras y encubrimientos promovidos desde la Casa Blanca en el ya denominado Benghazi Gate (con un embajador y tres ciudadanos estadounidenses muertos) convierten los impeachments contra Nixon y Clinton como asuntos de mucha menor importancia.

Ya no se trata sólo de resaltar el desastroso balance económico de su primer mandato (desempleo, déficit y, sobre todo, una deuda astronómica de más de 16 billones de dólares, doblando la adquirida por todos los presidentes anteriores, desde Washington hasta Bush), sino de recordar que la condición básica y primera de la democracia constitucional –recuérdense los trágicos finales de la República de Weimar (1933) y de la Segunda República española (1936)– no es el cumplimiento de la voluntad de los políticos, sino el respeto a la legalidad y a la Constitución.
 

Manuel Pastor, director del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid y presidente del Instituto de Investigación Conde de Floridablanca. 

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