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María Dolores de Cospedal

Una reforma para tener futuro

Nuestro objetivo debe ser una educación de la mejor calidad en la escuela pública; sólo así podremos garantizar la igualdad de oportunidades.

Nuestro objetivo debe ser una educación de la mejor calidad en la escuela pública; sólo así podremos garantizar la igualdad de oportunidades.

España no puede esperar más. Este país, el futuro de este país, no puede sostenerse más en un sistema educativo al que la palabra fallido se le queda muy corta para definir la verdadera dimensión del problema. Los resultados de todos los indicadores internacionales sobre nuestra enseñanza son inaceptables. Si nuestra educación fuese un alumno estaríamos en estos momentos escribiendo mil veces en la pizarra aquella vieja frase de "No volveré a portarme mal en clase".

Nuestra tasa de abandono escolar temprano es el doble de la europea y prácticamente uno de cada tres jóvenes deja el colegio antes de tiempo. Sólo Malta y Portugal se nos acercan en tasas tan deficientes. Al mismo tiempo, la formación general de los españoles es de las más pobres de todo el continente, según los últimos datos de Eurostat: apenas la mitad de la población tiene un título de educación secundaria superior, cuando la media europea es del 75%.

No es ninguna casualidad que más de la mitad de nuestros jóvenes esté en paro. Ya no es sólo un problema del mercado laboral, de su dualidad secular y de las rigideces históricas. Ese problema, el de la estructura del empleo en nuestro país, lo está corrigiendo ya el Gobierno del PP y la reforma laboral dará sus frutos a medio plazo.

Pero la enseñanza es una cuestión de largo plazo, un problema cuya solución requiere toda la atención y la determinación de un Gobierno. La nueva Ley de Educación va en ese camino, en una dirección donde los jóvenes aprendan y aprehendan el valor de la formación en sus vidas, el esfuerzo de los mejores tendrá su recompensa y el valor del trabajo bien hecho será reconocido.

España lleva décadas sin atender en clase. Durante muchos años se ha permitido e incluso aplaudido la relajación. Miles de jóvenes huyeron de las aulas al calor del empleo fácil que supuso la construcción durante muchos años, ya fuera en la misma obra o en los servicios cercanos. Luego, cuando la burbuja estalló, se encontraron sin trabajo y sin estudios. Todavía hoy se encuentran sin una cosa ni la otra.

Pero además, nuestro objetivo debe ser una educación de la mejor calidad en la escuela pública; sólo así podremos garantizar la igualdad de oportunidades.

Por lo tanto, algo tenemos que cambiar para que no vuelvan a reproducirse situaciones como ésta. España no puede arrastrar un sistema educativo en el que uno de cada tres jóvenes suelta los lápices. Los jóvenes tienen que creer en su futuro y tienen que trabajar para conseguirlo.

Un modelo educativo vertebra un país y permite a sus ciudadanos conocer y formarse en el amor a su patria y en la defensa de sus raíces, de su historia y de su futuro. En esto, también es imprescindible una Ley de Educación que permita enseñar en libertad a los españoles del futuro.

Nadie debe rendirse a los 15 años. A esa edad hay que enseñar otros valores: los del trabajo y del esfuerzo. Y es obligación del Estado poner los instrumentos necesarios para que el modelo vuelva a ser el que un país como España se merece. Es obligación del Estado limpiar la pizarra y cambiar lo que no funciona.

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