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María Jamardo

La teoría del caos

Quienes no se paran a pensar, son el caldo de cultivo perfecto para el engaño y actúan como colaboradores inconscientes de su triunfo.

Lo que se dice y cómo se dice influye de manera inexorable sobre lo que se piensa. Y a la inversa. Por eso es fundamental llamar a las cosas por su nombre y advertir de lo peligroso y preocupante que resulta que la extrema izquierda se crea legitimada para decir lo que sea, como sea, cuando sea y que lo haga sin consecuencias.

Calificar de repugnantes las declaraciones de los miembros de Podemos y sus adeptos, no es suficiente. Criticar sistemáticamente sus desaciertos (presentes y futuros) tampoco. Sólo resta entonces ofrecer una batalla ideológica que, de entrada y en su fondo, tienen perdida salvo por un detalle crucial, la forma. Resulta difícil combatir desde la objetividad, el rigor y la cordura, los mensajes etéreos que envuelven sus consignas y hablan de felicidad, dignidad o participación ciudadana, precisamente porque todos son conceptos indeterminados que, por ello, nunca fracasan y frente a los que no tiene cabida presentar hoja de reclamación.

La clave de su éxito, es muy sencilla. La verdad, no da votos. Por eso, los planes del populismo radical para España, tienen un hilo conductor concreto y reconocible en cada discurso, cada entrevista, cada declaración: una guerra semántica. La disputa de la terminología al "enemigo" para hacer política. Sintetizando, la apropiación del término democracia para su causa. En palabras del mismísimo Pablo Iglesias: "La palabra democracia mola. La palabra dictadura no, aunque nosotros sabemos que no hay mayor democracia que la dictadura del proletariado".

Miente conscientemente, dulcifica su mensaje porque le conviene. Y lo hace desde la ficción democrática y en base a una estrategia simple y eficaz: inocular en el imaginario colectivo sus ideas en base a la repetición y, desde la convicción de que la gente no elige aquello en lo que cree o su ideología, sino que sólo repite lo que oye sistemáticamente desde los medios de comunicación.

Es fácil triunfar con promesas vacías y utopías baratas cuando en un entorno de dificultades económicas y desafección generalizada con la política, sugieres que la solución a todos los problemas pasa por votar a quien se autoproclama como uno de los tuyos, sin serlo; quien reivindica todo aquello que te preocupa en tu cotidianeidad, sin compartirlo; y, lo haces mimetizando tu aspecto y adaptando tu lenguaje a argumentos comprensibles para quienes están ávidos de escuchar y creer casi por instinto. Quienes no se paran a pensar, son el caldo de cultivo perfecto para el engaño y actúan como colaboradores inconscientes de su triunfo. Hacen, sin saberlo, la mitad del trabajo

Siendo honestos, a nadie le gusta pensar que nuestros problemas no tienen una solución fácil y rápida y que superarlos requiere de un proyecto común, sólido y un gran esfuerzo. Por eso triunfan los dictadores blandos, al modo chavista. Porque convencen de que todo vale con tal de conseguir aumentar la democracia. Contra la democracia, más democracia. Un espejismo que en realidad reduce la misma al ejercicio del voto y que legitima sus iniciativas irrealizables con el respaldo de las urnas. La democracia es mucho más, no se confundan. Pero eso no lo dicen, porque no "vende", ni interesa.

Hasta la teoría del caos, cuenta con variables previsibles. El neocomunismo, también. Tiene su propio orden establecido. El que aliena con falsas promesas para dividir a la sociedad desde el odio. No como una mera lucha de clases, porque nada tiene que ver con lo estrictamente económico. Es cierto que se presenta al servicio de los pobres y la defensa de la igualdad. Pero en realidad sólo defiende a los suyos frente al resto, que no somos los ricos, ni la "casta", ni los del Ibex, ni nada que se le parezca, porque del empobrecimiento que reparte, rico será cualquiera que tenga la suerte de no vivir en la miseria. El resto somos los no afines, los herejes, los incómodos, todos aquellos que osemos cuestionar sus dogmas impuestos, independientemente de nuestro estatus material, ciudadanos de segunda desprovistos de derechos como castigo del régimen. La clase económica no es relevante. El "pueblo" son ellos. Para Pablo Iglesias, la democracia "soy yo". Y hay que decirlo, repetirlo, que se entienda. Que trascienda.

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