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Mario Noya

"Europa sí... pero no"

estaría bien que el PP, en lugar de sacar a pasear eslóganes tramposos, explicara a sus votantes por qué tienen que dar el visto bueno a un texto que, según ha repetido hasta la saciedad, deja España a los pies de los caballos francoalemanes

¿De qué va el PP? ¿Qué pretende decir con ese “Sí a Europa” que ha adoptado como lema ante el referéndum no vinculante del 20-F? ¿Se le está pegando el excluyentismo sobrao que se gastan las izquierdas y los nacionalismos? Éramos pocos, con la campaña con que nos castigan el Gobierno y sus palmeros, y parió la abuela.
 
Pues nada: si los del no se cansan de hacer el trilero, nosotros tampoco nos cansaremos de advertir que hacen trampa, aunque se nos acabe poniendo cara de Pero Grullo: el no al Tratado que no se han leído Los del Río –ni el 95 por ciento de los ciudadanos de los Estados miembros de la UE– no equivale a rechazar Europa; tampoco equivale a rechazar la propia UE. Conviene hacer explícita esta diferenciación, pues por obra y gracia de esa perversión del lenguaje que confunde Europa con el Club de los Veinticinco hay quien empieza a mirar con suspicacia o por encima del hombro a Suiza, a Noruega, a Serbia, a Ucrania, a nuestra vecina Andorra, a... echen un vistazo al mapa y completen ustedes la lista (¿incluirán a Turquía? ¿Y a Rusia?).
 
Se me ocurren varias razones para votar no en el referéndum no vinculante –tampoco estorba repetirlo: no es vinculante– que sólo desde la ignorancia o la mala fe pueden ser interpretadas como producto del rechazo a la UE. Por ejemplo, ésta: tras las últimas elecciones a la Eurocámara, los barandas de la Unión cerraron filas al grito de “Contra la abstención, Constitución”. “¿Qué es esto? –me dije entonces–. ¿Una versión bruselizada del célebre ‘Si no quieres caldo, toma dos tazas’? ¿Se creen pastores que tienen que sacar el palo o azuzar al perro cuando el rebaño se desmadra o amodorra? ¿De qué manera concibe esta gente el principio de representación popular?”.
 
Más preguntas que pueden desembocar en un "rotundo y europeísta no", como diría mi compañero Guillermo Dupuy: ¿necesita la UE una Constitución? ¿Por qué los euroungidos siempre amenazan con el Apocalipsis si no se vota lo que ellos quieren? ¿Por qué, si no se les cae de la boca la palabra “democracia”, gustan tanto de las votaciones a la búlgara; tanto que aprietan las tuercas lo más que pueden para conseguirlas y fuerzan nuevas citas a las urnas cuando, a pesar de todo, no se salen con la suya? ¿Por qué, en fin, se está propalando la especie de que los partidarios del no son lo peor de cada casa?
 
En las razones/interrogaciones que he aducido ni siquiera se hacen valoraciones políticas, estratégicas o ideológicas del Tratado que nos quieren colar como Constitución. Pero, por poder, se puede. ¡Vaya si se puede!
 
Así, y por volver al PP, estaría bien que, en lugar de sacar a pasear eslóganes tramposos, explicara a sus votantes por qué tienen que dar el visto bueno a un texto que, según ha repetido hasta la saciedad, deja España a los pies de los caballos francoalemanes; por qué deberían respaldar un centón intervencionista y con enormes pozos negros estratégicamente situados para que de ellos saquen petróleo los euroburócratas; por qué tienen que decir amén (pienso ahora en los católicos; bueno, no sólo en ellos) a un Tratado que ha optado por eludir cualquier mención al Cristianismo; por qué tienen que votar a un documento que, seamos serios, el propio PP considera manifiestamente mejorable, por decirlo suave.
 
Entre tanto, quizá sea provechoso, para los susodichos y sufridos votantes del PP, un fragmento de Por un futuro imperfecto (Destino), el último libro de Valentí Puig, analista fino y sabio a quien nadie que le haya leído podrá tachar de antieuropeo (“detractor de la UE”, hemos quedado). Pueden mirar también los europelmas, incluso Los del Río: a los unos quizá se les bajen los humos; a los otros igual les da por aflojar un poco sus lazos cordiales con el célebre Vicente:
 
"(...) una UE que no anda sobrada de voluntad política, atemorizada por Al-Qaeda, ensimismada en un antiamericanismo que ha debilitado el vínculo atlántico, con unos mercados laborales necesitados de flexibilización, con una población que envejece y con bajas tasas de natalidad. A esa Europa le sería saludable fijar objetivos claros y comprensibles, regresar al lenguaje de la transparencia institucional y al realismo de lo posible. Sin embargo, iba a meterse en el embrollo de votaciones y referéndums sobre un Tratado Constitucional del que casi nadie sabía nada (...)" (págs. 17-18).
 
Total, que se puede decir perfectamente (aunque incurriendo en la perversión arriba denunciada): “Europa sí... pero no”.

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