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Mark Steyn

Irán humilla a Gran Bretaña

Si por "compromiso" se refiere a que Teherán no los juzgó y decapitó, puede que tenga razón. Teniendo en cuenta tan esperanzador suceso, puede que los persuadamos de borrar del mapa sólo la mitad de Israel.

Viendo a los seguidores del Tottenham Hotspur enfrentándose a la policía española en un torneo de fútbol europeo la otra noche, empecé a preguntarme, por pasar el rato, sobre lo que podría haber sucedido si esos secuestradores iraníes hubieran cometido el error de capturar a unos cuantos hooligans avezados que no hubieran recibido el memorando de Blair en el que pedía no tensar la situación.

En cambio, tal como sabemos, los mulás tuvieron suerte suficiente como para capturar a quince militares, tanto marineros de la Marina Real como marines de Su Majestad. Quien pertenecía a cada cuerpo era algo difícil de saber cuando fueron liberados. La representación femenina iba disfrazada de musulmana y los catorce hombres habían sido vestidos con ropa de sport de la línea Ahmadineyad. Lo cual no solamente es una moda inaguantablemente descortés, sino una violación de la cada vez más unidireccional Convención de Ginebra. Pero ellos sonreían y saludaban. ¡Adiós, Britannia! ¡Abstente de aplicar las leyes!

Associated Press narraba la noticia como sigue: "Análisis: esperanzas de más compromisos con Irán".

Bueno, si por "compromiso" se refiere a que Teherán no los juzgó y decapitó, puede que tenga razón. Teniendo en cuenta  tan esperanzador suceso, puede que los persuadamos de borrar del mapa sólo la mitad de Israel, o incluso de limitarse a bombardear con armas nucleares sólo alguna zona escasamente habitada del Yukón. Con el impulso que este "compromiso" está imprimiendo a los acontecimientos, todo tipo de acuerdos diplomáticos son plausibles.

Tony Blair se tomó muchas molestias en señalar que los rehenes fueron liberados "sin ningún arreglo, ninguna negociación, ningún acuerdo de ninguna naturaleza". Pero pasa por alto, o deja a un lado con mucho arte, la razón: era Teherán quien no quería acuerdos. Quería humillar al principal aliado del Gran Satán. Y lo hizo. Con mucha facilidad. Y no pagó ningún precio por ello. Y ha puesto a prueba las vacías pretensiones de la ONU, la Unión Europea y la OTAN, cuya segunda mayor flota es ahora el hazmerreír en una zona del mundo en la que resulta de ayuda que te tomen en serio.

Recibo correspondencia de lectores que argumentan que hay muchas más cosas en marcha de las que parecen, y que británicos y norteamericanos querían mantener tranquilas las cosas la pasada semana porque con el espectáculo se desviaba la atención de todo tipo de actividades encubiertas puestas en marcha para derrocar a Ahmadinejad, Assad y unos cuántos más. Incluso si fuera cierto, que no lo es, que los comandos de élite de Valerie Plame se están deslizando ahora por los muros de todo palacio presidencial que hayan podido encontrar desde Sudán a Corea del Norte, en la era de los medios de comunicación masivos lo que importa no es sólo lo que haya entre bambalinas, sino lo que sucede en el escenario. Y las imágenes de los militares británicos departiendo amistosamente con Ahmadineyad, junto con las de una Nancy Pelosi con velo haciendo lo mismo con Bashir Assad, proyectan un mensaje consistente.

Incluso si hubiera detrás algo más de lo que parece, lo que parece es tan profundamente perjudicial para la credibilidad de las grandes potencias que ninguna cantidad de operaciones de las fuerzas especiales podría compensarlo. El poder es tan grande como la percepción que se tenga de ese poder. Los iraníes saben que no pueden derrotar a Estados Unidos o Gran Bretaña con tanques y ataques aéreos, de modo que eligen otros campos de batalla en los que atacarles. Ese es el motivo por el que el comportamiento de los cautivos es tan preocupante. No hay razón para entrenarlos para ser aguerridos miembros de los marines de Su Majestad en una escaramuza sangrienta en Sierra Leona, donde estuvieron hace dos años, si les dejas venirse abajo en televisión frente al mundo entero.

De modo que, en 2007, los miembros de la Marina Real pueden ser secuestrados sin que "el fuerte brazo de Gran Bretaña" (según la fórmula de Lord Palmerston) haga otra cosa que amariconarse y amenazar con acudir a la ONU y hablar de redactar una resolución del Consejo de Seguridad. Entre las sombras, mientras tanto, se cierran acuerdos: un "diplomático" iraní (conocido como "El Rey del Terror") aparece de repente en Teherán tras haber estado en poder de los norteamericanos; una liberación puramente causal, nos dicen. Pero es el tipo de coincidencia que garantiza que se secuestren más hombres para ser canjeados por un rescate durante los próximos años. Y, sólo para recordar al mundo quién lleva los pantalones, seis británicos más fueron asesinados en el sur de Irak en el mismo momento en que se liberaba a los rehenes. Los iraníes han dejado al aliado más fuerte de Estados Unidos como la parte más indefensa del Gran Satán.

El rasgo más llamativo de las dos últimas semanas ha sido la masiva indiferencia del público británico. Algunos observadores atribuyeron esto a la impopularidad de la guerra de Irak: esos mulás tan majos no se hubieran metido en harina si Blair no se hubiera mezclado con ese capullo pirado de Texas. Pero a mí me parece que se ha cebado en ellos una enfermedad más grave, el enervante fatalismo tan extendido en lo que es aún una nación semi-seria con uno de los ejércitos más grandes del mundo frente a un insignificante caso perdido. La posición británica tradicional se podía resumir rápidamente en el estribillo de una antigua canción del music-hall:

No queremos luchar, pero, caramba, si lo hacemos
tenemos los buques, tenemos los hombres, y tenemos también el dinero...

O, por parafrasear a Elvis, ellos no buscaban problemas pero, si los provocas, te darán unos cuantos. En teoría, aún tienen los buques, los hombres y el dinero, pero se ha perdido algo intangible. El patriotismo no es una mera arrogancia sin sentido, sino una especie de confianza nacional asumida de la que la flota, los marinos y la pasta son simplemente la representación tangible. Quita la confianza, y los buques y los hombres y el dinero no te servirán de nada. ¿Quiere una solución diplomática? Vale. Pero cuando se cree en la "mano izquierda", como hace Europa y la mitad de Estados Unidos, es importante recordar que ésta depende de que el mundo crea que se está dispuesto a utilizar la mano derecha como un puño. A juzgar por la reacción de los Estados Unidos, la Unión Europea, Naciones Unidas y compañía, Irán no puede sino concluir que el consenso transnacional nunca va a reunir la voluntad suficiente como para frustrar sus ambiciones nucleares.

Los europeos y cada vez más y más norteamericanos están seguros de poder vivir en un mundo con todos los beneficios de la prosperidad global, y ninguna de las enojosas obligaciones necesarias para mantenerla. Y así navegan por zonas de guerra como ONGs flotantes. Irán se tiró un farol y lo televisó al mundo. Al final, toda gran potencia es tan grande como su credibilidad, y el único consuelo después de estas dos últimas semanas es que a Gran Bretaña no lo queda mucha más que perder.

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