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Mark Steyn

Una potencia debe demostrar que lo es

No es así como se han visto las elecciones en el mundo; en las cancillerías de Europa se han puesto a hacer la conga, y en las cavernas del Kush hindú también la estarían bailando si el mulá Omar no lo hubiera convertido en ofensa decapitatoria.

Hace un par de semanas, en la radio, Hugh Hewitt me sugería que quizá los terroristas podrían intentar hacer un España en las elecciones norteamericanas. Recordará usted (aunque evidentemente muchos estadounidenses no) que en el 2004 cientos de pasajeros fueron masacrados en múltiples atentados ferroviarios en Madrid. Los españoles respondieron con una enorme manifestación en la calle de presunta solidaridad con los muertos, todo lacrimógena pasividad y pancartas diciendo "¡Basta ya!" Por lo que no se referían a "¡basta ya!" de estos crímenes, sino "¡basta ya!" de los gobiernos de Aznar, Bush y Blair, y de las tropas en Irak. Un par de días después, votaron a un gobierno socialista que inmediatamente retiró las fuerzas españolas de Oriente Medio. Fue un trabajo de un par de horas realmente rentable para la jihad.

Le dije a Hugh que yo no pensaba que eso fuera a suceder en esta ocasión. El enemigo no es un puñado de simplones pastores pushtún, sino alguien relativamente sofisticado, al menos en sus conocimientos sobre nosotros. Todos somos infieles, pero no todos los infieles se derrumban de la misma manera. Si hubieran hecho un España –volado un puñado de vagones de metro en Nueva York o vaporizado el Empire State– habrían vuelto despertar la rabia primaria de septiembre del 2001. Con otra montaña de cadáveres apilada hasta el cielo, el electorado habría salido en estampida hacia las filas republicanas y exigido que Estados Unidos enviase a sus aviones a alguna parte y bombardease a alguien.

Los jihadistas lo saben, de modo que en su lugar emplearon una estrategia más hábil. Su opinión de Estados Unidos es a grandes rasgos la del historiador británico Niall Ferguson: que el Gran Satán es la primera potencia mundial con desorden crónico de atención. Razonaron que si podían someter a los norteamericanos a la tortura del gota a gota en los desiertos de Mesopotamia –un par de muertos aquí, un atentado en un mercado allí, coches ardiendo, humo sobre la ciudad en las noticias de la noche, día tras día tras día– se puede desanimar a una parte suficiente del electorado y persuadirles de votar como españoles sin que ni siquiera se den cuenta. Y funcionó. Se puede racionalizar lo ocurrido el martes en el contexto de las elecciones de medio mandato previas –1986, 1958, 1938, bla, bla, bla– pero no es así como se ha visto en el mundo; en las cancillerías de Europa se han puesto a hacer la conga, y en las cavernas del Kush hindú también la estarían bailando si el mulá Omar no lo hubiera convertido en ofensa decapitatoria. Y, como si confirmara que el martes no fue simplemente 1986 o 1938, el presidente respondió a los resultados despidiendo al funcionario del gabinete más identificado con el desarrollo de la guerra y reemplazándolo por un hombre vinculado a James Baker, Brent Scowcroft y otros fetichistas de "la estabilidad" del grupo de la irreal realpolitik.

Mereciera o no Rumsfeld haber sido echado por la borda hace mucho, cuando ciertamente no debería haber sido sacrificado es en la mañana del miércoles postelectoral. Por un lado, es una confirmación involuntariamente flagrante de la politización de la guerra, y una particularmente falta de valor: es difícil concebir una minusvaloración más pública de una causa noble que condicionar a sus líderes al escaño de Lincoln Chafee en el Senado. El despido de Rumsfeld por parte del presidente fue desafortunado y trivial.

Aún así, ahora todos somos españoles. La nueva presidenta de la Cámara afirma que Irak no es una guerra a ganar, sino un problema a solucionar. El nuevo secretario de Defensa pertenece a una comisión encargada de hacer precisamente eso. Un nostálgico columnista de la generación hippy argumenta en el Boston Globe que el honor exige que Estados Unidos "acepte la derrota" igual que hizo en Vietnam. No funcionó especialmente bien para los nativos, pero al diablo con ellos.

¿Qué significa cuando la hiperpotencia del mundo, responsable del 40% del gasto militar del planeta, decide que no puede soportar una guerra de guerrillas con bajas históricamente reducidas contra un grupo improvisado de insurgentes locales y terroristas importados? Puedes llamarlo "redespliegue" o "estrategia de salida" o "paz con honor" pero, para cuando se anuncie en Al-Jazeera, se puede apostar con bastante seguridad a que cualquiera que sea el eufemismo oficial acordado allá en Washington, se habrá perdido en la traducción. Lo mismo cuando se anuncie en Buenos días, Pyongyang y en Khartoum Network y, ya puestos, en la BBC.

En el resto del mundo, la guerra de Irak no trata de Irak sino de Estados Unidos y de la voluntad norteamericana. Me cuentan que en lo profundo de los cimientos del Pentágono hay estrategas planeando guerras para la gran confrontación con China alrededor del 2030 / 2040. Bien, es una labor soberbia, supongo. Pero, tal y como están las cosas, para cuando China sea lo bastante poderosa como para desafiar a Estados Unidos no lo va a necesitar. Mientras tanto, los tíos que nos desafían ahora mismo –en Irak, Afganistán, Irán, Corea del Norte y por todas partes– son considerados por el electorado norteamericano como un reality show del que ya nos hemos aburrido. Lo siento, no queremos quedarnos para ver si ganamos; preferiríamos nominarnos a nosotros mismos para salir de la isla.

Hace dos semanas, recordará usted, informaba de una reunión con el presidente en la que le pregunté lo siguiente: "Dice usted necesitar estar y permanecer a la ofensiva todo el tiempo. cuando el ejército está obviamente a la ofensiva –liberando Afganistán, derrocando a Saddam– el pueblo norteamericano le respalda. Pero que es difícil ver dónde está la ofensiva en lo que la mayor parte de la audiencia de la televisión ha reducido a una política semicolonial desagradecida sin final a la vista.... quiero decir, ¿dónde está la ofensiva en todo esto?"

El martes 7 de noviembre, el voto de la seguridad nacional se evaporó y, sin él, ¿qué le queda al Partido Republicano? Los congresistas republicanos se verán atrapados en el peor de los mundos: un gobierno enorme atiborrado de subvenciones e intervencionismo en casa y unas sutiles operaciones políticas tentativas y de buen corazón en el extranjero. Precisamente mi nuevo libro apoya lo contrario: gobierno reducido en casa y seguridad en sí mismo en el extranjero. Funciona a las mil maravillas, como me pasa a mí, vincular la guerra y la política exterior con los temas nacionales. Por supuesto no tiene que funcionar así de bien si la única versión que nos ofrecen es una tan incoherente como la practicada hasta ahora por el Partido Republicano.

Como ese es el caso, nos encontramos ahora mismo en un sitio muy oscuro. Hace ya mucho desde la última vez que Estados Unidos ganó una guerra de manera incontestable, y elegir perder en Irak sería un acto de autoindulgencia tan parroquiana que la hegemonía norteamericana no duraría, y no merecería durar. Europa se está haciendo semi-musulmana, los estados del Tercer Mundo dependientes de la ayuda exterior se hacen nucleares y, con todo ese 40% del gasto militar planetario, Estados Unidos no puede reunir la voluntad necesaria como para derrotar a enemigos insignificantes. Pensamos que podemos abandonar el juego enseguida, y volver a casa y ver la televisión.

No funciona así. Empezara como empezara, Irak es una prueba de la seriedad norteamericana. Y si el Gran Satán no puede ganar en Vietnam o en Irak, ¿dónde puede ganar? Así es como lo ve China, Rusia, Irán, Corea del Norte, Sudán, Venezuela y todo un montón de otros. "Estos colores no destiñen" es un buen eslogan para una camiseta, pero en realidad esos colores se han pasado 40 años destiñendo en las junglas del sureste de Asia, en los helicópteros del desierto pérsico, en las calles de Mogadiscio... Añadir las arenas de Mesopotamia a la lista será un acto de debilidad del que Estados Unidos nunca se recobrará.

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