Menú
Mark Steyn

Una sociedad adolescente

Hemos creado un mundo en el que un varón europeo de 36 años puede entrar en una discoteca, decirle a las tías que vive con sus padres en el dormitorio encima del garaje y aún así parecer un buen partido. Ese tío habría sido motivo de burla en otra época.

Hace aproximadamente una década, Bill Clinton se inventó su estadística favorita: que cada día en Estados Unidos morían 12 niños a causa de la violencia armada. Cuando uno escarbaba un poco en el asunto, resultaba que algo menos de 5.000 personas bajo la edad de 20 años morían cada año a causa de la violencia armada, y las cinco sextas partes de esos presuntos párvulos resultaban tener edades entre los 15 y los 19 años. Muchos de ellos habían tenido la mala fortuna de meterse en bandas y participar en asaltos a almacenes, tiroteos desde coches y trapicheo con drogas, asuntos que, desafortunadamente, no siempre salen tan fácilmente como uno planea. Si se pudieran llevar a cabo más compras de crack pacíficamente, esta tasa de "mortalidad infantil" podría ser reducida a las tres cuartas partes.

Pero, desde la astuta insinuación del presidente Clinton de que tenían lugar masacres de escolares todos los días, me he vuelto cuidadoso cuando se invoca políticamente a "los niños". En Irak, por ejemplo, todo el mundo que vista uniforme norteamericano es "un niño". "La autoridad moral de los padres que entierran niños caídos en Irak es absoluta", escribió Maurine Dowd, del New York Times, sobre Cindy Sheehan. La Dowd nunca ha llegado a decir nada sobre la autoridad moral de Linda Ryan, cuyo hijo, el cabo Marine Marc Ryan, fue asesinado por "insurgentes" en Ramadi. Pero eso se debe a que la señora Ryan considera a su hijo muerto como un adulto pensante que "tomó la decisión de ingresar en las fuerzas armadas y defender a nuestro país".

La izquierda se resiste a aceptar eso. Desde el mismo momento en que el ejército completamente formado por adultos voluntarios fue a Irak, el colectivo pacifista ha llevado a cabo un esfuerzo constante por caracterizarlos como "niños". La infantilización del ejército promovida por los medios es profundamente insultante, pero encaja en los propósitos del colectivo pacifista. Les permite decir constantemente que "por supuesto" que ellos "apoyan a nuestras tropas", porque quieren impedir que estas pequeñas criaturas confundidas sean explotadas por la maquinaria de guerra de Bush.

Lo cual me lleva al guerrero más famoso de Canadá, Omar Ahmed Jadr, capturado hace cinco años luchando con los talibanes en Afganistán y que, desde la repatriación de varios británicos y el australiano David Hicks, se ha convertido en el más célebre de los súbditos de Su Majestad en seguir disfrutando hoy día de la hospitalidad de George W. Bush en Guantánamo. Se cree que el señor Jadr mató al sargento de primera clase Christopher Speer, de la Delta Force de Estados Unidos, en la batalla en Jost. O quizá sería más correcto decir que fue después, cuando estaba tumbado en el suelo haciéndose el muerto y le lanzó una granada. Y quizá no debería decir "señor" Jadr sino "señorito" Jadr, porque tenía 15 años en ese momento. "El hecho de que su edad no vaya a ser considerada es una aberración de la justicia", ha declarado Kristine Huskey, de International Human Rights Law Clinic en Washington a Terry O'Neill, del Western Standard. Ese es el argumento pro-Jadr: es un niño. No sabía lo que hacía.

Tengo mis dudas. Entre los "conciudadanos" canadienses del señorito Jadr, los soldados adolescentes son un rasgo de solera de la tradición militar británica. El decano de los columnistas canadienses, Peter Worthington, era menor de edad cuando navegaba en el HMCS York en la Segunda Guerra Mundial. El soldado Walter Beck era tan mayor como el joven Omar –15 años– cuando ingresó en el regimiento de Nueva Escocia en la Gran Guerra.

Omar Jadr no es un mero asunto legal sobre terrorismo. Representa una de las preguntas críticas en el centro de la crepuscular lucha de Occidente: ¿qué es un niño? Como los lectores recordarán a grandes rasgos, desde el 11 de Septiembre me he convertido en un pelmazo con la demografía. Recientemente me encontraba en una mesa redonda con Claire Berlinski, que, al igual que yo, ha escrito un libro sobre cómo Europa se está quedando sin niños y estuvimos, como es nuestra costumbre, intercambiando historias de horror. La boda rural italiana llena de tíos y tías y abuelitos y abuelitas, pero ningún bambini. Diecisiete naciones del continente tienen sus índices de fertilidad en el lecho de muerte, índices de los que ninguna sociedad se ha recobrado nunca. El 30% de las mujeres alemanas no tiene hijos. Entre los licenciados universitarios alemanes, esa estadística se incrementa al 40%.

Pero alto ahí: ¿existe una relación entre esas dos cifras? En otras palabras, en lugar de buscar en derredor los niños que nunca tuvimos, ¿no sería más rápido simplemente mirar al espejo? Como usted sabrá si tiene un niño en el parvulario en casi cualquier parte del mundo occidental, hoy día aceptamos que los cuerpos de los niños entran en la adolescencia mucho antes: los jefes de estudios están locos por hablarles de sexo a partir de los 9 años. Si una cría de 13 años quiere tener un aborto, es su decisión y sus padres no deberían entrometerse. Pero al mismo tiempo presumimos que nuestras mentes necesitan cada vez más tiempo para formarse y que el final de la adolescencia debe ser pospuesto hasta más o menos la edad que tenía Mozart cuando murió. De modo que si alguien de 22, 25 o 37 años está sirviendo a su país a ultramar, tiene que ser "un niño" alocado que realmente no es lo bastante mayor como para darse cuenta de que no es más que alguien a quien engañaron para participar en la guerra por el petróleo de Bush-Blair-Harper.

El año pasado en Australia, me reuní con un demógrafo muy atractivo que presentó unas tablas muy profusas y detalladas sobre la duración de la vida moderna. En los viejos años 70 nacíamos, teníamos una década y media o así de infancia y éramos reclutados para la edad adulta más o menos en el mismo momento en que Peter Worthington se alistaba en la marina real canadiense. En los modernos años 90, hemos ampliado la esperanza de vida un par de décadas, pero no nuestra vida adulta, nuestra vida productiva, nuestra vida laboral. En su lugar, hemos creado una categoría completamente nueva de adolescencia a ritmo glacial que se extiende desde aquellas clases sobre sexo en la escuela, pasando por un aletargado instituto y unos cursos universitarios más indulgentes y pausados que nunca, hasta lo que las generaciones anteriores habrían calificado como madurez temprana. Lo que hemos hecho es reducir la fase "adulta", ingresando más tarde en la población activa y abandonándola antes, dejando a los sistemas sanitarios públicos el problema de averiguar cómo sostener a una población de jubilados con pensiones del Estado durante dos o tres décadas.

La principal característica de este Occidente de fin de fiesta es "la edad adulta pospuesta". Mire las fotografías sepia de cualquier chico de granja de 13 años del siglo XIX y compárela con nuestro adolescente promedio de hoy: ¿a cuál dejaría a cargo de la casa durante el fin de semana? Damos por sentado que nuestros cuerpos maduran mucho antes que nuestros abuelos, pero nuestra mente no. De modo que comenzamos la adolescencia mucho antes e procuramos evitar abandonarla a cualquier precio, hasta el punto que los ejecutivos de marketing han llegado a identificar al segmento que va de los 20 a los 35 años como "adultescentes". En Japón, el 70% de las mujeres trabajadoras de edades comprendidas entre los 30 y los 35 años vive con sus padres. En Italia, alrededor del 80% de los hombres viven con papá y mamá hasta bien entrados los 30. Hemos creado un mundo en el que un varón europeo de 36 años puede entrar en una discoteca, decirle a las tías que vive con sus padres en el dormitorio encima del garaje y aún así parecer un buen partido. Ese tío habría sido motivo de burla en cualquier otro momento de la historia de la humanidad.

Omar Jadr no es un niño. Sabía lo que estaba haciendo cuando mató al sargento Speer - al menos hasta el punto en que cientos de miles de sus "compatriotas" sabían lo que estaban haciendo cuando fueron a alistarse para luchar en Vimy y Transvaal. Y sospecho que, si tuviera la oportunidad de hacerlo de nuevo, Jadr lo haría: es tan adulto como lo será siempre. Si la International Human Rights Law Clinic se sale con la suya y es considerado legalmente "un niño", entonces la yihad pasará a reclutar muchos más "niños" de ese tipo, de los que tiene un suministro infinito: la mediana de la edad en Gaza, por ejemplo, es de 15,8. Nosotros, por otra parte, enviaremos a nuestros hijos a sacarse unos estudios de seis años de gestión de la ira.

Así que, por una parte, tenemos mujeres europeas solteras llevando tratamiento de fertilidad con la esperanza de un único hijo a los 50 e incluso 60 y, por otra. las tradiciones Mirpuri de matrimonio entre primos que en 30 años se han establecido firmemente entre los adolescentes musulmanes de las comunidades paquistaníes del norte de Inglaterra. ¿Qué extremo de la ecuación tiene la energía demográfica? Por decirlo más claro: ¿qué lado tiene futuro? Estamos convirtiéndonos en una sociedad de adolescentes geriátricos y, por agradable que resulte, es insostenible. Necesitamos crecer, literalmente.

En Internacional

    0
    comentarios