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SEMANA SANTA

El Papa dejó los papeles e improvisó su meditación en el Via Crucis

Juan Pablo II presidió el Vía Crucis del Viernes Santo, como todos los años, en el imponente marco del Coliseo. Su Santidad sólo participó en los dos últimos pasos del acto, pues su débil salud le impidió tomar parte más activa. Sin embargo, su lucidez está fuera de toda duda y el Papa abandonó las palabras que tenía escritas para improvisar un mensaje al final sobre el testimonio que han de dar los cristianos.

L. D. / ZENIT.org.- Antes de dar su bendición a los miles de peregrinos presentes, que llevaban velas para iluminar la noche romana, Juan Pablo II sorprendió dejando a un lado los papeles y ofreciendo una meditación espontánea sobre el testimonio que deben dar los cristianos de la cruz de Cristo a inicios de milenio.

“Salve Cruz”, comenzó diciendo en latín y añadió en italiano: “La Iglesia de Cristo confiesa esta realidad divina y humana. Lo ha confesado así durante dos mil años. Y hoy, por primera vez en este milenio, lo confesamos ante todo el mundo, aquí en Roma, con este Viacrucis, en torno al Coliseo romano”. “En el tercer milenio queremos confesar que por su cruz el Hijo de Dios, aceptando esta humillación destinada a esclavos, la llevó a la glorificación, a la adoración”, añadió el Santo Padre.

“Te adoramos, Cristo, y te bendecimos, porque por tu cruz redimiste al mundo”, añadió otra vez en latín y concluyó: “Que esta verdad, confesada hoy en la Basílica de San Pedro y en el Coliseo romano, sea la luz y fuerza en este tiempo que hemos inaugurado desde hace algunos meses. ¡Salve, Cruz del Coliseo romano! ¡Salve, en el umbral del tercer milenio! ¡Salve, a través de todos los años, de los siglos de este nuevo tiempo que se abre ante nosotros!”.

Él camino de la cruz discurrió por el interior del Coliseo –el famoso anfiteatro Flavio, que recuerda los sufrimientos de los primeros cristianos–, continuó por delante del Arco de Trajano y concluyó en la colina del Palatino. El cardenal vicario de la diócesis de Roma, Camillo Ruini, llevó la Cruz en las dos primeras estaciones. Después, el símbolo de los cristianos fue portado por un matrimonio romano y sus tres hijos; por una mujer de Ruanda, otra de Tailandia, otra de la República Dominicana y, al final, por frailes franciscanos.

Guiaron la meditación del Papa y de estos millones de peregrinos (tanto los presentes en Roma como los televidentes) las meditaciones escritas por John Henry Newman (1801-1890), anglicano convertido al catolicismo y una de las figuras más importantes para la Iglesia católica de Inglaterra en el siglo XIX. En meditación absorta, Juan Pablo II siguió el Via Crucis desde el monte Palatino. Al final, en el último tramo, a partir de la decimotercera estación tomó la cruz.

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